Mirar lo mismo y ver distinto

Hoy es la fiesta de Santa Juana de Arco. Uno de los personajes más asombrosos y más populares del santoral. Y si en otros territorios la popularidad puede ser motivo de sospecha más que recomendación, acá pareciera que no. Admirada por igual por católicos o ateos (y por outsiders: Simone Weil la tenía por la única figura verdaderamente pura de la historia de Francia).
Me señalaba un amigo la rara cantidad de películas que le han dedicado.
Yo, casualmente, este domingo caí en una función gratuita de cine mudo con acompañamiento de piano (en vivo) en la Biblioteca Nacional: pasaban La Pasión de Juana de Arco, de Dreyer, ya comentada acá; y tocaba Carlos Cutaia (ex Aquelarre y Máquina de Hacer Pájaros, si no recuerdo mal). Pensé que seríamos muy pocos espectadores, pero la sala (grande, más de 300 asientos) quedó chica (siempre me pregunto cómo hacen los organizadores de estos eventos aislados y atípicos para tener una idea, siquiera remota, de la cantidad de gente que asistirá… ¿por qué 300 y no 30, o 3000? por algún misterioso mecanismo, parece que saben estimarlo). Y un silencio impresionante.
Muchos habrán ido por Cutaia, o por el solo hecho de pasar un atardecer frío en un cine sin pagar, o por Dreyer… (o por Artaud?), pero tampoco es de descartar, pienso yo, un ingrediente devocional -aunque sea estético- por Juana.
A la salida, dos señoras mayores, con rictus de izquierda, si uds. me entienden, comentaban; cacé al vuelo unas poquitas palabras («Ratzinger» entre ellas); alcanzaban para hacerse la idea. Qué basura la Iglesia, siempre igual… ¿no?

Y uno, católico, que mira la misma historia y la misma alma, que la mira devocionalmente, recordando, recreando, confirmando en cierta manera lo que cree y por qué lo cree… siente algo de curiosidad.
No es tan raro, en realidad, que los mismos hechos confirmen a unos y a otros en sus razones opuestas; o mejor: en sus apuestas opuestas. Un amigo me decía algo parecido, hace un tiempo, a propósito de «La misión». El católico A la mira y piensa «B debería verla; podría ayudarlo a entender por qué uno ama el catolicismo» ; el ateo B la mira y piensa lo mismo, a la inversa: «A debería ver esto, tal vez le abriera los ojos…» Cada uno se asombra al comprobar que el otro no encuentra en eso una objeción, sino más bien una confirmación.
Curioso malentendido. Posible signo de malentendidos más fundamentales, de cegueras más o menos culpables al presumir las (malas) razones del adversario. No es fácil comunicar qué ve uno, y por qué cree; más difícil todavía es adivinar por qué el otro no lo ve, y por qué no cree; y algo delicado es, dicen, el oficio de sacar pajitas de ojos ajenos.
Y después de todo, no se trata sólo de haber visto tal o cual película. O dicho de otra manera: en última instancia, todos vemos exactamente la misma película.
Se trataría, al decir de Simone Weil, de una orientación de la mirada.
Y, en el caso de la historia de Juana de Arco, qué vamos a hacerle: no puedo dejar de pensar que la orientación de las señoras aquellas es, por decirlo suavemente… algo ingenua (la existencia del fariseísmo no formará parte del Credo… pero es un dato con el que contamos). Y naturalmente, al pensar eso me cabe el sayo de la advertencia anterior. Naturalmente.
# | hernan | 30-mayo-2007