Archivo por meses: marzo 2006

Le fe, según Jesús

A juzgar por algunos comentarios recibidos, me da la impresión que no estoy dando con el tono de los posts últimamente. (Tal vez yo también deba empezar a considerar las opciones para encarar mi decadencia…). Para no generar más equívocos de los inevitables, aclaremos entonces que el «nosotros=videntes» del post aquel era irónico, y que mi confesión de ignorancia (y de incapacidad como movedor de montañas) del otro día tenía poco o nada de tristeza; ni siquiera en el frecuentado tono de lamento por la santidad no alcanzada. No es eso.

La pequeña dificultad (me) proviene de contemplar sin pretensiones, con mirada ingenua, lo que dice Jesús en los evangelios sobre el acto de fe. Parece que ahí el concepto («fe», «creer») está muchas veces (no siempre, pero muchas veces) asociado a las curaciones y los milagros. Y, al parecer, no se nos pide una fe «íntegra»; como si no se tratara exactamente de «creer en Dios», sino (meramente?) creer que Jesús (esa persona que uno se encuentra ahí por los caminos de Palestina) tiene ese poder. Eso, nomás. Incluso, en ocasiones (caminar sobre el agua, secar la higuera, mover la montaña o el sicomoro) el acto de creer ni siquiera parece asociado a Jesús: como si bastara con creer… en los milagros. O en que «tú puedes».
Por otro lado, aun cuando Jesús demanda (y felicita por) creer en El, el planteo de la demanda (y la felicitación) no deja de resultar algo chocante, por arbitraria y hasta abusiva. La mujer enferma que se acerca a tocarle el manto a escondidas, el ciego que «oyó hablar» del personaje del momento y le pide a gritos la curación… ¿son dignos de encomio? ¿En qué se diferencia esa «fe» de la simple credulidad, de la superstición? ¿Acaso creer en Jesús (en el sentido en que el mismo Jesús parece requerir y alabar) es como creer en un curandero, o en un amuleto? ¿Qué derecho tiene Jesús a preguntarle al ciego de nacimiento si «cree en el hijo del Hombre» («¿Y ese quién es?» ; «El que tienes adelante»)? Todo eso parece demasiado indulgente para con los fanáticos, supersticiosos y crédulos; y demasiado alejado del concepto de «fe» que manejan los teólogos (cuesta armonizar esos dichos de Jesús con, digamos, el capítulo de «Las virtudes fundamentales» de Pieper).

Planteo pueril, me dirán. Será. Pero se me hace que la dificultad debe presentarse espontáneamente a gran parte de los no cristianos de hoy -de buena voluntad- que tropiezan (en más de un sentido) con estos episodios evangélicos. Y por otro lado, no recuerdo haber leído o escuchado demasiadas explicaciones cristianas que se hagan cargo de la dificultad … al modo sencillo y honesto con que suele encarar estas dificultades (modernas?) un C. S. Lewis, por ejemplo. Lo cual, de ser cierto, me deja algo perplejo y preocupado.

Por ahora, me limito a recopilar los textos de los evangelios (van abajo), y pedir a los lectores referencias y opiniones. Después, veremos.
….le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «Animo, hijo, tus pecados te son perdonados.» Mt 9.1

Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande». Mt 8.10

[Jesús], habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis feMc 4.39

En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvadoMt 9.20

… uno de casa del jefe de la sinagoga llega diciendo: «Tu hija está muerta. No molestes ya al Maestro.» Jesús, que lo oyó, le dijo: «No temas; solamente ten fe y se salvaráLc 8.50

Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Mt 14:30

…yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: «Desplázate de aquí allá», y se desplazará, y nada os será imposible. Mt 17:20

Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe.» El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: «Arráncate y plántate en el mar», y os habría obedecido.» Lc 17.5

Jesús les respondió: «Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si aun decís a este monte: «Quítate y arrójate al mar», así se hará. Mt 21.21

…[Jesús] le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» El [el ciego curado] respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.» El entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él. Jn 9.35

Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?» Dícenle: «Sí, Señor.» Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe.» Y se abrieron sus ojos. Mt 9.27

Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios. Lc 18.35

Miyazaki: La Otra; tabla cronológica

La revista «La otra», desprendimiento de la difunta y estimada «Parte de guerra», es dirigida por Oscar Cuervo y trata principalmente de cine. Mucho menos interesante para mí que su antecesora, compré sin embargo el último número porque la tapa (una de ellas) está dedicada a Miyazaki. La nota, sobre el Castillo Vagabundo, está bien sin ser nada del otro mundo. El resto de la revista, con la probable excepción del artículo del director, no me gustó; una nota sobre «Artaud», de Spinetta, con elogios de una puerilidad cantarockera (los argentinos de mi generación entenderán), y un reportaje a una integrante de «Actitud María Marta» de una imbecilidad (izquierdosa) increíble (increíble en ese medio, habitual en otros).
Pero, en fin, me alegra ver que gente de cierta sofisticación intelectual y estética (mayor que la mía, al menos) aprecian a Miyazaki. Y no es sólo la nota en la revista. Veo que ellos tienen un ciclo («Taller de cine y pensamiento«) en el que proyectarán dos de Miyazaki: Nausicaa, el martes 11 de abril; el Castillo Vagabundo, el martes 25. A la tarde, en San Telmo.

