Archivo por meses: agosto 2006

Vislumbres

Uno mira, y mira, y mira, y a veces (muy de tarde en tarde) ocurre que uno ve. Vislumbres de diferentes calidades y claridades; aunque fugaces, por lo general. No es mística -al menos, no necesariamente; aunque podría serlo en un nivel de «mística natural»; como lo que contaba Ionesco; tal vez aún menos. También con el arte, claro (qué poca inocencia, para necesitar medios tan rebuscados). Disfrutar con plenitud una melodía, un verso, una escena; -plenitud fugaz, que pasa como una ola.

Me pasó días atrás, que pensando (o sintiendo) no sé qué, se me cruzaron aquellos versos (famosos, por acá) de «Naranjo en flor«:
Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento….
Nunca me habían dicho demasiado. El escéptico que uno lleva adentro los sospechaba más bien arbitrarios… palabras hijas del capricho del poeta y de las conveniencias métricas, metidas sin mayor fundamento ni concierto, casi al azar (en todo caso, habría sido más lógico poner «amar» antes de «sufrir».. ¿no?).
La cuestión es que, en aquel momento, de golpe me parecieron claros y profundamente (evidentemente) verdaderos. Claro, me dije: primero sufrir; después amar; después partir; y al fin, al final de todo… andar sin pensamiento. ¡Claro!!!
No creo que hubiera podido explicar qué es eso que veía claro; y ciertamente, no se me ocurriría intentarlo ahora. Ahora la veo menos; y las puertas vuelven a cerrarse y uno se queda afuera, acompañado del cínico escéptico; escéptico respecto al sentido profundo de la poesía, y escéptico respecto a la correspondencia de nuestras vislumbres con algo real.
Por lo que a mí respecta, les diré que yo no tomo demasiado en serio mis pobres y esporádicas vislumbres; pero al escéptico éste, lo tomo menos en serio todavía.

Y «que se me pegue la lengua al paladar» si dejo de dar las gracias por cualquier vislumbre; aun la de unos versos de tango.

Si es lunga la procesión

Escuchando «En un feca«, lindo y raro tango; conozco dos versiones, ambas estupendas: una por Edmundo Rivero y otra por Lidia Borda[*].
Graciosa la letra (1924), en décimas, que remata con una metáfora -lugar común de otros tiempos, supongo-… católica:
Como tu fin ya está escrito,
facil es de imaginar:
muy pronto irás a parar
a manos de un compadrito.
Y cuando ya esté marchito
ese cuerpo compadrón [**],
algún oscuro chabón
será el llamao a cargarte:
nadie quiere el estandarte
si es lunga la procesión.
Para sumar a esta otra, y quién sabe cuántas más…


[* ¡Qué lindo canta Lidia Borda! Los que no conozcan, pueden pispear acá. Pueden escuchar fragmentos, o bajarse enteros Sueño de juventud o Arrabal amargo…]

[** Choca algo la repetición —compadrito-compadrón—; y aunque en las letras de tango no faltan torpezas poéticas (e anche «candorosos solecismos» —Gobello dixit), yo no descartaría una corrupción del texto original]

Sentido y sentidos

Hablábamos hace poco —o nos proponíamos hablar dentro de poco— de la sensualidad, a propósito de la obra de Miyazaki. Claro está que la palabra alude a lo sensorial, a la belleza sensible, la que entra por los sentidos.
Y por otro lado, hace poco hablábamos de nuestra necesidad de encontrar un sentido al cosmos.
¿Tiene algo que ver, o se trata de una mera coincidencia verbal?
Yo hubiera tendido a responder lo segundo.

Pero después de leer esto de Kafka (y sin haberlo leído, probablemente no me habría planteado la pregunta), no estoy tan seguro:
La raíz de la palabra sensualidad es sentido. Eso tiene un significado muy concreto. El hombre sólo puede llegar a alcanzar el sentido a través de lo sensorial. Naturalmente, este camino también es arriesgado: se le puede dar prioridad al medio sobre el fin. Entonces se llega a la sensualidad, que es precisamente la que desvía nuestra atención del sentido.
La cita, notable (entre otras cosas, porque anticipa la salvedad y el peligro, que también expresara Marechal en «Ascenso y descenso por la Belleza»), la encontré en este blog ( notable, también) especializado en literatura infantil y juvenil.

