Archivo por meses: febrero 2006

Oración unamunesca

…Haz, Señor, que pueda yo comprender a los que marchan a mi lado espoleados por otro acicate que el que a mí, por tu mano, me espolea, y encorvados bajo otra cruz que la que a mí, por tu misericordia, me abruma […] Haz que los comprenda a todos.

Tú sabes mi senda, Señor, y que he de ir a donde Tú quieras llevarme y no a donde quieran llevarme mis hermanos. Y yo sé, Señor, que no hay más cordura que dejarse llevar de tu mano.

Vamos por tus sendas solitarios y señeros. Tú nos juntas, apuñándonos en tu mano, como junta un niño, apuñándolas, un puñado de avellanas. Pero yo me siento dentro de mi cáscara, solo, y siento la soledad de aquellos que con sus cáscaras se aprietan a la mía. Y oigo el lenguaje de la soledad, que es el tuyo, Señor. Y sé que en la soledad nos aúnas como aunaste a tu pueblo en el desierto.

Haz, Señor, que desde mi soledad sirva a las soledades de mis hermanos y que al fin nos encontremos todos en Ti, a quien van a dar nuestros senderos. Y ayúdame a hacer de esta Tierra tu reino, el reino de la justicia y de la verdad, cuyo advenimiento piden a diario tantas bocas de inocentes que, por no saber lo que piden, lo piden con mayor eficacia.

No me dejes descansar ni detenerme sino para tomar un ligerísimo huelgo en mi senda, Señor. No me dejes descansar
Es de un texto de mi querido Miguel de Unamuno, publicado en un periódico («Nuevo mundo»; Madrid, 1916), y recogido en el tomo 4 de «De esto y aquello». Ahí va completo:
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Dostoyevsky

Sigo con «Los orígenes intelectuales del leninismo», de Alain Besancon. Un poco arduo para uno, no muy conocedor de la historia, ni aficionado a esos esquemas, pero da la impresión de seriedad, y saco cosas instructivas y sugerentes. La relación de la ideología con el gnosticismo; la historia (crítica) de la religiosidad rusa…. y otros temitas que acaso visitaremos. Entre ellos, no podía faltar en un repaso de la vida cultural del siglo XIX ruso, la figura de Dostoyevsky. Besancon le dedica un buen espacio; y me cayó bien que, a pesar de su posición (cristiana, crítica hacia la ideología soviética) no sea indulgente con el viejo y querido Fedor.
Porque, si por un lado, amo a Dostoyevsky (de los muchos escritores que quiero, acaso sea el que pondría en primer lugar), no deja de causarme alguna molestia la devoción -algo demasiado ruidosa- que le tienen muchos católicos… como uno. Un poquito de mirada crítica:
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Me dicen que…

  • … hay una referencia al tema del cóndor ciego en la obra de José María Rosa; específicamente, en un ensayo sobre la muerte de Lavalle (no sólo Unamuno lo usó metafóricamente, por lo visto). Y parece que el asunto era bastante conocido; y parece -cosa que seguramente contribuye a hacerlo menos conocido en estos tiempos- que era diversión indígena.

  • … uno armó un blog (fotoblog ? dibu-blog?), donde cada entrada es un dibujo religioso hecho -a pulso- en una Palm.
  • Científicos eran los de antes

    Ya que de ciegos que vuelan alto hablamos: Leonard Euler fue el matemático más grande (y no le faltaba competencia) del siglo XVIII.
    Nacido en Suiza en 1707, hijo de un pastor calvinista, dejó sus estudios de teología a los quince años (pero sin dejar nunca de ser un cristiano muy devoto). Vivió bastante tiempo en Rusia (San Petersburgo) y en Berlín. Perdió un ojo a los 28 años, y antes de los 60 había perdido la vista del otro. No disminuyó por esto su prodigiosa productividad científica, más bien al contrario: ya ciego, escribió más de 400 papers y varios libros, antes de morir a los 76 años. Se calcula que escribió un promedio de 800 páginas por año, durante casi toda su vida; todo de excelente calidad, en todas las ramas de la matemática.
    Tenía una enorme facilidad para el cálculo y una memoria descomunal: se sabía, por ejemplo, hasta la sexta potencia de los cien primeros primos.
    Pero no todo era matemática: la memoria también la usó para aprender muchísimos poemas (podía recitar La Eneida completa). Y más:
    … Podría pensarse que sólo pudo mantener tal volumen de actividad a costa de todos los demás intereses; pero Euler se casó y tuvo trece hijos, estando siempre atento al bienestar de su familia; educó a sus hijos y nietos, construyendo juegos científicos para ellos y pasando tardes leyéndoles la Biblia.
    También era aficionado a opinar sobre cuestiones filosóficas, aunque aquí descubrió su único punto débil y recibió por ello frecuentes pullas de Voltaire; en una ocasión se vio forzado a reconocer que nunca había estudiado filosofía y lamentó haber creído que se podía comprender dicha materia sin haberla estudiado; pero el ánimo de Euler para las disputas filosóficas no disminuyó y continuó empeñandose en ellas; incluso se divertía con las mordaces críticas que recibía de Voltaire.
    Rodeado de un respeto universal -bien merecido por la nobleza de su carácter- pudo, al final de su vida, considerar como discípulos suyos a todos los matemáticos de Europa.
    (del libro de Morris Kline). Algo más acá y acá.

