Archivo por meses: agosto 2007

Cine y religión

Con esto de la banda ancha y el DVD, estoy intentando hacer algo por mi casi nula formación cinematográfica; si les digo que en estos meses pasados he visto por primera vez «El mago de Oz», «Casablanca», «Lo que el viento se llevó», etc etc… Módica satisfacción de comprobar que disfruto de algunos de los tenido por clásicos, aunque no de todos. *

Sigo de todas maneras sin encontrar algo comparable a lo que encuentro en los libros, qué vamos a hacerle. Como ya he dicho alguna vez, hay libros, escenas literarias, personajes de novela, que son como parte de mi vida, los siento como parte de mi historia y como referencias. Dificulto que algo parecido pudiera pasarme con alguna película… Y entre otras cosas —aunque esto no sea esencial— el tema religioso es muy raro que me atraiga en la pantalla… recuerdo que siempre me causó rechazo el Jesús de Zefirelli, por ejemplo (lo vi hace muchísimos años, tal vez debería verla de nuevo, pero no me dan ganas); no sé si será tan difícil dar el tono justo, o si será un problema de mi sensibilidad o qué.
Este fin de semana vi otra de Zefirelli: «Hermano sol, hermana luna», la de San Francisco. Tenía idea de haberla visto también de chico, pero parece que no (sólo recordaba la escena de Francisco cortándole el pelo a Clara; tal vez alguna promoción). No esperaba gran cosa -de la época ni de Zefirelli- y en verdad resultó peor de lo esperado. Sólo la figura enorme -y tan inevitable, uno diría- de Francisco alcanza a salvar alguna que otra cosita; pero la película es demasiado pavota, realmente.

Con un poquito más de esperanzas (había pispeado alguna crítica positiva) me senté ayer a ver Thérèse (Cavalier – Francia – 1986), una película sobre Santa Teresita del Niño Jesús (no confundir con el reciente bodrio de Defillipis, 2004). Y acá, sorpresa: el resultado excedió con mucho las expectativas. Me gustó, me gustó, sí señor. El tono justo. Como a pinceladas rápidas, tomas cortas; nada de música de fondo, nada de convencionalismos al gusto de tal o cual bando. Seca y delicada. (A algunos les ha recordado -para bien o para mal- a Bresson; pero esto no es tan áspero, a mi ver). Y me resultó demasiado corta (aunque a otros les ha ocurrido lo contrario), en su hora y media. ¿Hagiográfica? Según como se mire. El director no es creyente, según parece. Y yo no quisiera decir o creer que la falta de religión sea en estos tiempos condición necesaria ni mucho menos para hacer una obra artística de tema religioso; pero sí podría aceptar que el afán de «bajar línea» de muchos artistas católicos encierra un error de fondo, trágico, y que debe arruinar casi fatalmente la obra artística … y la religiosa; en ese sentido (que quizá también podría extenderse a los afanes litúrgicos… y de los dos lados) no me parece tan descabellado esperar mejores frutos de un artista no católico en una pintura de la santidad. La Teresita de la película es ambigua, cómo no; admite lecturas creyentes y escépticas (lecturas digo, no necesariamente juicios). Puede así confirmar distintas visiones: una santa enorme; una santa mediana ; una neurasténica; una monja pueril ; una mala sublimación de pulsiones sexuales. Y así debe ser, es de suponer; en general (en estos tiempos) y en particular (con santa Teresita; santa de estos tiempos). En fin, volveré a verla y veré si mi excelente impresión inicial sobrevive. Por de pronto, altamente recomendada.