Desorden y unidad

Releo algunas páginas de Ciudadela. Descubro un sabor, un matiz nuevo al imaginar (nada muy original) que el padre del que se habla es figura del mismo Dios.
Por esto es que desarrollo la unidad del amor en columnas diversas y en cúpulas, y en esculturas patéticas. Porque al expresar la unidad, la diversifico hasta lo infinito. Y no tienes derecho a escandalizarte.

Sólo importa lo absoluto que proviene de la fe, del fervor o del deseo.
Porque una es la marcha del navío hacia adelante; pero sucede que colabora con esa marcha el que aguza un cincel, el que lava con agua el musgo de las planchas del puente, el que trepa en el mástil o el que enaceita la duela.

Así, pues, este desorden te atormenta porque te parece que si los hombres se sometieran a los mismos gestos y tiraran en el mismo sentido, ganarían en poder.
Pero yo respondo: la piedra angular, si se trata del hombre, no reside en las huellas visibles. Es preciso elevarse para descubrirla. Y lo mismo que no reprochas a mi escultor que para alcanzar y lograr la esencia haya simplificado hasta el extremo y empleado signos diversos tales como labios, ojos, arrugas, y la cabellera, porque le era necesaria la estructura de un filamento para asir su presa (filamento gracias al cual, si no permaneces miope y con la nariz encima, te volverá tan melancólico que te convertirás en otro). Por lo mismo, no me reproches no inquietarme por tal desorden en mi imperio.
Pues para descubrir esta comunidad de hombres, ese nudo del tronco que desprende ramas diversas, esta unidad que deseo lograr y que es el sentido de mi imperio, precisas alejarte un poco; principalmente si te pierdes en la observación de los equipos que tiran de un modo diverso sus cordajes. Y verás el navío en marcha sobre el mar.

Si comunico a mis hombres el amor de la marcha sobre el mar, y si cada uno de ellos es pendiente del peso de su corazón, entonces los verás diversificarse según sus mil cualidades particulares. Uno tejerá telas, el otro, por el destello de su hacha, derribará el árbol en la selva. El otro, forjará clavos, y en alguna parte observarán las estrellas para aprender a gobernar. Y todos, sin embargo, serán uno. Crear el navío no es tejer las telas, forjar los clavos, leer los astros, sino más bien transmitir el gusto del mar que es uno, y a la luz del cual nada hay que sea contradictorio, sino que todo es comunidad en el amor.
Por esto, para que mis enemigos me aumenten, colaboro abriéndoles los brazos, sabiendo que hay una altura en la que el combate se asemejará al amor.

Crear el navío, no es preverlo en detalle. Pues si por mí mismo intento construirlo, nada que valga la pena lograré de su diversidad. Todo se modificará al salir a la luz del día, y otros distintos a mí pueden emplearse en esas invenciones. No me corresponde conocer cada clavo del navío. Sino aportar a los hombres la inclinación hacia el mar.
Y más crezco a la manera del árbol, más me anudo en la profundidad.

Y mi catedral que es una, resulta de aquel que lleno de escrúpulos esculpe un rostro en el que se pintan los remordimientos, de que este otro que sabe regocijarse, se regocije y esculpa una sonrisa. De que aquel que es resistente me resista, de que aquel que es fiel permanezca fiel. Y no vayas a reprocharme haber aceptado el desorden y la indisciplina; pues solamente conozco la disciplina del corazón que domina, y cuando entres en mi templo te sobrecogerá su unidad y la majestad de su silencio, y cuando veas de un lado y otro prosternarse al fiel y al refractario, al escultor y al pulidor de las columnas, al sabio y al simple, al alegre y al triste, no vayas a decirme que son ejemplos de incoherencia, pues son uno por la raíz; y el templo se ha realizado, al hallar a través de ellos todos los caminos necesarios.
Pero se equivoca el que crea un orden de superficie, sin dominar desde una altura suficiente para descubrir el templo, el navío o el amor y, en lugar de un orden verdadero, funda una disciplina de gendarmes donde cada uno tira en el mismo sentido y adelanta el mismo paso. Porque si cada uno de tus súbditos semeja al otro, no has logrado la unidad; pues mil columnas idénticas no crean sino un estúpido efecto de espejos y no un templo. Y la perfección de tu diligencia sería, respecto a esos mil súbditos, exterminar a todos exceptuando uno.
El orden verdadero es el templo. Movimiento del corazón del arquitecto, que anuda como una raíz la diversidad de los materiales y que exige para ser uno, durable y potente, esa misma diversidad. No se trata de ofuscarte porque uno difiera del otro, porque las aspiraciones de uno se opongan a las del otro, porque el lenguaje de uno no sea el lenguaje del otro; se trata de alegrarte de ello ya que si eres creador, construirás un templo de portada más alta, que será su común medida.
Pero llamo ciego al que se imagina crear cuando desmonta la catedral y alinea las piedras en orden, por rango de talla, una después de la otra.

