Archivo por meses: enero 2009

Solitario, oscuro y sin eco

El arte no tiene porvenir inmediato, porque todo arte es colectivo y ya no hay vida colectiva, sólo colectividades muertas; y porque se ha roto el verdadero acuerdo entre alma y cuerpo…

Es pues inútil de tu parte envidiar a Bach o a Da Vinci. La grandeza, en nuestros días, debe tomar otros caminos. Además, sólo puede ser solitaria, oscura y sin eco (ahora bien: no hay arte sin eco).

Simone Weil

Una de las muchas anotaciones de Simone que me han impresionado.
¿Serán así las cosas? ¿Es verdad que «ya no hay vida colectiva»? ¿Y que se ha roto el acuerdo entre alma y cuerpo? ¿En qué momento? ¿Y qué tendría que ver eso con el arte?
Yo no me animaría a contestar ninguna de estas preguntas, y sin embargo me siento empujado a darle la razón. Como a lo que sigue:
La grandeza —la del artista, la del héroe y la del santo, digo yo— en verdad parece pedir otras formas, radicalmente nuevas. Soledad y oscuridad. Acaso pueda ponerse en sintonía con cosas que decía Castellani en la carta a Barletta. Acaso responda a la objeción de Bloy («Un jesuita me afirma que hay santos en su Orden, santos contemporáneos, aunque ocultos. Replico: ¿Es posible esconder un incendio?»). Pero no estoy nada seguro, para variar.

Me inquieta especialmente el último paréntesis, que también tiendo a aprobar. Sin eco, sin ho hay resonancia en la colectividad, el arte no puede germinar… ¿Y la santidad?

(Habría una objeción paralela, que se respondería de forma paralela, me parece. De un lado, alguno dirá que el arte es esencialmente creación de belleza, la relación el artista del artista es con Belleza, y el resto —el eco —es accessorio ; es perfectamente concebible un artista sin público. Del otro lado, alguno dirá que la santidad es esencialmente amor a Dios, el resto es inesencial, y es perfectamente concebible la santidad en solitario y sin eco. Pero de hecho las cosas son más complejas, y los dos parece necesitar esa comunicación, de ida y de vuelta. Y hasta el mismo San Francisco de Asís, camino a su santidad, tuvo una visión: «Seré conocido en el mundo entero», dicen que decía; y no sin alegría. Eran otros tiempos, seguramente.)

Bemoles de la ciencia

Dos notas someras, para empezar.

1) En la investigación científica, descubrir que otro ha estado pensando lo mismo que uno, es una pequeña tragedia (scooped! = me han madrugado).
En las otras áreas del pensamiento (filosofía, teología) es una alegría.

2) El drama del «gran científico malogrado» no es muy grave. Que un Abel haya muerto a los 26, o un Galois a los 21 (¡y en un duelo!) es triste, pero lo que la ciencia pierde no es mucho, a lo sumo unos años; lo que deja de descubrir un matemático ya lo descubrirá otro.
Con otras áreas de la cultura no es así. La música que Mozart no compuso al morir tan joven nos la perdimos de veras.

Notas someras en demasía, seguro; acaso injustas o sofísticas.
Habría que sopesarlas, matizarlas y vestirlas con ropas más decentes.
Pero así las dejo, por ahora.

Tres de SW

La búsqueda platónica del sentido de la geometría ¿no sería un ko-an? Como esa idea mía (hace seis o siete años solía proponerla a mis alumnos) de contemplar fijamente el absurdo de un chiste como este:
  — ¿No lo conozco a usted de Viena?
  — No, nunca he estado en Viena.
  — Yo tampoco; entonces, debe tratarse de otras dos personas.
Anécdotas de este tipo son una degradación de otros ko-an; así como los cuentos populares son una degradación de otras parábolas.
Los enigmas de los cuentos son ko-an, sin duda. Los enigmas de la princesa que mata a sus pretendientes (en innumerables cuentos). Los enigmas de Salomón y la reina de Saba. El enigma de la Esfinge de Tebas. La muerte de quienes no aciertan.
Acertar es comprender que no hay nada que acertar, que la existencia carece de significación para las facultades discursivas, y que estas no deben salirse de su papel de mero instrumento explorador de la inteligencia en su contacto con la realidad visible.
Una vez resuelto el enigma, quien lo hace se casa con la princesa y hereda su reino.