Ya que estamos, digamos que en el Studio Ghibli Weblog (español) suelen publicar varias cositas interesantes sobre el mundo Ghibli; referencias unas estrevistas a Takahata, por ejemplo… (ver).

Yo tengo ganas de armar alguna paginita (o mini sitio) sobre Miyazaki y Takahata; veremos cómo andamos de tiempo después de Semana Santa. Empiezo con un esbozo de tablita sinóptica, (basada en esta, mucho más exhaustiva) con las obras principales, en orden cronológico. Es sólo una primera versión. Después iré ampliando y poniendo links (al menos una pagina por película). Destaco en distinto color «Nausicaa» porque es un hito («marca un antes y un después», como dicen), implica la creación del estudio Ghibli, y un gran salto en la calidad técnica y artística de las películas de Miyazaki y Takahata.
1968: Horus (El príncipe del sol – Hols, Prince of the Sun – Little Norse Prince Valiant) Película Takahata: Dirección
Miyazaki: Escenografía, animación
1971 Lupin III (Rupan Sansei) Serie TV Takata-Miyazaki: Codirección de varios espidodios
1972
1973
Panda Kopanda (Panda, Go Panda!)
Panda Kopanda II (Rainy Day Circus)
Dos películas cortas
Takahata: Dirección
Miyazaki: Guión, diseño, animación
1974 Heidi (Heidi, Girl of the Alps) Serie TV, 52 episodios Takahata: Dirección
Miyazaki: Escenografía
1976 Marco (De los Apeninos a los Andes – 3000 Miles In Search of Mother) Serie TV, 52 episodios Takahata: Dirección
Miyazaki: Escenografía
1978 Conan, el niño del futuro (Future Boy Conan) Serie TV, 26 episodios Miyazaki: Dirección, storyboards, escenas.
Takahata: Dirección, storyboards (5 episodios)
1979 Ana de Tejas Verdes (Anne of Green Gables, Red-haired Anne) Serie TV, 50 episodios Takahata: Dirección
Miyazaki: Escenas (primeros 15 episodios)
1979 Lupin III: El castillo de Cagliostro (Rupan Sansei: Kariosutoro no Shiro) Película Miyazaki: Dirección
1981 Jarinko Chie (Jarinko Kie, Kie the Bratt, Kie le petite peste) Película, y serie TV (64 episodios) Takahata: Dirección
1982 Goushu, el cellista (Gauche the Cellist) Película corta Takahata: Dirección
1982 Sherlock Hound (Detective Holmes) Serie TV, 26 episodios Miyazaki: Dirección de 6 episodios
1984 Nausicaa, del Valle del viento (Kaze no Tani no Naushika) Película Miyazaki: Dirección y guión
Takahata: Productor
1986 Laputa: Castillo en el cielo (Tenkuu no Shiro Rapyuta) Película Miyazaki: Dirección, guión
Takahata: Producer
1988 Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro) Película Miyazaki: Dirección, guión
1988 La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka – Grave of the Fireflies) Película Takahata: Dirección, guión
1989 Kiki’s Delivery Service (Majo no Takkyuubin – La bruja Nicky) Película Miyazaki: Dirección, producción
1991 Omohide Poro Poro (Only Yesterday – Ayer nomás) Película Takahata: Dirección, guión
Miyazaki: Producción
1992 Porco Rosso (Kurenai no Buta) Película Miyazaki: Dirección, guión
1994 Pom-Poko: la guerra de los tanukis (Heisei Tanuki Gassen Pon Poko) Película Takahata: Dirección, guión
1995 Whisper of the Heart (Mimi wo Sumaseba – Si escuchas de cerca) Película Yoshumi Kondo: Dirección
Miyazaki: Guión, producción.
1997 Mononoke (Mononoke Hime, La princesa Mononoke) Película Miyazaki: Dirección, guión
1999 Mis vecinos los Yamada (Houhokekyo Tonari no Yamada-kun) Película Takahata: Dirección, guión
2001 El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi – Spirited Away) Película Miyazaki: Dirección, guión, storyboards
2004 El castillo errante de Howl (Hauru no Ugokushiro – Howl’s Moving Castle – El increíble castillo vagabundo) Película Miyazaki: Dirección, guión, storyboards
Ampliaremos.