Saint Exupéry

Contra mundum

Y sí, con todas las salvedades y críticas (no me faltan, más bien me sobran) también yo podría decirlo. Odian a la Iglesia como se odia a la propia conciencia cuando nos pone con nuestras miserias en la luz.
Y sí, transcribí la frase de la esposa de Bloy pensando sobre todo en aquello que los argentinos habrán sospechado.

Curiosa sensación la que me da, esto de que la Iglesia esté (tan evidentemente; para mí, claro) del lado de la verdad, y precisamente en contra del mundo; junto con la evidente ceguera furiosa de los otros. Aún si pudiera dejar a un lado el sabor amargo de esto último, y si pudiera olvidarme del hecho en sí -y de los que vendrán… Aún así, no estoy seguro de que me cause orgullo; tal vez alguna alegría; o mejor, algún consuelo. Y en cuanto a «confirmaciones», uno querría suponer que no las necesita; pero quién sabe….
Bien está, sin dudas, que la Iglesia tenga razón, y que la escupan por tenerla. Muy bien está.
Acaso no estén tan bien las razones, ni los corazones, de esos que tienen (tenemos) razón; clérigos y laicos. A veces -si me permiten la locura- me da un poco de miedo de que no seamos dignos de tener razón. Y no me refiero a contradicciones entre lo creído y lo vivido, ni nada por el estilo.

Decía un ateo (de esos que odian a la Iglesia, y en estos días sobre todo), con sorna, que a los católicos se nos veía «cansados de mea culpas». Yo no sé cómo nos vemos los católicos, si es que nos vemos. Por mi parte, diría que, si bien algunos mea culpas (como tantos otros gestos públicos, de cara al mundo) pueden parecerme desafortunados, insinceros, hipócritas o simplemente idiotas, difícilmente llegaré a cansarme por un exceso de cantidad. No me molesta que la Iglesia pida perdón por todas las ocasiones en que se ha equivocado. Incluso a veces pienso que debería pedir perdón por todas las ocasiones en que ha tenido razón.

Y ya que enigmático y oscuro viene el post, cerremos con una cita enigmática y oscura que hará levantar algunas cejas (mías incluidas) del diario de Bloy:
La Iglesia no sabe lo que dice. Es por eso, precisamente, que es infalible.

Tres de Bloy

El milagro es la restitución del orden.

¿Por qué se odia tanto a la Iglesia? Porque es la conciencia de la humanidad. (Juana) [*]

El trabajo es la plegaria de los esclavos. La plegaria es el trabajo de los hombres libres.

León Bloy ~ Diario ~ 21/3/1899
[* Se trata de Juana Molbech, su esposa].

Cosas fáciles

Los ayunos, las vigilias, etc. —cuando son actos piadosos, son mejores si son fáciles. Hay algo maravilloso en la facilidad, algo que reflejan los quintetos de Mozart y los madrigales de Monteverdi. Yo deseo sufrir violencia de parte de los seres humanos y ser obligada a violentarme por ellos; pero por Dios, no quisiera hacer más que cosas fáciles. Excepto orientar el pensamiento hacia Dios, que es la suprema e íntima violencia que el alma se hace a sí misma.

Simone Weil – (Cuadernos de América – 1942)