El apego no es otra cosa que una insuficiencia en el sentido de la realidad. Nos apegamos a la posesión de una cosa porque creemos que si dejamos de poseerla ella dejará de existir.

En cuanto sabemos que algo es real, ya no podemos estar apegados a ello.
Los que desean su salvación no creen de verdad en la realidad de la alegría de Dios.

«Con el desapego, goza» (Isa Upanisad). Nada tan literalmente verdadero.

No hay nada tan próximo a la verdadera humildad como la inteligencia.
Es imposible sentir orgullo de la propio inteligencia en el momento de ejercerla realmente.
Uno no puede apegarse a ella.* Porque se sabe bien que, aunque al instante siguiente uno se volviera idiota y quedara así para el resto de sus días, la verdad continuaría existiendo.

Nada más fácil que caer en el amor imaginario a Dios. Mientras el amor verdadero no colme el alma, no se estará protegido contra el amor imaginario. Y en el espacio que este amor imaginario ocupa, el amor verdadero no puede entrar.

Conceder a Dios en sí el mínimo estricto, lo que de ninguna manera se le puede negar —y esperar que un día, lo más cercano posible, ese mínimo estricto llegue a ser todo.


Simone Weil – Anotaciones de los «Cuadernos»

[*] En mi edición (Trotta) la frase viene sin el ‘no’, supongo que es errata.

De colectivos y buses

Quería fijar algo de hoy, para mí album de recuerdos. Pero antes, un recuerdo más antiguo.

Fue en un colectivo, hace años (más de quince, digamos), Buenos Aires, zona de Congreso, creo. Suben dos artistas ambulantes. Dos chicas muy jóvenes, adolescentes, nerviosas y rientes (al modo de las ‘three little maids’ de El Mikado) *, una de ellas con una guitarra. Se presentan al público (más impasible que respetable) y anuncian una canción; cruce de miradas, nueva risita, y arrancan. Yo, pesimista de mí, estaba apostando por algo de León Gieco o Víctor Heredia. Pero resultó un tango. Y, sorpresa doblemente agradable, un tango no muy frecuentado (y no malo, a pesar de su letra floja y con sus solecismos -¿se dice ‘solecismos’, Jeeves?); y bastante bastante bien interpretado, en la voz y la guitarra. Yo, que por entonces estaba encariñándome con el tango, quedé encantado; aunque no estoy seguro de haber aportado al arte popular, ni siquiera con alguna palabrita de felicitación y aliento. No sé qué habrá sido de aquellas chicas.

Y hoy: viajando en el 15 una mujer inicia su presentación; de entrada me parece una de las habituales vendedoras de medias y hebillas para el pelo. Pero entonces veo que lleva en la cintura un radiograbador; dispara el acompañamiento de un tango y se larga a cantar. Y es «Marionetas«, uno de mis tangos preferidos. Y canta muy bien. Demasiado bien para un colectivo, en realidad. Yo estaba en las nubes. Al menos esta vez alcancé a aportar algo (moneda y felicitación); y aunque no oí o no recuerdo su nombre, sí capté que canta los sábados en el «bar de Carlitos», Carlos Calvo y Avellaneda. Vaya el dato, por lo que valga.