    El cóndor ciego

    En uno de los cuentos de Fray Mocho que estoy leyendo estos días, topé con el relato de una diversión algo brutal que al parecer se practica en nuestros Andes (no sé si será costumbre indígena), y que yo conocía por algún libro de Unamuno (creo que «El sentimiento trágico de la vida«, debería buscar, pero hace demasiado calor).
    Se trata de cazar un cóndor vivo, cegarlo y dejarlo libre. Resulta entonces (o al menos así se lo contaron a Unamuno) que el cóndor levanta vuelo vertical, porque su instinto asocia la oscuridad que lo rodea a las zonas bajas, a los valles y desfiladeros; y así sube y sube, buscando la luz de las alturas… hasta que le revientan los pulmones y cae muerto.

    Fray Mocho lo cuenta parecido, pero con otra explicación. Tras relatar la esforzada (e ingeniosa) captura del cóndor, por un viejo gaucho cordobés, el relato termina así:

    -Ya ve, señor, cómo más valen las mañas que los fusiles. Y es grande el condenao… Con razón por poco no me levantaba…
    -¿Sabe que esto se llama hazaña, viejo? .. .
    -No tanto, señor… pero los muchachos no hacen esto todavía… Y aura lo hagamos suicidarse a este roñoso… ¿no le parece?
    Sacó el viejo una lesna del bolsillo de su tirador y al propio tiempo que traspasaba con ella ambos ojos del enorme pájaro de presa, los mocetones lo largaron…
    Corrió un trecho, graznando de dolor, y luego se remontó casi recto, siguiéndole nuestra vista entre el enjambre de sus compañeros, que revoloteando en círculo lo rodeaban curiosos, pero que él no atendía, y así se perdió en el infinito azul…
    -No crea que v’a dir lejos… Aura, lo que se vea ciego, se descuelga desde las nubes a cuerpo muerto y se destroza sobre las piedras…
    Y así fue. De repente lo vimos caer pesadamente, allá, en la lejanía brumosa de los cerros desiertos.
    La versión de Unamuno parece más convincente… además de más sugerente, más apta para la metáfora Y ya se imaginarán que en esa línea metafórica es que el vasco trae la historia. Y la retoma (esta cita la encontré) promediando «El Cristo de Velázquez»:

    ¿No es acaso esa sangre del poniente
    señal del pensamiento dolorido
    de la pobre alma humana, que con saltos
    de loco escudriñar quiso la bóveda
    del cielo azul romper y ver los ojos
    de Aquel que a dar tu sangre así Te enviara
    como remedio de esa sangre trágica?

    Ciegan, crueles, al cóndor de los Andes,
    lo sueltan, y el ceñudo soberano
    de las crestas, creyéndose en el fondo
    de barranca sin luz, levanta el vuelo,
    derecho, a plomo, así como guardando
    sus alas de los tormos de las rocas;
    va buscando la luz sin ojos, sube,
    no la encuentra ¡cuitado! y va subiendo,
    y llega a las alturas en que el aire
    para el vuelo y el huelgo se adelgaza;
    no logra respirar, sigue buscando
    la luz de vida con sus cuencas ciegas;
    pliega sobre su pecho que revienta
    su corvo pico y se desploma muerto.

    Así del hombre el insaciable espíritu
    tras de la luz se alzó hasta las alturas
    donde no hay aire para el huelgo y vuelo,
    saber buscando a trueque del ahogo;
    pero bajaste Tú, luz de la gloria,
    la vida que era luz para los hombres,
    luz que en lo oscuro brilla iluminando,
    a todo hermano tuyo que a este mundo
    a respirar el graso aire del valle
    mejido(?) con la boira(?) de las lágrimas
    y del sudor penitencial se viene.
    Me pregunto, cuál será la versión verdadera… o la más verdadera, en todo caso. Y no me vengan a decir que el cóndor de Unamuno en cierta forma también es un suicida, y que eso también podría aplicarse al otro término de la metáfora… no me lo digan, que hace calor y estoy un poco embotado (más que de costumbre).