Tener fe, infantilmente hablando

Cuando yo era chico (abramos paréntesis, para variar; el caso es que a veces parezco dar a entender -quizás prefiero creerlo- que antes de mi «conversión» -24 años- era ateo y antes de eso -digamos, 15 años para atrás- de católico sólo tenía un pátina vagamente cultural sin mayor consistencia, un cimiento de arena que tuve que dejar de lado para, más tarde, edificar sobre terreno completamente nuevo; la verdad es menos esquemática y más compleja; si hago memoria puedo recordar algunos pequeños rasgos religiosones preadolescentes; me recuerdo un día, camino al colegio, lamentándome interiormente de no poder pensar más seguido en Dios, de tenerlo muy poco presente en mis pensamientos habituales; lo que sigue podría contarse como otro ejemplo; cerremos paréntesis), cuando yo era chico, digo, o preadolescente, leía esas exhortaciones de Jesús a tener fe, siempre en relación a actos más o menos milagrosos (no siempre es el caso, ya sé; pero yo me fijaba en esos casos) : aquello de decirle a la montaña -y al sicomoro– que se eche al mar, la felicitación a la hemorroísa que le toca el manto, el padre del niño poseído, la caminata sobre las aguas, la curación de los ciegos, y del otro ciego
Y la idea -informe- que me quedaba era que lo Jesús me pedía era una especie de esfuerzo mental, un ejercicio de autoconvencimiento. Si uno pudiera mirar una piedra y decirle : «movete para allá», si uno pudiera hacerlo absolutamente convencido de que se va a mover, si uno pudiera exterminar completamente la duda, esa duda razonable que paraliza y enturbia… si uno pudiera, tendría el dominio (telekinético, para empezar) sobre las cosas, movería las montañas… y tendría fe.

Hoy sé que esa manera de ver las cosas es una puerilidad. Aunque no sé mucho más. No sé muy bien por qué; no sé muy bien por qué Jesús parece dar pie para ese equívoco, no sé cuántos cristianos -en diversas medidas y con diversas sofisticaciones- en el fondo no creen algo por el estilo, no sé si yo mismo lo creo; y tampoco sé muy bien qué es, al fin y al cabo, eso de tener fe. Y en todos estos años, les garanto, no he movido ninguna montaña.

Escriben los que leen…

Dice Alejandro (lindo blog), sobre aquello, que…
… García Calvo tiene escrito algo interesante (quizá pertinente, no sé) sobre la tragedia griega: defiende que en realidad el final trágico es ‘feliz’, en cuanto supone el desenmascaramiento de un error, el fin de una presunción. Sufrimos en la medida que nos identificamos con el personaje desmontado, pero disfruta (con igual o superior intensidad) aquello que en nosotros es previo y externo a todo montaje.
Me gusta.

Dice Juan Pablo, sobre una vieja duda mía sobre un cuento de Chesterton:
… tanto Flambeau como el padre Brown se enredan en una discusión teológica, que GKC no muestra, excepto párrafos aislados. Yo me convencí de que el padre Brown está tratando de convertir a Flambeau, y éste le pide la cruz como argumento final contra el ‘no robarás’, lo roba para demostrarle que está equivocado. A esta conclusión llegué no al leer los cuentos 3 y 4 que siguen, sino por el libro «El secreto del padre Brown», que termina con «el secreto de Flambeau«, cuando el sacerdote explica su método («se provoca el arrepentimiento antes que el crimen»), lo cual se aplica en estos tres cuentos de «El candor del padre Brown» (en los tres casos se anticipa al crimen, y razona con Flambeau para que no lo cometa).
No está mal. Lo voy a pensar.

Y dice Marina (sin blog; hay gente sin blog todavía), a cuento de esto:
… no creo que podamos acercarnos más al prójimo que a la verdad. No creo que sea sustancialmente diferente el tipo de acercamiento. Ni siquiera por el camino del amor.
… la cual analogía, no obstante el tono melancólico y desesperanzado, tiene miga.

Allá lejos y hace tiempo

Yo no creo mucho en eso de que conviene mirar el pasado («conocer nuestra historia») para evitar cometer los antiguos errores. En buena medida, porque descreo de que -en general- sepamos ver con especial lucidez esos errores pasados (en tanto errores, y en tanto activos en el presente). Más bien parece una forma de escapismo: los errores que nos saltan a la vista en la vida de nuestros padres son precisamente esos que no nos afectan directamente, los que no nos tientan y -por lo mismo- en el fondo comprendemos peor de lo que creemos.