Mencionemos para terminar otra película que vi el fin de semana: Enjambre (The swarm). ¿Y esto? Una setentista, de la ola de películas sobre desastres (es del mismo de «Infierno en la torre»). Pasó sin pena ni gloria en su momento, y hoy es más bien recordada como prototipo de película desastrosa (no por su temática sino por su resultado). Y no soy muy afecto a ese disfrute invertido de las obras malas (o de lo kitsch o bizarro), pero por una vez… y sobre todo como ejercicio de curiosidad nostálgica; recordaba haberla visto de chico, en circunstancias precisas (atardecer lluvioso en unas vacaciones de verano en Córdoba)… Comprobé que sólo un par de escenas habían quedado en mi memoria. Y comprobé que la película merece su fama; es terrible. Disfruté, sin embargo, sus 156 minutos (versión extendida!), en esa clave de parodia involuntaria. Sobre todo, acompañado por esta página, muy detallada. Montones de diálogos maravillosamente absurdos (algunos ejemplos). Desopilante desde la primera aparición de Michael Caine hasta los créditos finales («La abeja asesina africana mostrada en este film no tiene absolutamente ninguna relación con la abeja americana, trabajadora e industriosa, a la cual debemos la polinización de los cultivos que contribuyen a la alimentación de nuestra nación»).
Y a los efectos de este post, y de su título, no podemos dejar pasar una de las escenas más absurdas. Tenemos de un lado el protagonista (Caine; el héroe, científico modelo) enfrentado al General Slater (prototipo de militar, algo prepotente y bruto; el científico le gana todas las discusiones, claro); pero, ya avanzada la película, el guionista siente la necesidad de mostrar que el general es de buena madera, y por encima de los inevitables encontronazos científico vs militar, hay cosas superiores que unen a los buenos ciudadanos; entra pues el General, acompañado de un Mayor más joven, a la sala del hospital donde Caine cuida a «la chica» (una bella doctora que -of course!- se ha enamorado del héroe) gravemente picada por las abejas. Y los militares sorprenden al científico… rezando (bah, musitando un «Dios mío, no te la lleves»…). El mayor, entonces, con una sorprendente sorpresa, lo mira al general y dispara esta notable pregunta: «Sr… ¿podemos confiar en un científico que reza?». Y el general, acentuando sus arrugas de veterano, lanza la no menos notable respuesta: «Yo no confiaría en uno que no lo hiciera». («Can we really count on a scientist who prays?» «I wouldn’t count on one who doesn’t»). Corte.
No sé si esto será, en el guionista, un intento de «bajar línea» o un mero intentar adaptarse al imaginado sentir de la platea o qué (en general, es arriesgado intentar adivinar lo que pasa por la cabeza de este guionista). Sí podemos convenir en que no le salió. Ahora, les diré que a mí otros intentos edificantes de mejor fama, incluso en los blogs… como, por ejemplo, la frase sobre el matrimonio en «Los increíbles», no me caen mucho mejor.


* Voy listando las vistas en imdb (pre 1970; 1970-1990 ; post-1990…). Me queda mucho, ya sé.

Se me olvidó que me olvidé

Ya van más de cinco años con esto del blog. Una demasía, por donde se mire. Hoy como ayer, cada tanto se me caen un poco las alas, y me pregunto si no es hora de cortar. Hoy como ayer, sigo (o corto por poco tiempo). Tal vez lo que más convence de seguir es la ilusión de tener algo más que decir; o para decirlo con menos retórica: algunos posts que todavía proyecto escribir, sobre temas determinados, que sólo son borradores mentales, desde hace mucho… Algún día voy a bajar eso al blog, pienso. Y varias veces me ha pasado, pispeando (con la vergüenza de rigor) las entradas antiguas, encontrar que ese asuntito que creía tener en reserva para algún futuro brillante post… ya lo he dicho. Algo deprimente, les garanto. Hoy veo que Podeti tiene un temita parecido; no estoy seguro de que sea suficiente consuelo, pero es algo.

Miren -como diría el susodicho- un nuevo serial en Disputations de Monseñor Reeves and the Motu Proprio That Binds. Sólo para entendidos.

Y un comentario de Abel (ETF), a propósito de ciertos anti-cristianos onda Richard Dawkins, y la cristiandad contemporánea. No estoy seguro de estar completamente de acuerdo (menos seguro estoy de lo contrario), pero en todo caso, la verdad es que últimamente no suelen interesarme mucho los comentarios con los que estoy seguro de estar de acuerdo -o no.

Ghibliando

  • Vi hace unas semanas una versión «legal» de Kiki’s delivery service en DVD; lo más destacable, para mí fue el doblaje italiano. Sí, italiano. Porque no sigue (como lamentablemente hace el español) el guión del doblaje inglés (repleto de interpolaciones, agregados pseudo graciosos a cargo del gato y el carácterístico miedo hollywoodense a los silencios); por el contrario, parece hecho con el mayor respeto y con buenas voces; un placer. Y hete aquí que estos días sale esta entrevista al director del doblaje italiano, donde precisamente constan estas características. Suerte para los tanos.