    El que se mira al espejo

    En la misa de hoy se leyó algo de la epístola de Santiago:
    …Tengan bien presente, hermanos muy queridos, que debemos estar dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar y para enojarnos.
    La ira del hombre nunca realiza la justicia de Dios.
    Dejen de lado, entonces, toda impureza y todo resto de maldad, y reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos.
    Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos.
    El que oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre que se mira en el espejo, pero en seguida se va y se olvida de cómo es.
    El versículo sobre la ira me despertó… y así paré mientes (por primera vez, creo) en esa curiosa comparación final del espejo. Suena muy sugestiva, aunque no estoy seguro de entenderla bien… (alguna exégesis?).

    Pienso —provisionalmente, a falta de otra cosa— que «oír la Palabra» se asimila a conocer el Bien de una manera abstracta, no vital; que este conocimiento, por más que nos parezca nítido, si no está incorporado, si no forma parte integral de nuestro actuar, es ilusorio: de hecho, se olvida. Análogamente, el conocimiento de uno mismo que da el espejo es, no obstante su engañosa nitidez, vano y por lo mismo efímero. El que se conoce a sí mismo, se conoce habitualmente, aunque no tenga un espejo delante.

    Esto podría enlazarse, acaso (uno siempre encontrando demasiadas relaciones) con aquello de pretender estar del lado del Bien por el hecho de reconocerlo (o mejor: de reconocer su opuesto, el mal), en lugar de por hacer el bien.

    Conocer el bien, y no practicarlo, no es ser bueno.
    Pero es un primer paso, me dirán.
    Hummmm…no sé, miren… les diré.

    (Por otro lado… si eso dice Santiago del que en lugar de hacer el bien, se da por contento con oír la Palabra, qué diría del que se da por hecho con escribir —a favor de Dios… of course!— en un blog).

    El castillo otra vez

    Finalmente vi en cine El Castillo Errante de Howl (El increíble castillo vagabundo). Un gusto. Y me alegro de haberla visto antes (via fansubs) porque así pude disfrutarla mejor.

    Acá en Argentina sólo se está proyectando doblada. Pero, aunque en general prefiero los subtítulos, en este caso no tengo nada que objetar; las ventajas (poder concentrar la vista completamente en los dibujos) compensan las desventajas (perderse las voces originales). Y el doblaje está bastante bien: idioma español neutro, voces adecuadas (aunque la voz cascada de Sophie es un poco confusa por momentos), traducción correcta (en muchos casos mejora los subtítulos que conocía; pocas libertades discutibles). Bueno sonido (aunque la música no es de lo mejor de Joe Hisaishi; un poco repetitiva), y buena imagen (esencial! ; más de una vez se echaba de menos la posibilidad de apretar «Pause» para ver mejor los detalles).

    La película no ha tenido demasiada publicidad ni demasiada respuesta de público, no creo que dure mucho en cartel. Habrá que apurarse, pues.

    Acá van links a críticas de los diarios argentinos: LNClarínP12Amb

    Como el argumento es confuso por momentos, abajo esbozo un resumen, con algunas explicaciones (o interpretaciones). Tiene algunos «spoilers» (cuenta el final, arruina el efecto sorpresa), por lo que algunos preferirán leerlo después de ver la película y no antes. Pero si la van a ver una sola vez, por ahí conviene ir con la historia ya algo masticada.
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    Viva Dios – 2

    Comentarios varios recibidos:
  • el embajador me dice que probablemente Unamuno se refiere a un lema conocido en el tradicionalismo (político) español: «¡Viva Dios que nunca muere y si muere resucita!«; y agrega: «Personalmente no veo la blasfemia por ningún sitio.»
  • Ignacio me recuerda (un poco en la misma línea) el «Viva Cristo Rey» de los cristeros. Y la invocación «Viva Jesús», que San Francisco de Sales emplea varias veces en su famoso Introducción a la vida devota.
  • El P. Miguel me acota que el salmo habría que leerlo mejor en modo indicativo (simple afirmación), «Dios vive». «… hay aquí como un gozo por la certeza que Dios vive». De hecho, así traducen la versión en inglés.
  • Juan y Juan Pablo me recuerdan que en el habla viva actual, el «viva» no es una conjugación de «vivir», sino una procalmación de adhesión entusiasta, a modo de festejo y arenga. («Viva Perón», «viva Boca», «viva la chicha y el vino«).