Pero si repasar las necedades ancestrales no sirve para eso, acaso tenga otra utilidad… Pienso en la gente que -como uno- tiene demasiada tendencia a impacientarse, -al grado de la angustia, la ira o la desesperación- por las necedades contemporáneas; sobre todo las de tipo ideológico, las que combinan esa masividad pomposa (la inteligenzia que «baja línea») con ese irritante provincianismo (de dimensión cronológica, que no geográfica, ahora).

En ese sentido, acaso no venga mal mirar un poco las miserias pasadas. Lamentemos, sí, la necedad oficial de hoy; pero también abramos alguna revista de 40 años atrás, o un diario de principios de siglo XX; tomémosle el pulso a la cultura oficial de Europa del siglo XIX (via Leon Bloy, o Baudelaire, o Dostoyevsky, o…), o a la argentina (antes, durante o después de Rosas); y sigamos más atrás, Reforma y Contrareforma, Edad Media… y tratemos de imaginarnos, («nosotros», los escasos videntes en un mundo de ciegos, nosotros los independientes inconformistas políticamente incorrectos) respirando el aire del lugar y el tiempo -con sus próceres de moda y sus demonios de moda, y los prejuicios y las necedades proferidas por las lumbreras del momento con parejo énfasis y pomposidad.

Me dirán que no es lo mismo, que nada que ver, que ahora es incomparablemente peor (porque… etc). Será. Pero no estoy seguro; aunque sé poco y nada de historia, no me cuesta imaginar que si me transportaran en el tiempo me sentiría tan fastidiado como hoy, y el aire me sería aún más irrespirable. Tal vez, a pesar de todo, con nuestros contemporáneos tenemos un espacio común, y aun con los enemigos» compartimos más (incluso intelectualmente) de lo que creemos.

—Lo dudo. La mentalidad moderna desde Descartes y Kant…
—Bueno, bueno. Dejemos eso por hoy. Al menos, podés imaginarlo… ¿no?
—Apenas. Y no veo para qué. ¿Para consolarnos? ¿Decirnos: «bueno, no nos hagamos mala sangre, las cosas no andan tan mal, en todas las épocas hubo tal y cual necedad, no seamos tan pesimistas ni tan críticos, miremos a la modernidad con mejores ojos». Conozco ese discurso. Tibieza y relativismo. Miedo al apocalipsis. Bah.
—Habría que ver en qué medida esa mirada tradicionalista-antimoderna sobre la historia es verdaderamente apocalíptica (y en qué sentido hay una obligación cristiana de ser «apocalíptico»). Pero acá yo estoy apuntando a algo mucho más modesto.

Se trata de una pequeña sugerencia… terapéutica, contra esos ataques de bilis que sabemos. El estado de ánimo (de ánima) crispado, cuando es habitual, es un mal signo. Que pongamos altos motivos como explicación (la Verdad, el Mal que opera en el mundo y sólo nosotros vemos) no mejora el asunto, más bien lo empeora. Y no hace falta buscar muchas analogías para pensar que, en general, el que está muy indignado -habitualmente- haría bien en estar menos indignado.
Nos consta que algunos males se ven más chicos con el paso del tiempo (los defectos -morales o intelectuales- infantiles, por ejemplo), y que sería necio preocuparse o indignarse demasiado por males nimios -y ajenos. Esto no es tibieza ni aflojamiento del sentido moral, más bien es cordura, sentido de las proporciones, humildad… y humor. Se trataría entonces de tomar algo de distancia de las cosas(y mirarlas -realmente o imaginariamente- en el pasado lejano, es una posibilidad), para verlas mejor. Verlas con algo de la tolerancia, el humor y hasta el afecto, con las que uno ve esos defectos infantiles.
Para enojarse menos, sí. Pero sobre todo para ver mejor. Y porque, al ver mejor, acaso veamos también que esas cosas tan estúpidas en el nivel en que son enunciadas acaso no lo son tanto en otros niveles. Y (sin llegar al extremo de creer comprender todo, y creer que en el fondo nada está mal) atisbar la necesidad -relativa- de tantos aparentes absurdos, la función social -por ejemplo- de tantas mitologías degradadas, y cosas asi.

Y además, y sobre todo: también sirve para conocerse mejor uno mismo, y en relación al prójimo. Importa no olvidar que, en el mejor de los casos, apenas vemos algo mejor que los otros (y probablemente, los otros ven cosas que uno no ve); pero, en comparación con la distancia que hay entre la Verdad y yo, la distancia que hay entre yo y el otro siempre será insignificante. Ver esto, y aceptarlo sin amargura; retomando la analogía infantil (puesto que, tras ver el mundo moral-intelectual del niño a la distancia, el segundo momento es intuir que uno también es un niño) aceptarlo con amor; y con humor.