  • Algunas imágenes de alta resolución, como para mandar a imprimir[*]… de Chihiro, de Totoro y de Kiki.

  • Vi (en versión muy pirata) «Cuentos de Terramar» (Gedo Senki), del hijo de Miyazaki sobre los libros de Le Guin. Flojita me pareció, por donde la mire.

  • Terminé de (re)ver «Marco» (De Los Apeninos a los Andes), en una versión de mucha mejor calidad que la que tenía. La serie sube unos puntos en mi apreciación. En su humildad formal, un derroche de buen gusto y honestidad artística. Me gustaron sobre todo los episodios en Argentina (cuidada las escenografía y los detalles de color local; creo que estuvo Miyazaki por acá, tomando notas); y notable el guión -libre, sencillo y eficaz; impresionante sobre todo cómo logran darle relieve humano a los personajes. Me parece muy superior -en ese sentido, sobre todo- a Heidi. Ampliaremos.

  • Hablando de Heidi: estoy bajando otro versión. Pero no sé si logrará engancharme. Con todos sus méritos de obra pionera, los personajes y el guión me siguen resultando algo débiles. Quizás funcionaría mejor, me digo, sin esa relatora insoportable, una española de dicción (y letra) empalagosa y noña que nos harta con frases artificiosamente infantiles, como «raudales de sol penetran alegres a través de la pequeña ventana como si quisieran saludar a Heidi«.
    Eso pienso, el domingo… mientras apago la PC, me pongo la campera y voy a misa…
    Y en la misa me toca una relatora/animadora del mismo palo, que prueba mi paciencia con su dicción engolada de maestra primaria y sus frases («el Señor que nos invita a un nuevo estilo de vida»)… Así son las cosas.

    PS: Me quedó por decir que vi la versión filmada (es decir, con actores de carne y hueso) de «La tumba de las luciérnagas», versión hecha para la TV en 2005. Funciona bastante bien, para mi gusto, lo que menos pensaba que iría a funcionar: la actuación de los niños; bien también el enfoque -desde la tía-, el intento de no juzgar; lástima el marco evocador (contemporáneo; no funciona), algunos convencionalismos innecesarios y unos efectos especiales flojitos.

    PS 2: El martes 28, en el centro cultural Sábato (?) , pasan Mononoke, gratis.

    * Y sí; mandé a imprimir tres (primer experiencia con subitufoto.com.ar), en 13×18 cm; y quedaron es-pec-ta-cu-la-res.
  • Paciencia

    Fui a visitar a Franz Kafka después de la primera vista del proceso de divorcio de mis padres. Yo estaba agitado y transido de dolor, así que me mostré injusto. Después de haber agotado mis quejas, Kafka me dijo:
    —Cálmese y tenga paciencia. Aguante tranquilamente todo lo malo y desagradable. No lo evite. Al contrario: obsérvelo con atención. Sustituya el estímulo reactivo por una comprensión activa y logrará situarse por encima de todas estas cosas. El hombre sólo puede alcanzar la grandeza a través de su propia pequeñez. …
    De las «Conversaciones con Kafka», de G. Janouch.
    — La paciencia es la clave de cualquier situación. Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y tener paciencia —me dijo un día el doctor Kafka mientras paseábamos por el parque cubierto de hojas caídas en una tarde diáfana de otoño—. No hay modo de doblar ni de quebrar nada. Sólo hay una forma de superación que empieza con superarse a sí mismo, es insoslayable. Salirse de está vía siempre implica un desmoronamiento. Tenemos que absorberlo todo pacientemente en nuestro interior y crecer. Sólo el amor puede hacer saltar por los aires las limitaciones del yo temeroso. Más allá de las hojas secas que nos rodean con sus susurros hay que saber intuir los brotes jóvenes y frescos de la primavera. La paciencia es el único fundamento verdadero para la realización de todos los sueños.
    ¿Podría haber alguna relación entre eso de que «no doblar ni de quebrar nada» y lo de Isaías sobre Cristo ( «no quebrará la caña ni apagará la mecha que humea…»)? Yo apostaría que sí.