No quiero hacer lo que quiero

iEsa melancolía de haber perdido tus correspondencias «cósmicas»!…

iRecordar que hubo un tiempo en el que a cada momento de la vida del hombre le correspondía —le «respondía»— un acontecimiento cósmico!
Antes, el hombre bailaba en los solsticios, encendía fuegos en la noche de san Juan, se casaba en ciertas noches, se entristecía y se alegraba con la vida de la luna. iQué perfecta armonía con los ritmos cósmicos, qué milagrosa correspondencia entre el baile del hombre y la trayectoria de los planetas!
Cualquier cosa que el hombre hacía tenía otro «peso», encontraba eco en otros niveles. Aunque pequeño y vulnerable, como siempre lo ha sido, el hombre era sin embargo un ojo en el que se reflejaban los espacios siderales, un corazón en el que la sangre latía con el mismo ritmo que el del universo…

iCuánta melancolía despierta esta libertad moderna del hombre, que puede bailar, celebrar o velar cuando quiere y como quiere! La desesperación que produce este aislamiento anárquico en un cosmos viviente. Eres tú mismo, solamente tú mismo, libre para perderte, para abandonarte a merced de cualquier combustión interior, como si estuvieras encarcelado en una jaula de hierro, aislado del resto del mundo. Sientes que por encima de ti pasan cosas inimaginables, en lo invisible, y que todas estas cosas ya no «encuentran una respuesta» en ti. Aquella milagrosa red que te ataba al resto del universo se ha roto hace mucho tiempo. Hay noches en que la conciencia de esta ruptura te desespera. Y otras veces tan sólo subsiste su melancolía.
Lo escribía Mircea Eliade, en sus fragmentos juveniles.
Y Dolina decía lo del título del post.
Melancolía de recordar estas cosas, cuando escucho al cura que repite por enésima vez en su sermón (¿Qué adjetivo estoy buscando, Jeeves?… No, déjelo) uno de los tantos lugares comunes sacerdotales contemporáneos, «No venimos a misa el domingo porque tengamos la obligación, no se trata de cumplir una obligación, venimos porque queremos experimentar el amor de Dios que nos invita a blablablabla….».

Ya cité esto alguna vez, pero…
Los ritos son en el tiempo lo que la morada es en el espacio.
Bueno es que el tiempo que transcurre no nos de la sensación de gastarnos y perdernos, como un puñado de arena, sino de realizarnos.
Bueno es que el tiempo sea una obra.

Y así voy, de fiesta en fiesta, de aniversario en aniversario, de vendimia en vendimia; como iba cuando niño de la sala de reunión a la sala de descanso, en la anchura del palacio de mi padre, donde todos los pasos tenían un sentido.

Yo he impuesto mi ley, que es como la forma de los muros y el orden de mi morada.

El necio ha venido a decirme:
—Libéranos de tus sujeciones; y creceremos.

Pero yo sabía que lo primero que perderían así era el conocimiento de un rostro y, al no amarlo ya, el conocimiento de ellos mismos.
Y he decidido,a pesar de ellos, enriquecerlos con su amor.
Pues ellos me proponían, para pasearse con más comodidad, echar abajo los muros del palacio de mi padre, donde todos los pasos tenían un sentido.

Escucho la voz del necio:
—¡Cuánto lugar dilapidado cuántas riquezas inexplotadas, cuántas comodidades perdidas! Es preciso demoler estos muros inútiles y nivelar esas escaleras que complican la marcha. Entonces el hombre será libre.

Y yo respondo:
—Entonces los hombres se tornarán rebaño, y, para no aburrirse, inventarán juegos estúpidos, también regidos por reglas, pero por reglas sin grandeza.

Porque el palacio puede inspirar poemas. Pero ¿qué poema cantará la nadería de los dados que ruedan ?
Quizás vivirán largo tiempo aún, a la sombra de esos muros, de los que los poemas les despertarán la nostalgia… hasta que la misma sombra se acabe borrando, y ya no comprendan más. ¿Y de qué podrán regocijarse después?
Así el hombre perdido en una semana sin días, en un año sin fiestas…

A. Saint-Exupery
(Ciudadela)

Raras felicidades

Es uno de esos listados -tan arbitrarios como seductores: «los N mejores X«-, dedicado en este caso a los mejores finales de películas…
No figura, claro está, el que sería mi favorito (Only Yesterday! je…), pero me sorprende gratamente encontrar Fargo, citada justo por ese detalle que a mí me había gustado especialmente… y, que no creí que hubiera impresionado a casi nadie más:
Cinema, especially recent cinema, isn’t known for its portrayals of happy marriages — especially not in crime movies. But the last scene in this Coen brothers masterpiece doesn’t involve any blood, bullets, or double-crosses. It just shows the Gundersons, Marge (Frances McDormand) and Norm (John Carroll Lynch), sitting in bed. He tells her that his painting is going to put on a three-cent stamp, she tells him how great that is, and the emotional core that has been developing throughout the film is suddenly sitting right in front of us. No wood chipper needed.
Traduzco: «El cine, especialmente el reciente, no se caracteriza por sus retratos de matrimonios felices… especialmente el cine policial.»
Es verdad. Lo había pensado, y lo volví a pensar al ver hace poco «El aura» (aparecen tres matrimonios, y los tres son un desastre).
Pero sospecho que es algo que excede al cine; también en la literatura .. y no necesariamente muy reciente.