    Bueno, no me meteré a comentar los comentarios (no arranqué con paso firme, después de todo…). Pero digamos rápidamente que: a lo primero, la invocación completa española me suena peor, así ampliada. Lo de los cristeros, apenas mejor. A San Francisco de Sales puedo desconfiarle menos (y en este caso, por tratarse de «Jesús», puedo admitirlo más fácil en el modo arenga/alabanza/jaculatoria). A lo tercero, que la traducción alternativa me vendría bien, pero no parece ser muy seguida en español; aunque me resulta plausible verlo como «gozo por la certeza de que Dios vive». Y a lo cuarto… sí, está claro; también decimos «No te mueras nunca», o «Aguante!», y no es muy separable la afirmación («estás vivo, me alegro de tu existencia») del deseo («ojalá vivas siempre», «haría cualquier cosa para defender tu vida») y declaración de principios con arenga convocante. Y es cierto que no tengo problemas con esa expresión cuando se aplica (en manifestaciones públicas de fe) a santos, y sobre todo a María (aclamaciones y aplausos incluidos). Pero a Dios… no sé, me da cosa… Exagerando un poco, me suena, en algunas de las variantes, a «No te preocupes, yo estoy de tu lado, yo te voy a defender»… Complejos, me dirán, falta de sencillez de mi parte. Es muy probable.
  • Silvio Pellico

    «Mis prisiones», de Silvio Pellico, es uno de esos libros que uno siempre se ha tropezado en las mesas de usados, y nunca ha tenido en cuenta. Lo compré, sin embargo, el otro día, no recuerdo por qué; y lo leí de un tirón (dos noches) y con mucho gusto.
    Busqué luego referencias en Internet, y me hizo gracia encontrar esta mención laudatoria de Castellani (y a propósito de Leon Bloy!) que no recordaba para nada. Y además —curiosa simetría— el repudio de nuestro Sarmiento en «Recuerdos de provincia» (otro libro que tengo que leer).
    A los dieciséis años de mi vida entré en la cárcel, y salí de ella con opiniones políticas, lo contrario de Silvio Pellico, a quien las prisiones enseñaron la moral de la resignación y del anonadamiento. Desde que cayó en mis manos por la primera vez el libro Mis Prisiones, inspiróme horror la doctrina del abatimiento moral que el preso salió a predicar por el mundo, que hallaron tan aceptables los reyes que se sentían amenazados por la energía de los pueblos. ¡Ya anduviera adelantada la especie humana, si el hombre necesitase, para comprender bien los intereses de la patria, tener ejercicios espirituales por ocho años en los calabozos de Espilberg, la Bastilla y los Santos Lugares! ¡Ay del mundo, si el zar de Rusia, el emperador de Austria o Rosas, pudiesen enseñar moral a los hombres!
    El libro de Silvio Pellico es la muerte del alma, la moral de los calabozos, el veneno lento de la degradación del espíritu. Su libro y él han pasado por fortuna, y el mundo seguido adelante, en despecho de los estropeados, paralíticos y valetudinarios que las luchas políticas han dejado.
    Este Sarmiento…

    Pellico era un escritor italiano (1788-1854), revolucionario –carbonario– que a los 32 años fue encarcelado por los austríacos, sentenciado a muerte y conmutada la pena por prisión (completamente incomunicado); lo soltaron a los 41 años.

    «Las prisiones» es su libro más conocido; es un relato de (¿adivinaron?) su vida en prisión, que empezó escribiendo por el consejo de un cura, y con la oposición de sus amigos, un poco escandalizados de su… beatería.
    Como a tantos otros, la prisión marcó espiritualmente a Pellico. Escéptico antes (en un ambiente polarizado entre «la filosofía» -ilustrada, claro- y «el cristianismo») se hizo entonces cristiano ferviente; sin renunciar a «la filosofía», aunque sí a cierto espíritu militante… como le reprocha Sarmiento. Lo curioso, casi cómico a mi ver, es que su «conversión» (entrecomillo, porque ni antes era ateo ni después dejó de tener recaídas) ocurrió tras la primer noche en detención, nomás.

    No sé si el libro es bueno, tal vez no. (La wikipedia comenta con leve desprecio: «Su memoria perdura gracias a la narrativa simple y el egocentrismo ingenuo de ‘Mis prisiones’: Pellico ganó la fama por sus desventuras más que por su genio.»). Pero a uno, aficionado a los diarios y a las almas simples y humildes, estas cosas lo pueden.

    Una anécdota edificante tan trivial como esta, me acompañará por quién sabe cuánto tiempo:
    La incomodidad de la cadena al pie, que no me dejaba dormir, contribuía a arruinar mi salud. Schiller [*] quería que yo reclamase y pretendía que el médico debía ordenar que me la quitaran.