    Dos postales de colectivo

    Una: antigua ya, pero la recuerdo, y la anoto para no olvidármela. Boedo. La madre, joven, tonada cuyana o puntana o algo así (siempre fui un desastre para distinguir); dos hijos, pongamos: 12 años la nena y 7 el varón. Viajamos parados, aunque no apretados; el chico medio parado sobre esos soportes horizontales para sillas de ruedas, y no sé qué le dice a la madre. Ella se ríe de sus gracias, y de los comentarios de la mayor. Y esa es toda la postal. Pero la risa de la madre… cómo describirla, cómo explicar por qué la recuerdo. Una risa pequeña, plena y contenida —nada de esa deplorable risa exagerada, exhibicionista y tribal de la adolescente porteña—, una alegría elemental, apretada y rebosante. Fue hace algunos meses. Ojalá que le dure.

    Dos: hoy; Villa Crespo. Sube un vendedor, tipo grande y comienza su discurso. Tras los pedidos de atención y disculpas de rigor, anuncia que tiene un problema de disfonía, una enfermedad en las cuerdas vocales… como tal vez podamos notar, dice (pues… no); nos relata el historial médico, nos anuncia que le ha sido otorgado el grado de discapacidad 3 (???), lamenta la suerte de los discapacitados en Argentina, se pinta como futuro mudo y nos intima a imaginar ese destino. Después pasa a las ofertas: una colección insólitamente heterogénea de artículos de «remate de aduana» (lapicera, linterna, cepillos de pelo, reloj de bolsillo (!), lámpara portátil), cada cosa con su precio. Y si no le compramos nada, dice, bien le podemos dar unas moneditas, que eso nos cuesta poco. Nuevas lamentaciones sobre la suerte del discapacitado, y reproches contra la indiferencia del argentino, que prefiere mirar para otro lado, dice… o hacerse el dormido, o mascar chicle (y mira con ojos torvos a algunos pasajeros). Algunos le compran algo. No mucho. Recoge su bolso, sin dejar de quejarse, a todo volumen. Así son las cosas, pura indiferencia; la gente no sabe de solidaridad. El argentino es así, no le importa nada. Al fin salta una de esas viejas que nunca faltan: «Bueno, tampoco nos trate así; nos está agrediendo»… «Mire, estoy diciendo la verdad» … «Hay maneras de decir las cosas, usted así ofende»… «Es la verdad, nomás; lo que pasa que a la gente no le gusta oír la verdad, eso pasa», repite el tipo mientras va bajando del colectivo. Y oigo que alguien murmura a mis espaldas: «Menos mal que se va a quedar mudo!».

    Kafka y el deber de la alegría

    — Chesterton es tan gracioso que casi se podría pensar que ha encontrado a Dios —dijo Kafka.
    — ¿Así que la risa es para usted una señal de religiosidad?
    — No siempre. Pero en estos tiempos despojados de Dios es preciso ser gracioso. Es un deber. La orquesta del barco siguió tocando en el Titanic hasta el final. De este modo se le arranca a la desesperación el suelo que está pisando.
    — No obstante, una alegría forzada es mucho más triste que una tristeza abiertamente reconocida.
    — Es verdad. Sin embargo, la tristeza es desesperada, mientras que las perspectivas, la esperanza, el seguir adelante son lo único que importa. El peligro reside sólo en un instante breve y limitado. Tras él viene el abismo. Si se consigue superar ese momento, las cosas habrán cambiado. Lo único que importa es el instante. Él es quien determina la vida
    G. Janouch, Conversaciones con Kafka.
    Bastante a contrapelo de ciertos estereotipos kafkianos, ¿no? (el «petrimetre de la angustia» han llegado a decirle, si no recuerdo mal). Y, quizás, no lejos del punto central donde se define la religiosidad de un hombre.
    Algo (acaso demasiado) se ha dicho ya en este blog contra la tentación de la tristeza, ese «sucio vértigo» que decía Bernanos; y de obligación de la gratitud, la admiración y el ánimo; formas de la virtud de la esperanza, que debería atravesar todos los planos de la existencia. Hasta hemos querido encontrar rasgos virtuosos, en ese sentido, en algunas expresiones populares de por acá (la palabra «amargo» usada como reproche; el «aguante»…).
    Que la tristeza es desesperación (y por consiguiente, pecado) es cosa que sólo puede decirse con algún fundamento desde la pietas, pareciera; la filosofía, la ética ahí quedan mudas. Y de optimismo (palabreja que tanto le han endilgado a Chesterton) ni hablemos.

