Archivo por meses: febrero 2008

El celo de la crítica

Otra de Jerome K. Jerome:
Cuando era joven, me interesaba muchísimo conocer la opinión de la gente sobre mí y sobre mis obras; hoy sólo me importa evitar conocerla. En aquellos días, si alguien me decía que habían escrito dos palabras sobre mí en un periódico, era capaz de recorrer toda Londres para conseguir la publicación. Ahora, apenas veo mi nombre en el copete de un artículo, me apresuro a cerrar el diario y apartarlo de mí; a la natural curiosidad por leerlo me contesto: «¿Para qué? Sólo te amargará el día.»

En aquel tiempo, yo tenía un amigo. Después he tenido otros —amigos queridos y leales— pero ninguno llegó a ser lo que fue aquel. Porque se trataba de mi primer amigo, y los dos vivíamos en un mundo mucho más grande que este, más lleno de alegría y de dolor; y en aquel mundo uno amaba y odiaba con mayor intensidad que en este pequeño mundo que desde entonces me ha tocado habitar.

El también tenía esa ansiedad de los jóvenes por escuchar críticas, y nos obligábamos mutuamente a hacerlo. No conocíamos entonces nuestros corazones, no veíamos que cuando solicitábamos «crìticas» en realidad estábamos pidiendo aliento. Nos creíamos fuertes (así sucede en los comienzos de la batalla), capaces de afrontar la verdad.

Así, cada uno se ocupaba en señalar los errores del otro; tan ocupados en eso estábamos, que nunca tuvimos tiempos de dedicarnos un elogio. Y estoy convencido que cada uno tenía buena opinión de la calidad del otro; pero teníamos la cabeza llena de sentencias imbéciles: «Hay muchos que te elogiarán; sólo un amigo de verdad te dirá tus faltas»… «Nadie ve sus propios defectos; es digno de gratitud el que te los señala, por que sólo así lograrás corregirlos.»

Después conocimos mejor el mundo, y las falacias de estas frases. Pero demasiado tarde.

Uno de nosotros escribía algo, lo leía al otro y al fin le pedía: «Dime lo que piensas; pero sinceramente, como un amigo.»

Estas eran sus palabras. Pero sus pensamientos (ignorados incluso por él mismo) eran: «Dime que es inteligente y está bien escrito, amigo mío. El mundo es cruel, sobre todo para los que no lo hemos conquistado, y, por más que afectemos impavidez, nuestros corazones jóvenes están surcados de arrugas. A menudo nos sentimos cansados y desalentados. ¿No es así, amigo mío? Nada tiene fe en nosotros, y en esas horas oscuras nosotrs mismos dudamos… Tú eres mi camarada. Sabes cuánto he puesto de mí mismo en esta pequeña cosa, que para otros no será más que una lectura pasajera de un rato de ocio. Dime que es bueno, amigo mío. Pon algo de sangre en mi corazón, te lo ruego.»

Y el otro, lleno del celo de la crítica —que es el sucedáneo civilizado de la crueldad— respondía con más espíritu de franqueza que de amistad. Seguían luego acoloramientos y palabras duras… […]

Desde entonces, siempre me he preguntado si el Arte (aun con A mayúscula) vale toda la pena que es debida a su causa; si es que a ella y a nosotros nos ha ido mejor, contando todos los sarcasmos y los ataques, toda la envidia y el odio que hay que anotar a su nombre…
Yo tampoco estoy seguro de la respuesta.
Y no me importaría tanto responderla si sólo se tratara de arte (con o sin mayúscula).

Despertares que ya no son


Rised up this morning,
Smiled with the rising sun,
Three little birds
Pitch by my doorstep
Singing sweet songs
Of melodies pure and true,
Saying:
This is my message to you-u-u:

Dont worry
about a thing,
cause every little thing
gonna be all right.

«Three little birds», Bob Marley
Y Castellani… bueno, el personaje, el protagonista de «Los papeles de Benjamín Benavides», comentaba de Mariányels, la niña que acababa de adoptar fugazmente: «Se despierta siempre riendo, al revés de mí que me despierto con un humor de perros» (p.191).

Y aunque distintos niños tienen distintos despertares, y aunque aquí también pueden interferir los recuerdos falsos de una infancia más soñada que vivida, y aunque el tesoro perdido no sea patrimonio exclusivo de ciertos despertares o de ciertas edades… yo siento la pérdida.
Tengo poca memoria de mi primera década, creo que fue una infancia no muy intensa, sin grandes alegrías ni grandes tristezas. Pero recuerdo -entre otros menos nítidos- un despertar, mi madre abriendo la ventana de mi pieza (que, privilegio de primogénito, daba al patio) y comentando algo sobre el clima, y yo (sin ningún otro motivo especial, sin ningún acontecimiento feliz en el pasado o futuro próximo) sintiendo aquel estremecimientos de felicidad. «Qué linda es la vida», era la expresión natural (aunque para adentro, claro).