    Al principio no le hice caso; luego cedí a su consejo, y dije al médico que, para poder conciliar el sueño, le suplicaba hacerme desencadenar, siquiera por algunos días. Contestó el médico que mi fiebre no era tanta que pudiera matarme y que era necesario que me acostumbrase a los hierros.

    La respuesta me indignó, y sentí rabia de haberme rebajado a suplicar aquella gracia.

    -He aquí lo que he ganado en ceder a su insistencia- le reproché a Schiller.
    Se lo dije en tono tan áspero, que el rudo hombre se ofendió.

    -A usted le duele haberse expuesto a una negativa y a mí me duele que usted se ensoberbezca conmigo.

    En seguida me espetó un largo sermón:
    Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar ofertas, en avergonzarse de mil pequeñeces. ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza! ¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!
    Esto dijo, y fuese haciendo un ruido infernal con las llaves. Me quedé aturdido.
    -Esta ruda franqueza me agrada -me dije-, me agrada. Sale del corazón, como sus obsequios, como sus consejos, como su compasión. ¿No me dijo la verdad? ¡A cuánta debilidad doy yo el nombre de dignidad, cuando no es otra cosa que soberbia!

    A la hora de la comida, Schiller dejó que el presidiario Kunda me trajera los platos y el agua y se quedó en la puerta. Le llamé.
    -No tengo tiempo -contestó secamente.
    Me levanté, fui a él y le dije:
    -Si quiere que la comida me haga provecho, no me ponga esa cara de enojo.
    -Y qué cara he de poner? -preguntó serenándose.
    -De hombre alegre, de amigo -repuse.
    -¡Bien, viva la alegría! -exclamó-. Y si, para que la comida le haga provecho, quiere también verme bailar, lo haré.
    Y púsose a dar zancadas con sus flacas y largas pértigas tan alegremente que solté la carcajada. Yo reía, pero tenía el corazón conmovido.

    [* En la cárcel austríaca, a Pellico le tocó como carcelero un anciano rudo y de buen corazón, llamado Schiller, que hacía lo posible por aliviarle la vida sin faltar a sus deberes. Téngase en cuenta que Pellico, con toda su «filosofía» y sus ideas «democráticas» vivía en un tiempo donde las cuestiones de honor y las condiciones de señores/siervos pesaban… El mismo cuenta que apenas llegado a su celda, y viendo que su nuevo carcelero quería dar la impresión de buena persona, «lo probó» ordenándole, prácticamente, que le diera de beber, como si fuera su criado. El viejo Schiller se tragó la humillación y obedeció; enseguida Pellico se arrepiente de su soberbia. Lo relatado, transcurre años después].

    Viva Dios

    Cuenta Miguel de Unamuno el caso de un general carlista vasco de la guerra civil (de 1873-1876) que…
    … al atacar a los liberales, lanzaba al cielo esta blasfemia inconsciente: «¡Viva Dios.
    Se dice «Vive Dios que…»; pero ¿ «Viva Dios», en subjuntivo, en desiderativo?…
    ¡Acaso en imperativo!
    La anécdota, claro, le viene al pelo a Unamuno para ilustrar la agonía en que (según él) se debate el cristiano, el que quiere -y a duras penas puede- creer. Yo no tengo un gran aprecio por esa manera unamuniana de entender la vida de la fe, y por ese libro («La agonía del cristianismo») en particular. Pero lo de este general tiene su gracia.

    Yo diría más bien que el «Viva Dios» es una expresión probablemente desesperada; y que, sea cual sea el modo gramatical (subjuntivo, desiderativo… o imperativo) denota una religiosidad desviada. Y hasta diría que, si no se pone en forma afirmativa, la frase es -en efecto- una especie de blasfemia. Y agregaría un par de párrafos con citas para argumentar…

    Pero hete aquí que la semana pasada (a poco de encontrar yo esa cita de Unamuno, que no recordaba en qué libro estaba) voy a misa y escucho que el salmo me hace polvo el argumento:
    ¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca!
    ¡Ensalzado sea el Dios que me salva!…
    Y bueno. Dejémoslo así.
    Naturalmente, si uno fuera alguna vocación o práctica en la redacción de ensayos intelectuales (para periódicos argentinos, sobre todo), fácilmente encontraría la manera de retocar los argumentos para que el dicho salmo cayera como una confirmación (encontrada como de casualidad) en lugar de una refutación. (Bla bla bla bla…. Esto explica por qué el salmo dice … bla bla bla… ). Y es más: tengo que resistir la tentación de intentarlo.

    Pero dejémoslo ahí.

    Quedémosnos con esto: en general, cuando uno encuentra en uno de esos ensayos tan seguros de sí mismos un párrafo que empieza con «Esto explica por qué…» o algo similar, conviene desconfiar.