    La Virgen y la Iglesia – 2

    Copio más de Lubac.
    … [los protestantes acusan al catolicismo de menoscabar] de idéntica manera la mediación única de Jesucristo y la soberanía absoluta de Dios. En particular, con respecto a la justificación de cada fiel o de la venida del Verbo a nosotros ¿no es necesario creer que todo se produce «solamente por la gracia de Dios y solamente por operación del Espíritu Santo, sin que para nada intervenga la acción humana»?
    Estas últimas palabras son de Lutero. Y la idea la comparten sus herederos espirituales. A esto responde la teología católica que tal exigencia sólo tiene de cristiana la apariencia. En realidad, ni la gratuidad de la iniciativa divina ni la trascendencia de su acción pueden verse contradichas en lo más mínimo por una economía de salvación que fue instituida por el mismo Dios. Ni María ni la Iglesia reemplazan de ninguna manera a nuestros ojos a la Humanidad de Jesucristo; el doble misterio no reconocido por la Reforma es, por el contrario, la garantía de la seriedad de la Encarnación [1], al tiempo que testimonia el designio divino de asociar a la criatura a la obra de su salvación.
    Y después de enumerar multitud de ejemplos en los que la exégesis tradicional aplica los mismos símbolos bíblicos a la Iglesia y a María (la nueva Eva; el Edén ; el árbol del Paraíso, cuyo fruto es Jesús; el Arca de la Alianza; la Escala de Jacob; la puerta del Cielo; el Vellón de Gedeón; el Tabernáculo; el Trono de Salomón; la Ciudad Mística de Dios; la Mujer fuerte de los Proverbios; la Esposa ataviada para recibir al Esposo; la enemiga de la Serpiente; la mujer vestida del Sol, del Apocalipsis; la Sabiduría…) dice Lubac:
    … en todo esto hay mucho más que un paralelismo o uso alternado de símbolos ambivalentes. Es que la conciencia cristiana se percató muy pronto —y lo proclamó de mil maneras, en el arte, la litaratura, la liturgia— de que María «es la figura ideal de la Iglesia». Ella es «su Sacramento». […] Esto se verifica en los dos aspectos fundamentales de la Iglesia, en cuanto santificante y en cuanto santificada.
    Según el primero de estos aspectos, la maternidad de la Virgen es trasunto perfecto de la maternidad de la Iglesia. […] Y ya en el siglo II, en la carta que nos ha conservado Eusebio, los cristianos de Viena y de Lyon hablaban de la santa Iglesia como de «nuestra madre virginal».[…]
    Y la analogía no es menos fecunda cuando se la mira bajo el segundo aspecto, como comunidad de los santos. … Si es verdad que la Iglesia se ha fundado sobre la fe en su Señor, también es cierto que María, por la fuerza de su fe, sostuvo y llevó sobre sí, a lo largo de la Pasión, todo el edificio de la Iglesia […] y en la larga vigilia del Sábado Santo toda la vida del Cuerpo Místico estaba concentrada y refugiada en ella como en su corazón [2]. … En ella se bosqueja toda la Iglesia y al mismo tiempo llega ya a su última perfección.
    En otro capítulo de este libro, no tratando ya de María, de Lubac cuenta el caso de un sacerdote apóstata, que al tiempo de abandonar la Iglesia fue visitado por un librepensador (un «filósofo», como se decía en aquel tiempo). Cuando éste lo felicitó, el cura respondió: «Ahora no soy más que un filósofo; es decir, un hombre solo«.
    Me impresionó esto (aunque no tengo por qué creer en su veracidad).
    ¿Tenemos los católicos ese sentimiento? Que los de afuera vean al catolicismo como una especie de club o partido, un conjunto de gente con ciertas ideas/creencias/opiniones en común, es lógico. Pero ¿los de adentro vemos algo mejor? ¿Sentimos que, de no contar con la Iglesia estaríamos solos? Y no debe tratarse acá de esa sociabilidad que procura el contacto con otros católicos en la parroquia (o en un blog), tampoco del consuelo de encontrar -o meramente saber que existen- gentes que «piensan lo mismo», como lectores/comentaristas de La Nación que disfrutan al saber leer a otros opositores al gobierno…; todo eso es tan reemplazable como precario, la verdadera soledad pasa por otro lado. Quedarse sin la Iglesia es —y así deberíamos sentirlo— como para un chico quedarse sin padres, sin familia, sin amigos y sin casa.
    Y, claro: quedarse sin María, sería más o menos lo mismo.