Plenitud ajena

Lo venía pensando a cuento de Ana de Tejas Verdes, pero puede aplicarse a muchísimos casos de la narrativa de todos los tiempos: la curiosa emoción que sentimos los espectadores al contemplar la felicidad del protagonista.
La satisfacción de presenciar una vida -o un momento de una vida- vivida con algún tipo de plenitud.
Aunque se trate de una ficción; independientemente de que podamos «identificarnos» (esa palabra…) con el personaje de la ficción.

Curioso me parece, porque -a primera vista- no debería ser así. De hecho, no siempre es así. Leía estos días, en un foro de discusión sobre estudio Ghibli, el comentario de un chico que, habiendo visto Whisper of the heart (película romántica, con una protagonista adolescente querible y querida… y final feliz) se declaraba deprimido («me dieron ganas de suicidarme») porque no podía dejar de comparar esa adolescencia plena y dichosa del personaje con la propia, gris y vacía. Una forma de envidia, si quieren; pero envidia natural, al fin y al cabo, y aparentemente justificable. Al que es pobre, cabe pedirle que se conforme y trate de ser feliz en la medida que puede serlo, con lo que tiene, sin envidiar al opulento. Pero pedirle además que no se amargue sino que se alegre asistiendo a la exhibición de esos goces que procura la riqueza, y que él no tuvo ni tendrá nunca… parece demasiado… ¿no?
Pues, parece que no; en aquel sentido, al menos, parece que no.

Alguien intentó consolar a aquel espectador deprimido señalando que no era para tanto, que la vida de la protagonista (Shizuku) no era tan confortable (según los estándares del confort de la clase media de EEUU, supongo) y no todo era color de rosa. Pero no es esa la cuestión.

Pareciera más bien que esa capacidad natural que tiene el hombre de disfrutar de la dicha ajena -en el sentido en que estamos hablando- es un signo de salud; más, una especie de exigencia (y al revés, su carencia es signo de una falta de salud). Uno no sólo se alegra presenciando la dicha de Ana de las Tejas Verdes, sino que —reflexivamente— se alegra de poder alegrarse.

Dicho lo cual, y dándolo por cierto, ahora uno debería dedicarse a explicar por qué. Y no sería difícil rebuscar razones… lo difícil es dar con la justa. Podríamos referirnos al hombre como creación de Dios, citar el Génesis, o a Chesterton; hablar de la felicidad como vocación del hombre, la solidaridad -la comunión- del género humano; el amor como alegría de que el otro exista -y de que exista con plenitud-; citar a Tolkien, con su análisis de la eucatástrofe y la emoción del final feliz en los cuentos de hadas. Pero mejor no.
Porque, si todas esas cosas pueden tener su lugar, temo que no den de lleno en el corazón del asunto. Y temo -ahora y muchas otras veces- que por intentar meter los hechos en mis esquemas de interpretación, me pierda el sentido verdadero de los hechos. Además, habría que fijarse también en el lado peligroso (sensiblería, escapismo, alienación) de la cuestión.

Notemos sólo esto: no nos restringimos a los finales felices, ni a la felicidad pura y simple. Se trata más bien de la emoción de asistir a la vida de un personaje, expresada con algún tipo de plenitud: y esto puede abarcar la tragedia, y también el melodrama.
Leon Bloy hablaba alguna vez (no ubico la cita) del alma como un violín, de alguien que vivía «tocando su alma» como quien toca un instrumento musical. Podríamos tomar la imagen en un sentido más general, pensar que vivir es comparable a tocar una sonata. Acaso esa emoción que estoy fatigosamente tratando de describir -ya que no de explicar- tenga bastante paralelismo con la satisfacción de escuchar una música bien tocada. Y, como cualquier oyente con un mínimo oído puede intuir (aunque sólo los que sepan música puedan explicarlo), ese montón de notas guarda una estructura y un sentido. Acaso lo que nos satisface en el cuento de hadas, como en la tragedia y en el melodrama, es que las cosas tienen su lugar: la (oscura pero potente) afirmación de un sentido.