Recordemos -más de 70 años atrás- aquella ocasión en que Jeeves propone a Bertie Wooster su plan para ablandar al tío de Bingo, mediante la lectura -casi forzada- de novelas románticas… Bertie pregunta:
-¿De verdad libros de ese tipo en la actualidad? Los únicos que he visto mencionados en los periódicos tratan de parejas de casados que encuentran que la vida es gris y que no pueden soportarse mutuamente a ningún precio…
-Sí, señor, hay muchos, menospreciados por la crítica, pero muy populares. ¿Por casualidad no ha leído el señor «Todo por amor», de Rosie M. Banks?
-No.
-¿Tampoco «Una roja, roja rosa de verano», por la misma autora?
-No…
Además de esto, podríamos citar (resistamos, resistamos) otros fragmentos en los que Wodehouse se burla amablemente del «pesimismo cultural» de su tiempo (como aquel escritor ruso en cuyos libros «no pasaba absolutamente hasta la página 315, cuando el mujik decidía suicidarse»); tampoco faltan los retratos de matrimonios felices… Pero, claro, Wodehouse no es exactamente el autor que uo elegiría para ilustrar cómo fue el siglo XX.
Quedaría por ver por qué es así, dilucidar si ese pesimismo (en lo general, y en lo particular : el matrimonio desdichado) es causa, consencuencia, o signo (y de qué). Tal vez, si nos permitimos una pizca de apologética… podríamos aducir que es significativo -por lo menos- que este tiempo en que el hombre más siente la exigencia y el derecho de ser feliz, parece ser el menos fecundo en la felicidad; y que la negación de la culpa -el pecado original- parece más bien alejarlo de la inocencia, en vez de acercarlo. Acaso podría uno traer a colación aquello del que quiere salvar su vida y la termina perdiendo.
Pero también desconfío un poco de esas apologéticas; a veces me suenan demasiado cómodas; a veces me huelen a autosuficiencia farisaica.
A veces, dije.
Por ahora, me quedo con la pizca de contemplación —mirar, sin analizar y sin juzgar— que puede darme una película policial. O una novelita de Wodehouse.

Argentinos, por Miyazaki

Vi MarcoDe los Apeninos a Los Andes«), de Takahata (y Miyazaki [*]). La están pasando en TV en Chile estos días, si no me equivoco.
Está muy bien -diría que me gusta más que Heidi, aunque menos que Ana de las Tejas Verdes. El guión es muy libre (el original era muy breve… para una serie de 52 capítulos, 22 minutos cada uno), pero la libertad está bien empleada, con muchos de esos toques humanos, delicados e inesperados (para uno que está acostumbrado a animaciones con menos alma…).
Ampliaremos (sigo con el proyecto de armar algo dedicado a Miyazaki/Takahata…). Anoto por ahora dos detalles mínimos, relacionados con el factor argentino de la película.

Uno: en una escena en un tren, llegando a Córdoba, Marco -que viaja solo- se siente mirado por unos criollos de aire sospechoso… Cree que le quieren robar y trata de escapar. Los gauchos, que al fin resultan inocentes, lo tranquilizan: «¿Qué te pasa a vos?» «Vamos, calmáte, pibe». Es la única vez en la película (en esta versión, con doblaje español) que alguien habla «en argentino», en la gramática y la tonada. Curioso que hayan elegido —los del doblaje, supongo— esa ocasión y esos personajes (y algo incongruente: sería más apropiado en Buenos Aires que en Córdoba).
Dos: Ya en Córdoba, Marco se hace amigo de Pablo, un chico pobre que junta comida en los tachos de basura y vive en un rancho con su hermana y su abuelo. A la mañana, al salir, Pablo despide a su hermana (ambos levemente morochos) dándole un beso sonoro en la mejilla. Escena completamente normal, que pasaría inadvertida… si no fuera un animé; ahí el beso resulta algo exótico, un sencillo y simpático toque de color local.