    1. San Juan Damasceno, De fide ortodoxa: («El sólo nombre de la Madre de Dios encierra todo el misterio de la Economía»)

    2. Aspecto que uno puede encontrar, más o menos logrado, en La Pasión (Mel Gibson), en el Viernes. Con respecto al Sábado: Lubac anota al pasar que a este es el origen de que el sábado sea el día consagrado a la Virgen, cosa que yo desconocía.

    La Virgen y la Iglesia

    A mí me lo hizo notar Henri de Lubac («Meditación sobre la Iglesia», último capítulo). La relación -casi la identidad- entre la Virgen y la Iglesia, sobre todo con respecto a la «economía de la salvación». Pongámoslo en términos simples. Cualquiera, aun desde afuera y desde lejos, sabe que los católicos y los protestantes tienen algunas diferencias; dicho muy a lo bestia los católicos «creen en la Virgen» y «en los curas», los protestantes no. Afinando apenas: los católicos rezan/veneran/imploran a la Virgen María, la consideran un elemento muy importante (casi obligado) en el culto; y por otro lado ven a la Iglesia («su iglesia», si quieren) no sólo como el conjunto de los creyentes (unidos tal vez por lazos más o menos místicos) sino también -y sobre todo- como una sociedad instituida por Cristo con el fin de enseñar y santificar (no meramente a título individual) : sacramentos y magisterio. El protestante, en cambio, cree que un cristiano (por decirlo como algunos lo dicen; algunos sedicentes católicos, incluso) «no necesita ir a confesarse con un cura».
    A primera vista, resulta un poco arbitrario. Que haya gente que cree cosas distintas, es natural; lo que no se ve claro es la correlación. Y de afuera puede parecer que la devoción mariana es en el catolicismo una especie de bandera que le ha tocado por motivos más o menos azarosos, (esas repartijas de territorios, materiales o ideológicos) y que defiende por motivos de marketing interno o supervivencia.

    ¿Dónde está la correlación? Puede verse por el lado de la mediación. Exagerando, diríamos que el católico «cree en la Iglesia» (en el sentido dicho) por la misma razón de fondo que «cree en María» (en el sentido dicho): porque tiende a acoger de buen grado nociones como «mediación» o «cooperación» (en distintos niveles) mientras que el protestante tiende a rechazarlas como impurezas que atentan contra —digamos— el exclusivismo divino. Y De Lubac cita a Karl Barth (uno de los teólogos protestantes más importantes del último siglo; probablemente el más importante):
    En la doctrina mariana y en el culto mariano es donde aparece manifiesta la herejía de la Iglesia católica romana, y en ella se comprenden todas las demás. La «Madre de Dios» del dogma católico romano es simplemente el principio, el prototipo y el resumen de la criatura humana que coopera a su salvación sirviéndose de la gracia que la previene, y como tal, es también el principio, el prototipo y el resumen de la Iglesia. … Y así, la Iglesia que rinde culto a María debe necesariamente comprenderse a sí misma de la manera que lo ha hecho en el Concilio Vaticano (I); es la Iglesia del hombre que, en virtud de la gracia, coopera a la gracia.
    Y, dice Lubac, prescindiendo del juicio de valor, el católico puede suscribir esto. «La fe católica en la Santísima Virgen resume simbólicamente, en su caso privilegiado, la doctrina de la cooperación humana a la Redención, ofreciendo de esta suerte como la síntesis o la idea madre del dogma de la Iglesia.»

    No traigo esto hoy -fiesta de la Asunción de la Virgen- en clave apologética mariana-anti-protestante, o anti-nada. Ni para jugar al teólogo o para cumplir con la fecha con una reflexión devota, edificante y satisfactoria (¡qué interesante! ¿no?). Tristes flores serían.
    Me importa, ante todo, tenerlo en cuenta, si -como parece probable- ver la relación ayuda a ver los elementos relacionados Entender mejor lo que es el culto a María, y lo que es pertenecer a la Iglesia, y por qué las dos cosas van de la mano; y cuánto, y en qué sentido, uno está necesitado de cooperación. Y para que uno, puesto que ya que se considera católico en el sentido más débil del término, no pierda de vista la obligación de serlo en un sentido más fuerte.

