La noticia me alegra, naturalmente. Pero, aclaremos: lo que me alegra es el hecho de la conversión; me alegra menos el hecho de la noticia. (Ah, ¿y a eso lo llamás aclarar?) Quiero decir que no me cae muy bien la avidez de los medios católicos por ese tipo de noticias, esa mezcla impura de alegría legítima con propaganda y aliento para la tropa… Aunque la palabra ‘triunfalismo’ no me convence, medio por ahí va la cosa. (Otro temita es la tentación del recién llegado de creerse un poquito por encima del craddle-catholic -tenemos todas las pilas- y hasta hacer de la calificación ‘converso’ una especie de casta superior; pero este parece estar vacunado contra eso… y el humor ayuda, cómo no).
Con todo, me alegro. Y, como hacen los medios que critico, traigo la noticia.
Yo la veo como buena noticia, también en otro sentido: la gente cambia.
Parecerá este un aspecto lateral… y ambiguo: conversiones se dan en todas las direcciones.
Y el cambio puede verse como signo de libertad pero también de inconstancia; puede ser motivo de esperanza o de temor, (a mí también puede pasarme… comentaba uno de los ateos militantes), de alegría o de tristeza.
Y en cierto sentido, cambiar es nuestra desgracia: Dios no se muda.
Con todo, el dato, en su generalidad, a mí me resulta más bien
alentador; especialmente para —digámoslo así— mi lado
conservador (o tradicionalista, o reaccionario).
¿Cómo? ¿El hecho «la gente cambia» no debería más bien consolar al progresista que al conservador? Según.
Es que «mudanza»
(o volubilidad, si se quiere) no es lo mismo que «progreso», véase esta última palabra con buenos o malos ojos. Y los que tienden a verla con malos ojos, los reaccionarios, tienden también a una especie de fatalismo, a exagerar el poder del mal sobre el espíritu humano, a aferrase demasiado al bien conocido y -ante su pérdida- descreer de su renacimiento, reconquista o recreación; a imaginar que la dirección del viento actual (acaso no mucho más que una ráfaga) es la dirección final y concluyente, en la escala de la historia mundana (el resentimiento y la tristeza crispada ante el adoctrinamiento de los medios y la educación estatal, la fascinación por las distopías («Un mundo feliz») y el ansia apocalíptica suelen formar parte del combo). Contra esta perspectiva (lindate
con la desesperación… me parece) esas conversiones, esos
reflujos tan poco mecánicos, vienen bien, (nos) ayudan a recordar que el viento sopla donde quiere.