[* La dirección es de Takahata, Miyazaki se encargó de varias cosas, principalmente el diseño de escenas. Parece que viajó a estos pagos allá por 1975, para conocer el terreno. ]

Varios

  • Un martini en el Ritz, un blog que me acaban de pasar, y que pinta notable, por varios motivos que podrán sopesar los que lo lean.

  • Un artículo del P. Podestá sobre «El estatuto ontológico del embrión». Ya he dicho alguna vez que me produce alguna incomodidad la militancia antiabortista cuando pretende fundamentar su posición sobre una supuesta definición doctrinaria de la Iglesia sobre el inicio de la existencia personal (o la infusión del alma) al momento de la concepción; no porque yo crea una cosa o la otra, sino porque me parece haber una confusión -filosófica y teológica-, con militantes que exponen como dogma católico cosas que no lo son… En ese sentido, echo de menos algún análisis abarcativo de la cuestión en los medios católicos (y del lado abortista ni hablemos). Este artículo vendría en la línea de lo que quisiera conocer; aunque, a decir verdad, ni la manera de fundamentar su tesis, ni su conexión moral con la posición antiabortista me llenan.

  • Alguien metió la Catena en formato iSilo (para leer en Palms y portátiles) acá.

  • Por si todavía no lo sabían, este servidor de uds pertenece a la especie del Pato bachiller (también conocido como dilettante), que se caracteriza por hacer muchas cosas, y no hacer ninguna de ellas bien. Vaya otra prueba (son sólo dos temitas de películas de Miyazaki; más adelante veré de subir algo más criollo, algún tanguito, milonga o zamba).
  • El alma abandonada

    Un poeta que vagaba por un cementerio tuvo la ocurrencia de golpear a la puerta de una tumba. Esa puerta se abrió de inmediato y fue su propia alma la que se le apareció, su alma que jamás había mirado, pero que pudo reconocer por ciertas máculas tremendas. Recordó entonces haberla abandonado allí, un día, para explorar inútilmente sepulcros vacíos. Viéndola tan triste, tan profundamente triste y tan bella, la tomó de la mano con ternura, y la llevó llorando a la Casa del Padre de los vivientes, cuyo camino ella sabía.
    Es una dedicatoria para una amiga, que Bloy estampó en uno de libros.

    Perdón por la presencia excesiva de Bloy estos días, no es lo que lo considere palabra santa ni mucho menos; la explicación ya la puse acá.

    Misterio, sentido, castigo

    Esta mañana recibí una hermosa carta de H., que me habla de su deseo de sufrimientos. Abrázalo de mi parte y dile que tenga cuidado. Dios no oye todas las oraciones, pero cuando se le piden sufrimientos, se es infaliblemente oído, primero porque eso está en el orden, y también porque a menudo se mezcla en esta petición, sin que lo sepamos, una especie de presunción que debe expiarse, y como entonces se entra en lo Absoluto, los efectos pueden ser terribles. Yo sé algo de eso.

    Léon Bloy – Diario
    Alguno objetará [*] que, si de presunción hablamos, eso de pretender entender el funcionamiento de lo Absoluto, eso de pontificar que «los sufrimientos están dentro del orden», y encima postularse uno mismo como experimentado en tales asuntos… todo eso tiene bastante de pretensión y acaso de puerilidad. Pomposidad romántica, falta de mesura intelectual, grandiosidad afectada y con alguna resonancia a falso. «Truenos de utilería», decía Castellani. Sí. Pero, sin embargo… no sé, me parece es que esas impresiones de grandiosidad, esos «pasmos abismales», si no pueden tomarse muy en serio, tampoco son para despreciar por completo. En un plano, vale reírse de ellos; pero en otro plano, son una forma de llenar una necesidad. Una forma torpe -el dibujo de un niño- pero en ciertas cosas la torpeza nos es casi inevitable; y rebelarse contra eso sería una especide de pecado de angelismo.
    ¿Y cuál sería la necesidad a llenar? La de ver el cosmos como algo significativo, diría. Bloy hablaría de lo Absoluto; yo hablaría de Misterio y de Sentido. Vislumbrar (saber vivencialmente lo que uno sabe -tal vez- en abstracto) que el mundo tiene un sentido, que mi existencia y la del vecino tienen un sentido; que las cosas —alegres, tristes, triviales— que me ocurren tienen un sentido.
    … Seguir leyendo