Ana de Tejas Verdes

Mi reblandecimiento estético-sentimental avanza a paso firme.
Compré la novelita («Ana de las Tejas Verdes», Lucy Montgomery, canadiense, un siglo atrás) cuando la vi en una mesa de usados, y recordé que Takahata-Miyazaki habían hecho una serie (posterior a Heidi y Marco) sobre ella. Eso no habría sido tan grave ($3, al fin y al cabo; peores cosas he comprado). Más me cuesta confesar que, aunque comencé con desconfianza (librito para nenas … y las de antes; una onda Luisa May Alcott, digamos) y no dejé de deplorar algunas torpezas y sonceras literarias demaiado notorias en el primer capítulo, la continué sin esfuerzo y terminé leyéndola con gusto.
No conforme con esto, bajé por bittorrent la serie completa… 50 capítulos de 23 minutos cada uno… casi veinte horas; un anime bastante precario en dibujo y animación (1979), calidad de video apenas pasable, audio en japonés, y subtitulado en un inglés espantoso. Y la vi completa, con franco placer. Y ya la estoy reviendo.

Sobre la novela: es la historia de una niña pelirroja (Ana) huérfana que es adoptada por dos hermanos (Marilla y Matthew) solteros, en un pequeño pueblo canadiense. Ella es muy vivaz, charlatana y original, y -previsible; todo es previsible acá- se gana el corazón de todos («Ayyyy que tieeeernooo», «Sí, ¿no?»). Abarca desde los once a los dieciséis años. Después la autora escribió otros libros a modo de continuación, pero la serie se limita a este volumen.
La serie es muy fiel, letra y espíritu. El formato serial (un episodio por semana, da un año para toda la serie) permite un ritmo muy calmo y detallista; no falta prácticamente nada del libro. Está dirigida por Takahata; Miyazaki participó algo en los primeros capítulos nomás. Creo que yo que lo mejor es la caracterización de Ana (y su crecimiento; las imágenes que copio estarían en orden cronológico), resulta creíble y querible. Los otros caracteres (tal vez con la excepción de Diana, su mejor amiga), están mucho menos trabajados, y en general resultan inexpresivos y algo toscos (se acuerdan del abuelo de Heidi…).
La animación es rudimentaria, y se nota que los recursos no sobraban; pero los fondos, la música y las voces están muy bien. Por sobre todo, ese simple buen gusto general, que preanuncia lo mejor del estudio Ghibli. Ese buen criterio y esa delicadeza sencilla que tanto echa uno de menos (lo duro de ir al cine estos días a ver «Howl», fue soportar las colas de los otros estrenos infantiles; muy deprimente).
Están sacando en España una edición en DVD con doblaje español (viejo); pero lamentablemente esa compañía –Planeta Junior– no se caracteriza por cuidar la calidad. Espero conseguirla algún día, de todas formas.

Van algunos links: Datos técnicos, review con galerías de imágenes, entrada en Wikipedia (sobre el libro y las varias versiones fílmicas), algunos videos, un sitio en italiano.

Miyazaki en Bs. As.

Un poco tarde, descubro que hay un ciclo de Miyazaki en Buenos Aires.
Cinco películas, gratis, los viernes a las 21:00, en Castillo 441 (por Scalabrini Ortiz al 800; Villa Crespo, creo). Ya pasaron Mononoke y Nausicaa, pero quedan Totoro (este próximo viernes!), Porco Rosso y Laputa. No sé qué ediciones pasarán (supongo que «fansubs») y con qué calidad, pero igual…

Los que gritan «yo»

Es de los cuadernos de Simone Weil; en este caso, son anotaciones compiladas en «El conocimiento sobrenatural«, de 1942.

Que mi cuerpo sea un instrumento de suplicio y de muerte para todo lo que es mediocre en mi alma…

Tratar la parte inferior del alma como a un niño al que se deja gritar hasta que se cansa y se calla. Nada en el universo le escucha. Mientras que Dios oye el silencio que Le es dirigido por la parte eterna del alma.

«No escucharse.»

Hacer callar a esos animales que gritan en mí e impiden que Dios me escuche y me hable. Para imponer silencio, lo mejor es hacer como si no se oyera. Quienes constatan que no son escuchados, terminan por cansarse y se callan. Esos animales en mí no serán escuchados por nadie si no les presto mi voz. Además, es necesario que tampoco yo los oiga, o al menos que no les haga caso.

Que sepan siempre, desde el momento en que se ponen a gritar, que no serán escuchados por nada en el mundo: ni por las cosas, ni por los hombres, ni por Dios, ni por mí.

Esos animales son lo que en mí, con diversos acentos de tristeza, exultación, triunfo, miedo, angustia, dolor, y cualquier otro matiz de emoción, grita sin descanso «yo, yo, yo, yo, yo».

Ese grito no tiene ningún sentido y no debe ser oído por nada ni nadie.