Poco queda hoy de aquello.
¿Mal de muchos (adultos)?… Parece (o será que uno es algo tonto). Vaya a saber.

Y vaya a saber también si, en este como en tantos otros aspectos, será lícito hacer la analogía historicista, trasponiendo la polaridad infancia-adultez de la vida personal a la historia del mundo. El mismo Castellani se sentía muy lejos de la alegría luminosa y potente de los santos antiguos: «…mi alegría de perro cansado no es el éxtasis de ellos. Ellos eran vigiles y madrugadores, y yo lo que quiero es dormir.» ….
Podrá decirse que eso es problema de Castellani; cosas de su carácter, su historia o su edad… Pareciera, sin embargo, qué se ve como representante de su tiempo, en algún sentido. Tal vez sea así nomás la cosa, tal vez a los de este siglo sólo nos quede aspirar a esas alegrías de perro cansado.

Silbos de acá y de allá

En una novela en inglés -no diré su título- un personaje, escéptico sobre la dudosa bondad del acto de un prójimo, sentencia que «Un cerdo puede silbar, pero no tiene buena boca para ello».
Suena a proverbio… ¿será? así parece.
Y yo que creía que aquello de «Difícil que el chancho chifle» era un genuino producto autóctono. En fin, un golpe más a mi -ya bastante alicaído- orgullo nacional. Admitamos al menos que nuestra versión tiene una sonoridad (aliteración?) más atractiva.

Y hablando de silbos y sonoridades, un pedazo de cuarteto de Mozart que, por azares varios (viejos casettes que hoy juntan polvo) me ha acompañado desde hace mucho tiempo; ahora me entero de que está considerada entre lo mejorcito de Mozart (que ya es decir).

Italiano en EEUU sobre japoneses

Una entrevista en Ghibliworld.com con Enrico Casarosa, un animador italiano que trabaja en Pixar. Conocedor y admirador de Ghibli, según se ve (uno de sus varios dibujos inspirados en Miyazaki; este avión es justamente de la marca que dio nombre al estudio Ghibli).
… en Ghibli los storyboards son hechos por el director, y son tomados al pie de la letra. Es una forma muy diferente de hacer las cosas, el estudio y sus artistas están siguiendo la visión de un líder, sin necesidad de discusiones, ediciones o consultas… Pero es este escenario de trabajo el que da a Miyazaki la libertad para embarcarse en su propio viaje, para encontrar poco a poco la película que quiere mostrar. Como resultado, tenemos historias muy personales, con una autenticidad y originalidad prácticamente imposibles de alcanzar aquí en EEUU, donde la historia es hecha, en el mejor de los casos, por un grupo de gente talentosa, y en el peor caso por un comité. Creo que eso es el punto fuerte de muchos proyectos japoneses, con sus méritos y sus fallos, tienen la voluntad de atenerse a la visión del director. Así, las historias resultan más idiosincrásicas; eso es lo que yo, personalmente, encuentro inspirador y refrescante.
La verdad que hacer animación en EEUU es diferente. Son proyectos caros que deben gustar a una audiencia muy amplia. Lo cual provoca una tensión en los estudios y sus directivos. Desafortunadamente, a mayor presupuesto se corresponde una mayor exigencia de gustar a la mayoría, y eso tiende a debilitar el sabor…
El tipo lógicamente hace excepción (aunque relativa) para su empleador, Pixar. Pero yo no. Las últimas cosas de Pixar me parecieron flojas y convencionales: Cars no tuve la paciencia de terminarla, Los increíbles me pareció mediocre, y Ratatouille apenas mejor; mucha técnica y nada de alma. —De paso, y fuera de Pixar: tampoco me gustó, aunque por otros motivos, Persépolis, de la que tanto se está hablando y que este Enrico también aplaude; pero ese es otro tema—.