En Europa, las cosas son distintas; los colectivos se llaman ‘buses’ y en lugar de usarlos para cantar tangos lo usan para propaganda atea.
Es claro que en todos las creencias-partidos-sectas hay distintos niveles de inteligencia; si digo que los militantes ateos, los que hacen más ruido, parecen ser los más pavotes, no digo mucho; no es buena razón para el desprecio, y probablemente algo parecido pase con el catolicismo (con darse una vuelta por los comentarios de aciprensa…). Pero es que aparte de esas coordenadas de grado de militancia, el ateísmo tiene una especie de subespecie, la que podríamos llamar cientificista o positivista. Y me parece una desgracia que sea precisamente esa variante la que haga más ruido, ese tipo de ateísmo me parece terriblemente estúpido e insulso, no puedo siquiera hacer el esfuerzo de buscar su lado más inteligente para respetarlo (como sí puedo hacerlo con el ateísmo filosófico, digamos). He tenido mis evoluciones ideológicas, ya lo he dicho; pero este ateísmo, el que tiene a Carl Sagan en su santoral y que a la mención de la palabra Dios hace surgir el espíritu de Popper para aplicar el test del falsacionismo a la existencia de ese objeto problemático, siempre me pareció un simple delirio. Cuando Nietszche o Sartre o Marx o sus seguidores me hablan de Dios, para negarlo o repudiarlo, puedo acordar que estamos hablando de lo mismo, en cierta medida. Con los otros, no, para nada; la verdad es que no sé de qué cuernos están hablando cuando hablan de Dios. Y lo mismo (y por lo mismo) del simple hecho religioso, de lo que significa para el hombre (individuo y sociedad) tener una religión, creer en la divinidad (en los sentidos más amplios de la palabra).
Y el caso de este bus ateo, no parece mal ejemplo. «Probablemente Dios no existe. Entonces, deja de preocuparte y disfruta de la vida»… No, realmente, no nos entendemos. Para empezar, las dos cuestiones que menciona Pseudópodo; son precisamente las dos que primero se me cruzan. Pero ni siquiera podría iniciar una discusión; lo dicho, no sé de qué están hablando esta gente cuando hablan de Dios y de religión.
Por otro lado, dudo que este ateísmo haga mucho daño; y hasta sospecho que campañas como esta son contraproducentes.
Aunque me digan que esta no es la cuestión, y que existe la obligación de dar razones y de llevar luz al que está en las tinieblas, y todo lo que quieran.
En este caso, y por lo pronto, yo me quedo con estas dos entradas del raving atheist. Y a otra cosa.


* El inglés tiene verbos más plásticos, me parece: «giggle» sólo podemos traducirlo como, sustantivo, y aún la palabra (risita) es pobretona.

El sentido de las proporciones

—Yo no te culpo de nada.
En su voz había un cansacio infinito. Kitty comenzaba a impacientarse. ¿Por qué no podría él darse cuenta de lo que, súbitamente, tan claro se había hecho para ella? ¿Por qué no comprendería que, al lado de todos los terrores de la muerte bajo cuya sombra vivían, al lado de la belleza divina que aquel día acababa de entrever, sus rencillas privadas era completamente insignificantes? En verdad ¿qué importancia podía tener que una mujer estúpida hubiera sido infiel a su marido? ¿Y por qué el marido de una mujer indigna debía, estando frente a frente con lo sublime, atormentarse por aquello? Era extraño que Walter, con toda su inteligencia, hubiese perdido a tal punto el sentido de las proporciones.

(El velo pintado – Somerset Maugham)

Y, sí. Pareciera que el sentido de la proporciones —quizás pariente o parte del sentido común—, el saber dar con la medida justa de las alegrías y los sufrimientos, los apegos y los rechazos; no preocuparse de más ni de menos, … pareciera que esa capacidad no estuviera muy relacionada con lo que suele llamarse inteligencia. Verdad es también que en ese sentido la palabra suele aplicarse más bien a los intelectuales que a los inteligentes.
Dios nos de la sabiduría —ya que no la inteligencia— para no perder el sentido de las proporciones, para dar a cada cosa la importancia que realmente tiene: ni más ni menos.

Leído y leyendo

Apuntes sueltos sobre algunos libros que estuve o estoy leyendo; a ampliar tal vez:

El velo pintado, de Somerset Maugham. Buena novela, que leí de un tirón; la encontré robusta y honesta, impresión casi opuesta a la de la película reciente… Tal vez porque se me da mejor leer novelas que mirar películas, nomás.