    Conversaciones con Kafka

    Acabo de leer «Conversaciones con Kafka«; es una recopilación de las notas que el autor, Gustav Janouch, entonces un muchacho de diecisiete años, tomó de su contacto con Kakfa a partir de 1920. Un contacto devocional, con esa admiración y esa entrega propia de la juventud. El autor no trata de adornar sus humildes notas, ni de maquillar su devoción (que roza la abyección… y que persiste intacta sesenta años después) ni su torpeza juvenil. Por lo mismo, el libro resultará desvaído a más de uno; y, por lo mismo, a mí me resultó atractivo y -probablemente- verdadero. Yo conozco bastante de la obra de Kafka pero poco de su vida y su persona (debería buscarme una biografía -anoto), así que el libro me aportó unos cuantos datos interesantes. Gratos, en general.

    El autor lo tiene por un guía, una autoridad y hasta un santo. Uno no puede, naturalmente, comprar eso, así nomás; pero yo tampoco puedo descartarlo.
    Hay varios detallecitos dignos de mención, para espigar otro día. Por ahora me quedo con dos:

    Primero. Santo o no, el tipo parece un alma nada vulgar; un hombre religioso (en algún sentido de la palabra que no me da la gana de precisar ahora). Pequeña alegría la de toparme por enésima vez con otra confirmación de aquel axioma —que uno quiere creer más por una cuestión de fe que por motivos racionales— de que un alma vulgar no puede ser un gran artista, que la literatura no es en primer término una cuestión de letras, que para escribir bien primero hay que ser bueno (en ciertos sentidos de «escribir bien» y «ser bueno», que tampoco precisaremos).

    Segundo. Una de las primeras cosas que uno aprende sobre Kafka (creo que fue lo primero que aprendí, antes de leer nada suyo) es que al morir pidió a su amigo Max Brod que quemara todos sus papeles; pedido desobedecido, para satisfacción de tantos lectores. Nunca me detuve a pensar demasiado en los motivos del pedido (y de la desobediencia), ni leí mucho al respecto. Creo que, así, a bulto, el pedido me sonaba como una afectación, o un lapsus… o una simple necedad. En el mejor de los casos, imaginaba, suponiendo que el pedido fuera sincero, debía tratarse de la vergüenza o la insatisfacción de un escritor demasiado exigente para con su obra. Que esto sea modestia o vanidad… es discutible.

    Recién ahora descubro otro aspecto de la cuestión, que debería haberme sido obvio. Que un artista juzgue «mala» y merecedora de destrucción su obra, no necesariamente implica que la considere indigna de tal artista. Puede ser que la considere digna de él e indigna del cosmos; como una especie de blasfemia o de traición. Sobre todo: puede considerar su obra mala no por criterios estéticos sino éticos, por su potencia de hacer mal. Y ese es, pareciera, el caso de Kafka.

    Me avergüenza -casi diría que me desespera- que algo tan elemental no se me haya pasado por la cabeza.

    No agradezca, que no hay de qué

    Esto de tener una dirección de mail tan natural en Gmail, es una ventaja; pero a veces también —con semejante apellido— es un incordio. Recibo montones de mails equivocados (no hablemos de spam), con presupuestos laborales, powerpoints sentimentales, combinaciones bursátiles e informaciones (a veces bastante confidenciales) destinadas al señor Horacio González de Chile, o Humberto González de Colombia o Hilario González de Perú… Creo que lo peorcito fue el caso de un profesor mexicano que, según parece, dio mi dirección como suya a sus alumnos, y me empezaron a llover trabajos prácticos y consultas de exámenes…
    En fin, ya me he acostumbrado, y la respuesta se ha ido tornando más lacónica y automática («destinatario equivocado, favor de sacarme de su lista de contactos»).

    Bueno… Hace unos días recibí un mail que decía:
    Se nos dió Hernán. Liberaron la Misa Tridentina. Debés de estar contento y gracias por tu apoyo a esta causa.
    Y ahí quedé, perplejo y dubitativo…
    No sé, aun ahora, si se trató de uno de esos envíos equivocados.
    Como sea, en algo se equivocó; eso es seguro.