    Dios vive

    Cayó alguna vez en mi biblioteca una compilación de un congreso de intelectuales fraceses católicos, en 1953. Su sesión de clausura tuvo como título: Dios vive. Lema que, decía el presentador, habían usado las asambleas católicas alemanas el año anterior en Berlín, en respuesta al ateísmo oficial «de mas allá de la cortina de hierro». Y testimonio, además, de misioneros y sacerdotes en tribunales y prisiones de la China comunista.

    Y me gusta. Como afirmación del creyente frente el ateísmo, «Dios vive» es la justa; mucho mejor que «Dios existe», sin dudas.
    Se reconoce el verdadero Dios en el hecho de que vive. Y ése es el mejor medio para El de poner fin a todas las objeciones sobre su existencia. Ahora bien, el Dios vivo torna vivas a todas las cosas. Y, desde que se lo suprime, toda alegría se marchita.
    El texto es de Stanislas Fumet (único biógrafo/analista de Leon Bloy que haya logrado interesarme), abajo copio algo más.
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    Daneses

    Podría uno, forzando algo las cosas, pensar en una especie de tradición nacional. Porque, hace siglo y medio, un pasquín satírico danés se las agarró mal con Kierkegaard: lo ridiculizó de varias maneras (caricaturas, entre otras) y con especial saña, al punto de que el tipo pasó a ser una figura cómica entre el pueblo de Copenhague. Para Kierkegaard, como se ve en sus diarios, el Corsair affair fue un trago muy amargo.
    Curiosidad nomás.

    Y para que nadie crea que esto es un palo a los daneses (al fin y al cabo, el mismo Kierkegaard lo era), vaya otra referencia.
    El fin de semana pasado vi «La fiesta de Babette«, y fue un verdadero placer. Muy linda película.
    Que, de paso, tiene su lado religioso; y que pinta ciertos aspectos del cristianismo luterano-pietista, que me recordaban al padre de Kierkegaard.


    [* Es sugestivo que Página 12 hable -y casi sin ironía- de «pequeño pecado» para referirse a la inocentísima fiesta]

    Dios vivo

    Esto que sigue vendría a cuento de (y lo empecé a pensar en relación con) aquello de que «creer en Dios» no debería ser pensado así nomás como sinónimo de «creer en la existencia de Dios», como hacen tantos ateos y creyentes. Pero también podría verse en la línea de aquella crítica esbozada a la expresión «búsqueda de Dios»; expresión que -decíamos- puede ser engañosa, porque lo que suele buscarse no es Dios sino una imaginación, porque Dios no se busca, y porque es Dios quien busca. Naturalmente, los dos equívocos (si es que son tales) vienen conectados: el Dios como un ente meramente existente, es -más o menos- el mismo Dios que se plantea como objeto meramente hallable.
    Y lo que puede tener de inauténtico esta búsqueda, creo yo, se ve bastante claro al considerar que Dios es un Dios vivo.

    C. S. Lewis trae al respecto una ilustración muy simple pero fuerte: esa reacción elemental que el hombre experimenta -instinto de supervivencia, seguramente- cuando de repente advierte la presencia de algo vivo donde creía que sólo había materia inerte. Uno busca algo en un desván, a tientas; palpa lo que supone una bolsa o un almohadón… y de pronto se mueve (ups! está vivo!). Estamos descansando en un lugar solitario, y creemos oir un ruido que denota la presencia cercana de algo (algo vivo, algo que quizás ya sabe que estamos acá)… Visceralmente, antes de poder detenerse a pensar «qué es», antes de que la razón pueda hacer hipótesis sobre su naturaleza y su peligrosidad, el hombre se sobresalta, se siente amenazado y se pone en guardia.

    En primera instancia, nos asusta toparnos con algo vivo. Bueno, me dirán… si es una planta, no. Y si es una vaquita de San Antonio… poco o nada . Algo más si es un animal más importante. Y si es un hombre, más. ¿Y si es un ángel? ¿Y si es Dios? … ¿Es creíble que uno puede «buscar a Dios» sin miedo a encontrarlo, como si descubrirlo nos fuera a dejar tan satisfechos y tranquilos como resolver un crucigrama?

    Decía Pieper citando la frase de Lewis:
    … si el hombre es por naturaleza un ser de fronteras abiertas y si Dios es un ser personal capaz de hablar, será propio de la situación fundamental del hombre natural el que Dios pueda dirigirse a él y hablarle. Pero esto, realizado de verdad, es una idea que choca a ese hombre natural. No deja de ser tremendo, dice en una ocasión C. S. Lewis en su libro sobre el milagro, dar con algo vivo allí donde creíamos estar completamente solos. ¡Caramba, exclamamos, ahí hay algo vivo!

