… [los protestantes acusan al catolicismo de menoscabar]
de idéntica manera la mediación única de Jesucristo
y la soberanía absoluta de Dios. En particular, con respecto
a la justificación de cada fiel o de la venida del Verbo
a nosotros ¿no es necesario creer que todo se produce
«solamente por la gracia de Dios y solamente
por operación del Espíritu Santo, sin que para
nada intervenga la acción humana»?
Estas últimas palabras son de Lutero. Y la idea la comparten sus herederos espirituales. A esto responde la teología católica que tal exigencia sólo tiene de cristiana la apariencia. En realidad, ni la gratuidad de la iniciativa divina ni la trascendencia de su acción pueden verse contradichas en lo más mínimo por una economía de salvación que fue instituida por el mismo Dios. Ni María ni la Iglesia reemplazan de ninguna manera a nuestros ojos a la Humanidad de Jesucristo; el doble misterio no reconocido por la Reforma es, por el contrario, la garantía de la seriedad de la Encarnación [1], al tiempo que testimonia el designio divino de asociar a la criatura a la obra de su salvación.
Y después de enumerar multitud de ejemplos en los que la exégesis
tradicional aplica los mismos símbolos bíblicos a la Iglesia
y a María (la nueva Eva; el Edén ; el árbol del Paraíso, cuyo
fruto es Jesús; el Arca de la Alianza; la Escala de Jacob;
la puerta del Cielo; el Vellón de Gedeón; el Tabernáculo;
el Trono de Salomón; la Ciudad Mística de Dios;
la Mujer fuerte de los Proverbios; la Esposa ataviada para
recibir al Esposo; la enemiga de la Serpiente; la mujer
vestida del Sol, del Apocalipsis; la Sabiduría…) dice Lubac:
Estas últimas palabras son de Lutero. Y la idea la comparten sus herederos espirituales. A esto responde la teología católica que tal exigencia sólo tiene de cristiana la apariencia. En realidad, ni la gratuidad de la iniciativa divina ni la trascendencia de su acción pueden verse contradichas en lo más mínimo por una economía de salvación que fue instituida por el mismo Dios. Ni María ni la Iglesia reemplazan de ninguna manera a nuestros ojos a la Humanidad de Jesucristo; el doble misterio no reconocido por la Reforma es, por el contrario, la garantía de la seriedad de la Encarnación [1], al tiempo que testimonia el designio divino de asociar a la criatura a la obra de su salvación.
… en todo esto hay mucho más que un paralelismo o uso
alternado de símbolos ambivalentes. Es que la conciencia
cristiana se percató muy pronto —y lo proclamó de mil
maneras, en el arte, la litaratura, la liturgia— de
que María «es la figura ideal de la Iglesia». Ella es «su Sacramento».
[…] Esto se verifica en los dos aspectos fundamentales de la Iglesia,
en cuanto santificante y en cuanto santificada.
Según el primero de estos aspectos, la maternidad de la Virgen es trasunto perfecto de la maternidad de la Iglesia. […] Y ya en el siglo II, en la carta que nos ha conservado Eusebio, los cristianos de Viena y de Lyon hablaban de la santa Iglesia como de «nuestra madre virginal».[…]
Y la analogía no es menos fecunda cuando se la mira bajo el segundo aspecto, como comunidad de los santos. … Si es verdad que la Iglesia se ha fundado sobre la fe en su Señor, también es cierto que María, por la fuerza de su fe, sostuvo y llevó sobre sí, a lo largo de la Pasión, todo el edificio de la Iglesia […] y en la larga vigilia del Sábado Santo toda la vida del Cuerpo Místico estaba concentrada y refugiada en ella como en su corazón [2]. … En ella se bosqueja toda la Iglesia y al mismo tiempo llega ya a su última perfección.
En otro capítulo de este libro, no tratando ya de María,
de Lubac cuenta el caso de un sacerdote apóstata, que al tiempo
de abandonar la Iglesia fue visitado por un librepensador (un
«filósofo», como se decía en aquel tiempo). Cuando éste lo felicitó, el cura respondió: «Ahora no soy más que un filósofo; es decir, un hombre solo«.Según el primero de estos aspectos, la maternidad de la Virgen es trasunto perfecto de la maternidad de la Iglesia. […] Y ya en el siglo II, en la carta que nos ha conservado Eusebio, los cristianos de Viena y de Lyon hablaban de la santa Iglesia como de «nuestra madre virginal».[…]
Y la analogía no es menos fecunda cuando se la mira bajo el segundo aspecto, como comunidad de los santos. … Si es verdad que la Iglesia se ha fundado sobre la fe en su Señor, también es cierto que María, por la fuerza de su fe, sostuvo y llevó sobre sí, a lo largo de la Pasión, todo el edificio de la Iglesia […] y en la larga vigilia del Sábado Santo toda la vida del Cuerpo Místico estaba concentrada y refugiada en ella como en su corazón [2]. … En ella se bosqueja toda la Iglesia y al mismo tiempo llega ya a su última perfección.
Me impresionó esto (aunque no tengo por qué creer en su veracidad).
¿Tenemos los católicos ese sentimiento? Que los de afuera vean al catolicismo como una especie de club o partido, un conjunto de gente con ciertas ideas/creencias/opiniones en común, es lógico. Pero ¿los de adentro vemos algo mejor? ¿Sentimos que, de no contar con la Iglesia estaríamos solos? Y no debe tratarse acá de esa sociabilidad que procura el contacto con otros católicos en la parroquia (o en un blog), tampoco del consuelo de encontrar -o meramente saber que existen- gentes que «piensan lo mismo», como lectores/comentaristas de La Nación que disfrutan al saber leer a otros opositores al gobierno…; todo eso es tan reemplazable como precario, la verdadera soledad pasa por otro lado. Quedarse sin la Iglesia es —y así deberíamos sentirlo— como para un chico quedarse sin padres, sin familia, sin amigos y sin casa.
Y, claro: quedarse sin María, sería más o menos lo mismo.
1. San Juan Damasceno, De fide ortodoxa: («El sólo nombre de la Madre de Dios encierra todo el misterio de la Economía»)
2. Aspecto que uno puede encontrar, más o menos logrado, en La Pasión (Mel Gibson), en el Viernes. Con respecto al Sábado: Lubac anota al pasar que a este es el origen de que el sábado sea el día consagrado a la Virgen, cosa que yo desconocía.