Spe Salvi

… si el «purgatorio» es simplemente el ser purificado mediante el fuego en el encuentro con el Señor, Juez y Salvador, ¿cómo puede intervenir una tercera persona, por más que sea cercana a la otra? Cuando planteamos semejante cuestión, deberíamos darnos cuenta que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo.
En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación.
Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil.
Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.
De la Spe Salvi.
Los escritos de este papa, y esta encíclica en particular, tienen a mis ojos, una mezcla curiosa de registros. O categorías de destinatarios. Por un lado el registro histórico-filosófico, con referencias a figuras de la cultura (contemporánea sobre todo); un intento de diálogo hacia afuera, con los intelectuales (en nombre de la Iglesia?) y un intento de esbozar posiciones en esas coordenadas (lo cual implica además, con todas las críticas, una toma de posición hacia adentro: de no borrarse de ese ambiente, de no declarar a la cultura moderna dominio de la ciudad del hombre). Por otro lado, el registro ortodoxo, la respuesta a posiciones o tendencias en el mundo católico; hacia los teólogos (y mini-quasi-pseudo teólogos), en suma. Y finalmente el registro más llano, directo y personal, dirigido al hombre de a pie… ¿de adentro o de afuera? un poco de todo; al hombre común, probablemente con un pie adentro y otro afuera; tampoco especialmente al izquierdas o derechas.
A este párrafo yo lo ubico en este último registro. Y me parece que es el que mejor le sale; contrariamente a lo que muchos podrían esperar. Cosas sustanciosas, y con el tono certero (un tono que por algún motivo es muy difícil de hallar; un tono que las buenas intenciones -tradis o progres- no suelen lograr dar; y creo que darlo no es cuestión de habilidad literaria, creo que tiene que ver con aquello de que de la abundacia del corazón habla la boca). Personalmente, preferiría que se dedicara mucho más a esto. Pero un papa no debe tener las cosas fáciles.
Me dirán que no hay por qué llamar «mezcla de registros» a estas variaciones, y que no tienen nada de particular. Pero el caso es que de a ratos se me escapa la armonía entre esos registros. Cosas de la cabeza alemana, tal vez. O pocas entendederas o esfuerzo de lectura de mi parte; trataremos de subsanar esto último, ya que no podemos subsanar lo otro.

De paso. Lo de que nadie peca solo resonó fuerte en mí, un poco por aquello, disparado a su vez por otro párrafo similar. Y lo de que nadie se salva solo, la otra cara de la misma moneda, sirve de corrección a la copla (o mejor dicho, a cierto espíritu —-preconciliar?-— que imagina la salvación como un negocio individual, y que podría alimentar o ser alimentado por la copla): «En esta vida prestada / el buen saber es la clave / quien sabe salvarse, sabe / y el que no, no sabe nada».

Tarentola mauritanica

He tenido que venirme a vivir a Buenos Aires —al medio de Buenos Aires, en edificio de departamentos— para aprender un poco de zoología. Comparto pues lo aprendido: la Tarentola mauritanica es el nombre científico (y algo más inquietante que el vulgar: «Salamanquesa común«; yo de común no le veo nada) es … como les diré … un bicho, una especie de lagartija o algo así.
Ahí le saqué un par de fotos, la llave está para que tengan idea de su tamaño. La primera puede agrandarse. Fíjense que lindas manos. Dicen que come insectos, pero yo no tuve oportunidad de comprobarlo.
Dicen que es —en honor a su nombre— bastante común; supongo que mi reacción al topármela caminando por la pared de mi cocina habría debido ser un indiferente: «Ah, una salamanquesa común». No fue tan así (bueno, el salto tampoco fue tan alto)… pero me alegra poder decir que ella (o él, vaya a saber) también se asustó; y que logré atraparla. El orgullo me duró hasta que me metí en Google y encontré fotos de chicos paseando salamquesas en sus manos… Google estropea todo, al final.
Como sea, y a pesar de haber estado estos días viendo algunos capítulos de Jeeves & Wooster con Gussie Fink-Nottle y sus amadas lagartijas (La traducción de «newt» es lagartija, Jeeves? aproximadamente ? gracias, Jeeves), la idea de quedármela como mascota no terminó de cerrarme… así que al día siguiente la dejé en libertad (por decirlo más directamente, la tiré por la ventana). No es la primera, en realidad, así que sospecho que no será la última. La próxima me encontrará más curtido y flemático en mi trato con reptiles.

De paso: me afirmo en mi juicio sobre la serie. Stephen Fry como Jeeves no funciona del todo bien, las adaptaciones del guión no son siempre afortunadas, el cambio de casting en los personajes entre temporadas es una lástima… pero en promedio todo está bastante bien, y por sobre ese promedio está Hugh Laurie como Bertie: excelente, admirable, para agotar adjetivos (como decían los críticos de Wodehouse).

Un proxy al Vaticano

Linda evocación de San Agustín —uno de mis santos favoritos; nada original lo mío— la que hizo el papa en la audiencia del miércoles.
Pueden leerla en la página del Vaticano … O si, como yo, están hartos de la estética decrépita del sitio (ese fondo!) y su mala legibilidad, puede leerlo via un «proxy» (*) que recién estuve programando: acá. Es un scripcito que trae la página del Vaticano, pero sacándole las imágenes y retocando los estilos. Para mi gusto, y a pesar de los defectillos (de navegación sobre todo) sale ganando. Tal vez lo vaya mejorando más adelante.
Pueden ver otra página cualquiera del Vaticano así (aunque muchas no se deben ver bien), metiendo la dirección acá.

* proxy = palabreja técnica; básicamente es algo que oficia de intermediario para responder a un requerimiento