    «Un Dios impersonal: está bien. Un Dios subjetivo de lo verdadero, lo bello y lo bueno, adentro de nuestra cabeza: mejor aún. Una informe fuerza vital que se expresa a través nuestro, un poder del que nos alimentamos: eso es lo mejor de todo. Pero Dios mismo, Dios vivo, tirando del otro extremo del cordel, que quizás se acerca a nosotros a infinita velocidad; el cazador, el rey, el esposo… eso ya es otra cosa.
    Llega el momento en que los niños que estaban jugando a los ladrones se detienen asustados: ¿hay alguien de verdad subiendo la escalera? Llega el momento en que hombres que han estado experimentando con la religión («la búsqueda de Dios!»), de repente se vuelven atrás: ¿y si lo hubiéramos encontrado? ¡No pretendíamos llegar tan lejos!. O, lo que es peor: ¿y si él nos hubiera encontrado?
    Ahí hay una especie de Rubicón. Alguno lo pasa; otro, no. Pero si se pasa, ya no hay garantía alguna frente al milagro.»

    Hasta aquí C. S. Lewis. No tengo sino añadir una consideración: si Dios es verdaderamente entendido como un «quién» y no como un «qué», esto es, como alguien que puede hablar, ya no hay «garantía» alguna frente a la revelación. Pero la única respuesta sensata del hombre a la revelación es fe.
    Quedarían varias cosas por notar, sólo las punteo:
  • La fe como respuesta a la revelación. Nótese que no se trata de creer en la existencia de Dios.
  • ¿Hay relación entre ese susto visceral ante lo muy vivo, y el concepto de «lo numinoso»? Es muy probable. Pero…
  • … pero todo esto de ningún modo implica que sólo es «creyente» aquel que experimenta o ha experimentado ese susto; es de suponer que Dios tendrá su manera (o sus mil maneras) de hablar a cada hombre.
  • El castillo

    Acá en Argentina se estrena la semana que viene (aunque la nota no lo dice) la última de Miyazaki, Howl’s moving Castle («El increíble castillo vagabundo»).
    Esta semana ha resultada nominada al Oscar (dejando fuera a Madagascar y Chicken Little) pero no tiene posibilades (dicen todos) frente a Wallace & Grommit y El cadáver de la novia. Al menos le sirve como publicidad, antes del estreno.

    Casi todos dicen, además, que no es lo mejor de Miyazaki. Diría que coincido, aunque igual me pareció muy buena. Excelente el dibujo, el diseño de personajes y la animación, pero objetable el desarrollo de la trama. Como adaptación de la novela, dicen los que leyeron el libro, tampoco es muy afortunada.

    La nota de La Nación, con una breve referencia general sobre Miyazaki, está pasable, aunque tiene algunas inexactitudes: sobre todo, Nausicaa no fue «una saga de dibujos animados en siete episodios» sino un «manga» (comic, historieta en papel) en siete (extensos) volúmenes, sobre la que hizo (no «condensando», sino adaptando un volumen) la película; que, por otro lado, tiene mayor derecho a ser considerada la primera obra consumada, mejor que «El castillo de Cagliostro» (cuyo personaje pertenece a una saga que no le es propia).

    De paso, y a modo de curiosidad: la tapa de una vieja edición en video argentina de Nausicaa (en realidad, de «Warriors of the Wind», una versión abusivamente recortada de Nausicäa).

    PS: Unos amigos me avisan que el viernes 10 proyectan esta versión de Nausicaä en el Malba (tal vez con doblaje en español?). Ojo: es la versión recortada —y podríamos decir, oficialmente repudiada—, como puede deducirse de la duración: (84 minutos en lugar de 116).

    Política episcopal

    No sé si será cierto que Bergoglio está preocupado, pero sí parece seguro que Clarín está preocupado:
    El nombramiento de una serie de religiosos más bien conservadores y que, por tanto, no responden plenamente —y, a veces, ni siquiera parcialmente— al perfil moderado que fue adquiriendo en los últimos años la composición del Episcopado amenaza con abortar el proceso de aggiornamiento de la que fue en los años 60 y 70 una de las iglesias más conservadoras de América Latina…

    El problema, dice Rubín no es «solamente de una evaluación del perfil ideológico de los nuevos obispos, sino también de una observación objetiva del sistema de elección….»… Pero claaaro, hombre. Cómo va a tratarse de ideología. Jamás se nos ocurriría pensarlo. No dudamos de que si se tratara de religiosos «más bien progresistas» el gran diario argentino se preocuparía igual por el mentado «perfil moderado», y también metería en la edición del día dos notas gemelas sobre el tema (…conservadores … «no son pocos los que ven»… Caselli… menemismo… you get it)

    De hecho, no recuerdo que Clarín haya metido tanta pasión combativa en un tema católico desde hace más de dos años, cuando (¿se acuerdan?) circulaban aquellos espantables rumores de que el Vaticano se aprestaba a prohibir las guitarras en misa.