Una luz en la noche (Los 18 últimos meses de Teresa de Lisieux), de Jean-Francois Six. Sólo recordaba que alguien me había mencionado hace tiempo al autor, pero no recordaba si para recomendarlo o lo contrario. Tampoco lo sé ahora. Temperamento progre-iconoclasta, no escribe mal, y aprecia el genio -digamos- de Teresita; pero resulta algo testemplado y fatigoso su afán de afirmar su tesis: que la verdadera Teresa está en sus escritos de puño y letra, que las recopilaciones («Últimas conversaciones», por ej) de su hermana Paulina son muy sospechosas, que la espiritualidad de esta (y de toda la familia) va a contrapelo de la teresiana, y que la denostada priora María de Gonzaga en realidad la entendió y la apreció mejor que sus hermanas. Interesante, pero machacón y penoso: tras pocas páginas uno prevee que cada mención de Paulina será para denigrarla.

Teología moral general (Exigencias y respuestas) Helmut Weber (1991). Tampoco conocía al autor, lo compré medio al azar en una mesa de saldos, sin muchas expectativas. Grata sorpresa, sobre todo considerando la temática: me resultó muy legible y didáctico. Cuestiones a la vez áridas y tormentosas; de un lado, supongo, le reprocharán que no ponga en primerísimo plano los esquemas tradicionales (ley natural, ética «normativa») y que no desdeñe cosas como «consecuencialismo», «proporcionalismo», «ética de situación»; del otro lado le reprocharán que si no las desdeña tampoco deja de criticar, y que al fin de cuentas es bastante tradicional en sus juicios globales. A mí no se me ocurriría tomar posiciones (es el primer libro de teología moral que leo), pero en general el libro me pareció equilibrado y me fue muy útil. (Anoto: según creo, el libro salió un par de años antes que la encíclica Veritatis Splendor, donde Juan Pablo II tira unos cuantos palos contra algunas de esas escuelas).

De la piel del diablo, de Booth Tarkington. Autor prácticamente desconocido hoy, recomendado por un amigo con gustos comunes (Tolkien, Wodehouse, Jerome…); libro aún más desconocido, parece que es una refundición de una saga de Penrod… Cuentos infanto-juveniles, que algunos comparan con el ambiente de Tom Sawyer; pero aunque es lo más parecido que conozco, este es un humor nada corrosivo y un espíritu más genuinamente infantil. Muy lindo.

The scarlet letter, Nathaniel Hawthorne. Un clásico, pongo el título en inglés porque así lo leí; y aunque el idioma es un poco arduo para un ingeniero argentino, y aunque el estilo resulta al principio algo suntuoso y sentencioso, el libro tiene una fuerza misteriosa pero evidente. Compruebo, una vez más, que los libros clásicos suelen merecer su fama.

Hijas de Job, de Tatiana Goricheva. Todo un personaje, esta Tatiana, cuyo nombre me sonaba muy vagamente. Rusa conversa, en pleno comunismo, trata de mujeres de ese palo, con las que habían formado una especie de moviento feminista cristiano (no sin riesgos, en la URSS). La combinación del entusiasmo del converso y el espiritualismo ortodoxo, algo exaltado y nada moderno (aunque pasa alguna católica por sus páginas) otorga el atractivo previsible (para mí). Aunque también (para mí) explica sus sombras, el demasiado ardor por la ortodoxia como patrimonio del pueblo ruso, la acriticidad ante sus bemoles y el desprecio demasido fácil hacia el occidente moderno (pecados típicos de tradicionalistas, en distintos planos; de hecho, los tradicionalistas católicos suelen simpatizar demasiado, para mi gusto, con la ortodoxia rusa; pero eso es tema para otro lugar).

La aventura de un pobre cristiano, de Ignazio Silone. Especie de obra teatral histórica, sobre el papado de Celestino V, el único papa que abdicó, a fines del apasionante siglo XIII. Trae una especie de ensayo a modo de prólogo, sin el cual su lectura me hubiera sido más grata. No me resultó ingrata, de todas maneras (y aprendí bastante), y aun a pesar de cierta tensión ideológica que percibo… el autor tiene demasiado claro (sin siquiera ser cristiano) quiénes son los buenos, pareciera.