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Virtuosismo y virtud

Un lector se manifiesta poco impresionado -más bien apenado- por las hazañas memorísticas de Euler… y sospecho que, de haber sido yo el lector, habría sentido algo parecido. Eso de saberse de memoria «hasta la sexta potencia de los cien primeros primos» … Por un lado, suena sospechosamente legendario (esas habilidades prodigiosas que se atribuyen a alguien, esos rasgos notables, tan fáciles de citar y difíciles de verificar… sí, entiendo y comparto en gran medida ese escepticismo)… pero, por otro lado, aun suponiendo que el dato fuera cierto, ¿es algo para admirar?
El tipo que memoriza 500 cifras del número Pi, el calculista ultrarápido, el que toca la guitarra rapidísimo y de espaldas, el que improvisa décimas instantáneamente y sobre cualquier tema… el virtuoso, en suma.
Uno puede considerarse por encima de las admiraciones superficiales de las masas, y sentirse habilitado para despreciar al virtuoso. Uno sabe que la música es un arte, y que tocar bien la guitarra no es tocar rápido; en el mejor de los casos, será una demostración de buena técnica; pero eso no es lo esencial. Y la técnica hipertrofiada del virtuoso no es un mérito, más bien es un pecado: una pérdida de tiempo, una vanidad inútil (más peligrosa cuanto menos aparente sea su inutilidad), y una manera de perder (y hacernos perder) el rumbo.

Eso piensa uno, que jamás ha corrido peligro de incurrir en virtuosismo alguno, ni de cerca.
Y sí. Así será. Pero.
Vayan las salvedades, que creo más interesantes. Una salvedad particular, y su generalización.

En el caso particular de los números primos memorizados por Euler: no se trata (al menos así lo creo) de una compadrada, una hazaña inútil de un tipo memorioso y aburrido (o loco). Se trata simplemente de que, para un matemático profesional, hay habilidades y conocimientos que forman parte de su bagaje. Claro que ser un gran matemático tiene poco que ver con saber multiplicar al instante números de veinte cifras, o recordar las 500 cifras de Pi. Pero sí tiene que ver con estar familiarizado con todo un mundo de entes de razón (números, para empezar), una familiaridad que sólo da el trato continuo e intenso. Así, conocer los números primos (que en cierta manera son los elementos constitutivos de los números) no era (para Euler) una banalidad exhibicionista, sino que de hecho le servía para su labor … aún creativa.

Y, claro, esto es fácil de generalizar. Pusimos el ejemplo de los músicos. Y hete aquí que, si bien es cierto que los virtuosos no son necesariamente genios musicales, también es cierto que los genios suelen ser virtuosos. Mozart (y Bach y Beethoven)… siempre me llamó la atención eso. Y es lo mismo: la técnica no da el arte, pero el dominio de la técnica es condición casi necesaria para ser un artista; sólo el pianista que domina su instrumento, que no teme tropezar con las dificultades técnicas y escaparle a los lugares arduos, ha conquistado la libertad para hacer arte. Libertad conquistada mediante la ascesis humillante de los ejercicios y las escalas.
Y lo mismo vale para los que trabajan con las palabras, los poetas.
O Maradona (si algo le faltaba a este blog que trata de historia sin saber historia, de literatura sin saber de literatura, de liturgia sin saber de liturgia… era hablar de fútbol). El Diego cuando chico impresionaba con su virtusismo para hacer jueguitos y malabares con la pelota; eso no tiene mucho que ver con saber jugar al fútbol, dice el escéptico. Pero, lo mismo: tener el dominio completo de lo que un pie puede hacer con una pelota, da la libertad necesaria para despreocuparse de lo que el pie hace con la pelota y preocuparse por las otras cosas que hacen a un jugador de fútbol.

Y tienta -sobre todo ahora, en Cuaresma- intentar una aplicación de estas dudosas consideraciones al domino espiritual-religioso: a la santidad, pongamos. Pero no estoy seguro de que sea posible; al menos, no es muy obvio. La santidad es algo tan simple en su fondo pero tan compleja, tan variada y tan multiforme en sus encarnaciones humanas (como debe serlo: universalista) que no parece cosa fácil determinar cuál es el tipo de virtuosismo, de «dominio técnico» (no suficiente pero casi necesario) al que habría que apuntar. Ni siquiera estoy seguro de que la palabra «ascesis» (al menos en su sentido… cuaresmal) ayude a delimitar la respuesta, si la hay.

Ni progresista, ni reaccionario, sino todo lo contrario

No por laudatorio y bienvenido el breve juicio de Unamuno sobre Bloy deja de ser discutible. El probablemente hubiera repudiado con energía esas habituales calificaciones : reaccionario, integrista, ultramontano… «ultra derecha» (!), así como repudiaba su mentado parentesco con Louis Veuillot (periodista ruidoso, algo mayor que Bloy, del que conozco poco pero que imagino más afín a ciertos compatriotas nacionalistas; más merecedor de esos calificativos, sospecho).