    Esperando evangelizar

    Un lector ateo (o-algo-así) me comenta que le agrada leer este blog porque -entre otras cosas- soy muy crítico para con mi iglesia. Y más:
    «… no tratas de evangelizar, sino de comentar algunos aspectos, positivos o no, de la iglesia o la religión en general.»
    Se agradece, y se aprecia.
    Pero tengo malas noticias, para el lector —y acaso también para mí—: la verdad es que este blog sí pretende evangelizar. Si me apura, le diría que es la única razón de su existencia.
    Y si no lo logra, pues … tal vez estamos haciendo algo mal (por eso le decía…).

    «Ay de mí, si no evangelizara!», decía San Pablo.

    ¿Y qué es evangelizar? Trasmitir la buena noticia, claro está.
    Pero, sí, ya sé. Se puede evangelizar de distintas maneras. Y la palabra suele usarse en varios sentidos.

    En primer lugar, como sinónimo de apologética: defensa del catolicismo ante los ataques de los de afuera. Y es verdad que uno, por temperamento y por historia personal, no es muy adepto a ese tipo de actividad (sin negar que, en su medida y armoniosamente, tiene su justificación). Y es verdad que, por reacción contra las apologéticas fallutas y contraproducentes, por espíritu de contradicción, por prurito de «señalador de reyes desnudos» (y acaso por quedar bien con los ateos… me dice alguno) me voy del otro lado y llego a pintar con tonos demasiados negros a la cristiandad. Puede ser.

    En segundo lugar: la palabra «evangelizar» hoy tiene un sentido aún más bastardeado (culpa de los evangelistas yanquis, supongo), como sinónimo de «propagandista» … que antecede al «vendedor», of course. Y hasta se ha establecido el término dentro de las jerarquías empresariales, y hoy uno, en una reunión de trabajo, corre el riesgo de recibir la tarjeta de un sonriente Chief Technology Evangelist; esa gente que está in the center of the digital universe.

    Considerando todo esto, entonces… aquello que decía aquel lector me preocupa algo menos. Pero igual…

    Algo de culpa (2)

    Es posible que en el post de ayer no haya quedado muy claro cuáles son las afirmaciones del Dr. Hesnard, en qué medida está de acuerdo Lacroix con él, y qué medida lo estoy yo con cada uno de ellos. Lo último importa poco; y en cuanto a lo primero, claro es que Lacroix encuentra más errores que aciertos en la formulación («demasiado naturalista», basada en una moral «a la vez demasiado fácil, y de la que se espera demasiado»). Pero también debería estar claro que post apuntaba más bien (con el motivo central de lo expresado en el primer párrafo) a la porción de verdad que lleva esa crítica al cultivo de la culpa, como algo mórbido; y por eso seleccioné esa cita.
    Si de lo otro se tratara, podría haber copiado otros párrafos … y tentado estuve, pero no quise alargarme. Vaya ahora uno más:
    Desde el punto de vista de la culpa, la relación del hombre a Dios no es -en el monoteísmo de inspiración judeocristiana- la de acusador-acusado, sino más bien la de interrogador-interrogado. […] Si sólo Dios «sondea los riñones y los corazones» no es para perturbar la intimidad del hombre y ejercer una especie de venganza, sino para exponer el egoísmo, despertando sin cesar esa humildad sin la cual no existe apertura de corazón con el prójimo. «Hay algo peor que el vicio: es el orgullo de la virtud», dirá San Agustín. […]
    Aquí puede darse, ciertamente, el peligro de la humillación, y hasta cierto desprecio de sí mismo. Hesnard tiene razón al denunciar la tentación constante: volverse hacia la raíz de nuestros actos es una ocasión peligrosa de regresión a una culpabilidad infantil y mórbida. Muestra él, precisamente, cómo ese odio de sí se torna fácilmente voluptuoso. «El que se desprecia, se aprecia al menos como despreciador», decía Nietzsche.
    Pero la humildad no es humillación. No se trata de buscar la bajeza, sino la verdad. La conciencia humilde es, simplemente, una conciencia que se ubica. Como decía profundamente San Benito, «la humildad es la verdad de nuestras relaciones con Dios, verdad reconocida por la inteligencia y realizada por la voluntad«.