Es pues inútil de tu parte envidiar a Bach o a Da Vinci. La grandeza, en nuestros días, debe tomar otros caminos. Además, sólo puede ser solitaria, oscura y sin eco (ahora bien: no hay arte sin eco).
Simone Weil
¿Serán así las cosas? ¿Es verdad que «ya no hay vida colectiva»? ¿Y que se ha roto el acuerdo entre alma y cuerpo? ¿En qué momento? ¿Y qué tendría que ver eso con el arte?
Yo no me animaría a contestar ninguna de estas preguntas, y sin embargo me siento empujado a darle la razón. Como a lo que sigue:
La grandeza —la del artista, la del héroe y la del santo, digo yo— en verdad parece pedir otras formas, radicalmente nuevas. Soledad y oscuridad. Acaso pueda ponerse en sintonía con cosas que decía Castellani en la carta a Barletta. Acaso responda a la objeción de Bloy («Un jesuita me afirma que hay santos en su Orden, santos contemporáneos, aunque ocultos. Replico: ¿Es posible esconder un incendio?»). Pero no estoy nada seguro, para variar.
Me inquieta especialmente el último paréntesis, que también tiendo a aprobar. Sin eco, sin ho hay resonancia en la colectividad, el arte no puede germinar… ¿Y la santidad?
(Habría una objeción paralela, que se respondería de forma paralela, me parece. De un lado, alguno dirá que el arte es esencialmente creación de belleza, la relación el artista del artista es con Belleza, y el resto —el eco —es accessorio ; es perfectamente concebible un artista sin público. Del otro lado, alguno dirá que la santidad es esencialmente amor a Dios, el resto es inesencial, y es perfectamente concebible la santidad en solitario y sin eco. Pero de hecho las cosas son más complejas, y los dos parece necesitar esa comunicación, de ida y de vuelta. Y hasta el mismo San Francisco de Asís, camino a su santidad, tuvo una visión: «Seré conocido en el mundo entero», dicen que decía; y no sin alegría. Eran otros tiempos, seguramente.)