Hermano Francisco, Julien Green. Casualmente, la lectura anterior enganchó bien con esta biografía de San Francisco de Asís. Está muy bien. Me dejó picando un par de cuestiones, pero tampoco son para este lugar.

Struts 2 in Action, de D. Brown et al. Ehhh… ¿y esto? Bueno, eso es lo mío, en realidad. No acostumbramos a explayarnos acá al respecto, pero hagamos constar que también está muy bien. Y en cierto sentido, el esfuerzo de los autores por escribir bien (en este plano) es de lo más admirable: estos libros de computación son de lo más efímero que hay, en tres o cuatro años este libro no lo leerá absolutamente nadie.

Además estamos leyendo:
Dios No Nos Debe Nada de Leszek Kolakowski. Otro de los libros comprados al azar de la mesa de saldos, sin conocer al autor. También resultó bien. Se trata de un ensayo histórico sobre el jansenismo, y sobre Pascal -en cuanto jansenista. El autor parece inteligente y erudito (anduve investigando, parece un filósofo reconocido, de formación marxista) pero no estoy nada seguro de que sus interpretaciones teológicas sean confiables (no me extrañaría que el difunto cardenal Dulles tenga razón), pareciera algo esquemático en los términos de la disputa: jansenistas vs jesuitas, con estos como vencedores y aquellos como seguidores consecuentes de San Agustín. Valioso, de todas maneras; y sobre todo me ha gustado conocer al autor, hay otras cosas suyas a mencionar otro día.
Correspondencia de Gide y Claudel. Me gustan los diarios y correspondencias; pero esto no ha logrado interesarme demasiado por ahora, tal vez porque ninguno de los personajes sea santo de mi devoción. Algunas cositas instructivas o curiosas, de tanto en tanto; como cuando descrubren a Chesterton (Claudel, deslumbrado por Ortodoxia, comenta que, según cree, el tipo es anglicano; lo achaca a la incoherencia de estos ingleses… también, dudando sobre si publicar páginas en su revista, dice que le han comentado que Chesterton es un tipo de muy mal genio).
Sunshine sketches of a little town, de Stephen Leacock, relatos humorísticos sobre un pueblito de Canadá; lo tenía hace rato en la biblioteca, lo voy leyendo de a poquito y con gusto.

Baba Katia

De un librito de Tatiana Góricheva (Hijas de Job) que compré hoy:
[…] A medida que transcurría el servicio divino, el gozo me inundaba, a mí, que me había hecho cristiana apenas cinco minutos antes. Acababa de convertirme y me sentía en el séptimo cielo. Y súbitamente, al llegar al pasaje en el que el coro canta: «Bienaventurados los que lloran», recordé cómo, en mi infancia, mis amigos y yo habíamos maltratado y nos habíamos burlado de una extraña vieja que vivía en nuestro mismo patio.

La llamábamos Baba Katia, «la vieja Katia». Se pasaba el día rezando y su cuarto estaba lleno de iconos. Recuerdo que estaba muy enferma. No tenia parientes. Era una anciana que vivía sola. Por alguna extraña razón de nuestra infantil crueldad, la habíamos convertido en objeto de nuestras burlas comunes. Arrojábamos basura a su ventana y la atemorizábamos, metíamos en su buzón misivas con toda clase de indecencias. Baba Katia, la pequeña anciana, lo soportaba todo con paciencia. Sólo una vez, cuando me reí del Dios «del icono», me miró severamente y me dijo: «De Dios no puedes reírte, porque no sabes lo que será de ti en la vida

No di, por supuesto, ninguna importancia a sus palabras, pero la mirada de aquella mujer enferma, atormentada en su cuerpo y en su espíritu, se grabó en mi memoria, tal era la fuerza y la firmeza que brillaba en ella.

Aquellas burlas ya olvidadas y aquella crueldad infantil surgieron ahora de pronto, veinte años más tarde, y rompí a llorar. También de estas y otras muchas lágrimas nació lo que entre nosotras llamábamos «movimiento feminista». Nació la compasión.