    No deja de interesarme lo del Motu Propio; hasta podría llegar a decir que me alegra. Dificulto que pueda llegar a decir que me entusiasma. Nunca hablaré de una causa que me importe apoyar.
    Ya he dicho bastante de mis simpatías y rechazos. Diré, a riesgo de cansar, que los tradicionalistas me tienen cansado con este tema, entre otros. Me huelen feo sus enardecimientos, y me disgusta el espíritu sectario y resentido con que tantos han salido a festejar la noticia. Me da la impresión de que la importancia que dan a sus rabietas litúrgicas (que, repito, en buena medida comparto) es gravemente desproporcionada, que la pompa y la solemnidad con que entronizan pasiones que al fin y al cabo no suelen pasar de lo estético, junto con la soberbia agresiva de rigor (qué saben esos lo que significa ser católico; eso lo sabemos nosotros) apesta a necedad y fariseísmo. Y, francamente, me parece que hay muchos tomistas que deberían leer esto; tal vez lo han leído, incluso tal vez lo enseñan; pero en los hechos, pareciera que ponen a la religión como virtud teologal (y quizás aun más).
    Es que las guitarras rockanroleras y los curas voseadores de la parroquia me frustan la santidad, viste…. Ahhhh, si me dieran misa en latín, incienso y órgano… ah, ahí sería otro cosa… ahí tendría la devoción perfecta a un pasito; y de ahí a la unión mística, otro.
    Déjemosnos de joder.

    Con todo, yo sentí una módica alegría; y me intriga saber si pasará algo.
    Tengo poco conocimiento y perspectiva. No conozco -y me gustaría conocer- lo que en el fondo piensa el Papa, y los obispos de por acá; y los curas, y los fieles. Supongo que, si algo fuera a cambiar con esto, lo haría muy lentamente. Vemos que las olas van y vienen, no me cuesta demasiado imaginar un resurgir de una liturgia más reverente y digna (aunque tampoco me cuesta imaginar lo contrario); yo tiendo a imaginar que tal resurgir -disparado por este Motu- tiene más posibilidades de arrancar en el norte que acá. Y acá como allá, pondría más fichas en el buen sentido (estético, para empezar) de algunos de las generaciones nuevas; minoritarios pero equilibrados. De la derecha, de los que hicieron suya la causa, poco de bueno puedo esperar; más bien puedo esperar que entorpezcan (por ej.), exasperen y retrasen. Y de los del otro lado, sólo puedo esperar que se extingan. Y de los obispos… qué vamos a decir de los obispos de por acá… si de estas cosas entiendo poco, de esto en particular no entiendo nada.

    Cuatro corcheas

    Lo pensaba hace tiempo, en relación a la arquitectura (y sin saber nada de arquitectura, para variar), cuando veía desde el colectivo algunos de los edificios nuevos de Buenos Aires. Los de Catalinas, por caso.
    Lindos, tal vez. No sé.
    Pero, en todo caso, se me antojaban de una belleza… individualista, como de adolescente egolátrica. Olvídense de los viejos. Ahora, mírenme a mí.

    No sé si será demasiado pedir, que un arquitecto intente no sólo lograr la belleza de su propia creación, sino también el realce de lo existente. No sé si será una falsa impresión la mía, la de que estos creadores en el fondo más bien sentirían como un éxito el haber logrado la obsolescencia de los edificios circundantes; y que, a su vez, su propio brillo actual nació efímero, con tan poca raíz como aliento; con tan escasa veneración por sus abuelos como ambición de ganar la de sus nietos.
    No sé, en fin, si será una falsa impresión esa que tengo, la de que a los creadores de ahora (y abriéndonos de la arquitectura) les falta amor y gratitud cósmica; el sentimiento de que la obra ya está empezada, y que es una dicha que esté empezada, y que es un privilegio el que tienen algunos, de haber sido llamados a poner una pincelada en semejante cuadro, cuatro corcheas en semejante sinfonía.
    Un privilegio, una dicha, y también una responsabilidad y un riesgo.

    Y si no se trata sólo de arquitectura, tampoco se trata sólo de arte (y aun cuando se tratara de un determinado arte, «lo dado» no tiene por qué entenderse como limitado a esa sección del cosmos).
    Pero mejor que intentar remontar vuelo con tan poco carreteo, los dejo con otro ejemplo, bien típico, que conocí estos días, y que, de hecho, fue el que me hizo repensar esta cuestión; y que, de yapa, muestra que aquella gratitud devocional y humilde por «lo dado» (aun cuando el concepto es bien literal, como en este caso) se lleva muy bien con el buen gusto y la audacia artística: La flor de simbelmin, un relato de Alejandro Murgia, sobre el mundo hobbit (pdf).