No digo esto (¿se imaginan, no?) para intentar disculparlo, o hacerlo algo más presentable a los ojos del respetable público progresista y religiosamente democrático. Ni me interesan esos maquillajes, ni Bloy se prestaría a eso.

Y por otro lado, es verdad que, además de ser un notorio y elocuente despreciador de la modernidad (la de un siglo atrás, claro; de la de ahora, no le digo nada), ostentaba una admiración algo demasiado acrítica y romántica hacia la Edad Media, y se jactaba de ser el último creyente en la bula Unam sanctam (Papa Bonifacio VIII, año 1302) que -a su ver- proclamaba la potestad espiritual y también temporal de la Iglesia («las dos espadas»).
Con esto -y es sólo un ejemplo- basta para que muchos le cuelguen aquellos calificativos… sea con rechazo o con simpatía.
Si yo tuviera que elegir, me contaría entre los simpatizantes, claro está. Pero no tengo por qué elegir.
Y es justamente para los simpatizantes, sobre todo, que va este reparo. Porque abominar de los males modernos, estará bien; que eso te lleve a cerrar los ojos a los males pasados, no debe estar tan bien; pero que tus afanes reaccionarios y tradicionalistas te impidan ver el dedo de Dios en la historia… que te resientas contra la voluntad de Dios con la excusa de un amor al pasado (que al fin y al cabo termina siendo poco más que amor propio), un poco como los elfos de Tolkien… eso ya es peligroso. Y es un peligro contra el que, personalmente, me importa cuidarme y cuidar.

Pueden decirse muchas cosas contra Bloy, pero no que fuera uno de esos. El era demasiado «desesperado» (el título de una novela suya) para pertenecer a un partido (aun en el sentido más amplio de la palabra) [*] o por decirlo de otra manera, su «optimismo» vivía en otro plano.
Así, se impacientaba enormemente al oír esos llamados a «restaurar» esas cosas que los reaccionarios o tradicionalistas suelen ansiar restaurar. Respecto de la órdenes religiosas, por ejemplo, decía que «están degradadas irremediablemente, casi extinguidas. Pertenecen a un pasado del que nada quiere Dios» (y citaba en apoyo a Luis María Grignon de Monfort!). Y a propósito de José de Maistre (representante egregio del tradicionalismo católico del siglo XIX), comentaba en su Diario, el 20/11/1901:
Lectura sumamente prolongada de «El Papa», de José de Maistre. El autor me apasionó cuando yo era una adolescente. Hoy puedo apreciarlo mejor, circunscribiéndolo.
Genio indiscutible, pero limitado; genio exclusivamente tradicional. Creeríase que su «providencia» es una especie de mecanismo. El no comprendió que en 1789 Dios había cambiado la faz del mundo.
No sé cuán clara la tenía Bloy… aunque puedo confesar que, aun reconociendo sus enormes limitaciones, ignorancias y arbitrariedades, me simpatiza esta manera de plantarse ante el mundo y la historia. Y al menos puede servir para ilustrar cuán lejos estaba él de los unos y de los otros: de los que -por atenerse al ejemplo- amaban la Revolución y de los que la combatían.

[* Pienso que, con las salvedades del caso, podría trazarse en esto algún paralelo con Castellani … y tal vez con el mismo Unamuno]
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Unamuno y Bloy

Eso me pasa por leer picoteado: creía haber leído completo el tomo 4 de «Contra esto y aquello» de Unamuno, citado anteayer, pero recién ahora me encuentro esto:
… no todo lo francés es así, gracioso e irónico, ni mucho menos. Hay en la literatura y en el arte franceses ingenios violentos que a mí se me antojan algo ibéricos, y de los más grandes. Hoy mismo, entre los escritores franceses vivos, hay uno a quien le tienen arrinconado en su patria, no sé si por miedo, que es León Bloy, que tiene un ímpetu que no se ajusta al patrón que de lo francés tenemos. Y antes que él aquel Louis Veuillot. En general, los escritores franceses de la extrema derecha, más bien integristras o ultramontanos, más parecen españoles que franceses…
(De un artículo publicado en «El Día gráfico», Barcelona, 29/12/1914; Bloy murió en 1917).
Gran y grata sorpresa, enterarme -y a estas alturas- de que Unamuno conocía y apreciaba a Bloy. Algo en esta línea, pero más fuerte.

La religión de ellas

… y dicen que cuando un hombre está haciendo la corte debe concordar con la religión de la madre de la chica, y con la ideología política del padre.
Lo leí estos días en una novelita, escrita en Canadá, hace un siglo nomás. A veces uno no sabe si lamentarse por el paso del tiempo, o lo contrario.