Actualmente, tras la entrada de miles y miles de neoconversos en el cristianismo, la Iglesia se ha llenado de personas totalmente nuevas. Cada una de ellas ha sido encontrada por Dios. A menudo han sido encontradas «sin ayuda ajena», por caminos enteramente singulares, mediante una conversión súbita. Visto desde fuera, podría dar la impresión de que nuestra Iglesia se compone de millones de personas solitarias. Pero no es así. Todos nosotros hemos crecido en una época y en un mundo en el que se pretendió arrancar de raíz el cristianismo. Pero no lo han conseguido. Y aunque nuestras abuelas rezaban enteramente a escondidas y bajo las sábanas y acudían absolutamente solas a la iglesia, nosotros, los incrédulos, los no bautizados, teníamos que sentir por fuerza aquellas oraciones, aquellos suspiros ahogados. Esta es la razón de que en la Iglesia no estemos solos, aunque no nos conozcamos entre nosotros. La oración de los mártires, las oraciones de los cristianos ocultos no han sido estériles.

Cambian, todos cambian

Los que siguen los blogs religiosos yanquis (ambiente mucho más interesante que el de por acá, lamento decirlo) ya lo deben saber: «The raving atheist» es ahora «The raving theist«. Hace un par de semanas anunció su conversión. Era uno de los bloggers más conocidos y más antiguos (año 2000!) de la típica militancia atea en internet —aunque con la notable anomalía de su posición pro-life. Fue tan inesperado que muchos lectores habituales (de uno y otro lado) al principio pensaron que se trataba de un hoax o broma pesada; o que le habían hackeado el blog.

La noticia me alegra, naturalmente. Pero, aclaremos: lo que me alegra es el hecho de la conversión; me alegra menos el hecho de la noticia. (Ah, ¿y a eso lo llamás aclarar?) Quiero decir que no me cae muy bien la avidez de los medios católicos por ese tipo de noticias, esa mezcla impura de alegría legítima con propaganda y aliento para la tropa… Aunque la palabra ‘triunfalismo’ no me convence, medio por ahí va la cosa. (Otro temita es la tentación del recién llegado de creerse un poquito por encima del craddle-catholic -tenemos todas las pilas- y hasta hacer de la calificación ‘converso’ una especie de casta superior; pero este parece estar vacunado contra eso… y el humor ayuda, cómo no).

Con todo, me alegro. Y, como hacen los medios que critico, traigo la noticia.
Yo la veo como buena noticia, también en otro sentido: la gente cambia.

Parecerá este un aspecto lateral… y ambiguo: conversiones se dan en todas las direcciones. Y el cambio puede verse como signo de libertad pero también de inconstancia; puede ser motivo de esperanza o de temor, (a mí también puede pasarme… comentaba uno de los ateos militantes), de alegría o de tristeza. Y en cierto sentido, cambiar es nuestra desgracia: Dios no se muda.
Con todo, el dato, en su generalidad, a mí me resulta más bien alentador; especialmente para —digámoslo así— mi lado conservador (o tradicionalista, o reaccionario).
¿Cómo? ¿El hecho «la gente cambia» no debería más bien consolar al progresista que al conservador? Según.
Es que «mudanza» (o volubilidad, si se quiere) no es lo mismo que «progreso», véase esta última palabra con buenos o malos ojos. Y los que tienden a verla con malos ojos, los reaccionarios, tienden también a una especie de fatalismo, a exagerar el poder del mal sobre el espíritu humano, a aferrase demasiado al bien conocido y -ante su pérdida- descreer de su renacimiento, reconquista o recreación; a imaginar que la dirección del viento actual (acaso no mucho más que una ráfaga) es la dirección final y concluyente, en la escala de la historia mundana (el resentimiento y la tristeza crispada ante el adoctrinamiento de los medios y la educación estatal, la fascinación por las distopías («Un mundo feliz») y el ansia apocalíptica suelen formar parte del combo). Contra esta perspectiva (lindate con la desesperación… me parece) esas conversiones, esos reflujos tan poco mecánicos, vienen bien, (nos) ayudan a recordar que el viento sopla donde quiere.