— Chesterton es tan gracioso que casi se podría pensar que ha encontrado a Dios —dijo Kafka.
— ¿Así que la risa es para usted una señal de religiosidad?
— No siempre. Pero en estos tiempos despojados de Dios es preciso ser gracioso. Es un deber. La orquesta del barco siguió tocando en el Titanic hasta el final. De este modo se le arranca a la desesperación el suelo que está pisando.
— No obstante, una alegría forzada es mucho más triste que una tristeza abiertamente reconocida.
— Es verdad. Sin embargo, la tristeza es desesperada, mientras que las perspectivas, la esperanza, el seguir adelante son lo único que importa. El peligro reside sólo en un instante breve y limitado. Tras él viene el abismo. Si se consigue superar ese momento, las cosas habrán cambiado. Lo único que importa es el instante. Él es quien determina la vida
G. Janouch, Conversaciones con Kafka.
— ¿Así que la risa es para usted una señal de religiosidad?
— No siempre. Pero en estos tiempos despojados de Dios es preciso ser gracioso. Es un deber. La orquesta del barco siguió tocando en el Titanic hasta el final. De este modo se le arranca a la desesperación el suelo que está pisando.
— No obstante, una alegría forzada es mucho más triste que una tristeza abiertamente reconocida.
— Es verdad. Sin embargo, la tristeza es desesperada, mientras que las perspectivas, la esperanza, el seguir adelante son lo único que importa. El peligro reside sólo en un instante breve y limitado. Tras él viene el abismo. Si se consigue superar ese momento, las cosas habrán cambiado. Lo único que importa es el instante. Él es quien determina la vida
Bastante a contrapelo de ciertos estereotipos kafkianos, ¿no? (el «petrimetre de la angustia» han llegado a decirle, si no recuerdo mal). Y, quizás, no lejos del punto central donde se define la religiosidad de un hombre.
Algo (acaso demasiado) se ha dicho ya en este blog contra la tentación de la tristeza, ese «sucio vértigo» que decía Bernanos; y de obligación de la gratitud, la admiración y el ánimo; formas de la virtud de la esperanza, que debería atravesar todos los planos de la existencia. Hasta hemos querido encontrar rasgos virtuosos, en ese sentido, en algunas expresiones populares de por acá (la palabra «amargo» usada como reproche; el «aguante»…).
Que la tristeza es desesperación (y por consiguiente, pecado) es cosa que sólo puede decirse con algún fundamento desde la pietas, pareciera; la filosofía, la ética ahí quedan mudas. Y de optimismo (palabreja que tanto le han endilgado a Chesterton) ni hablemos.