Estaba leyendo, en una historia de la filosofía griega, algo acerca de la imagen del cosmos
que tenía Arístoteles; y con él, en buena medida, la antigüedad y el medioevo; la imago mundi
geocéntrica, con la Tierra en el centro del universo y los astros girando alrededor.
A los modernos (sobre todo a los cientificistas-progresistas) eso les provoca
una sonrisa sobradora. Qué ingenuidad y qué soberbia, creerse el centro
del universo, nos dicen. Hoy sabemos que sólo somos un puntito insignificante
en el espacio-tiempo, la ciencia nos ha llamado a la orden y nos
ha tornado más humildes, dicen.
Lo cual en alguna medida será verdad; quizás en buena medida.
Pero yo estaría mejor dispuesto a creerlo si aquella sonrisa
fuera algo menos soberbia, y aquella sabiduría más humilde;
y, sobre todo, si a aquel moderno se le ocurriera de tanto en tanto preguntarse
si, al plantearse así las cosas, no se está poniendo (él y su modernidad)
en el centro del universo. Geocentrismos, antropocentrismo o egocentrismos;
habrá que ver quién sale mejor mejor parado, si de torneos de humildad y clarividencia cósmica se trata.
Pero hay otra cuestión, y eso fue lo que pensaba al leer lo de Aristóteles.
En aquella imago mundi, en efecto, la Tierra quedaba en el centro del universo.
Pero se da la coincidencia (tan curiosa como necesaria) de que
también quedaba abajo. Los planetas están arriba, y en lo más alto, los cielos… (nada desiertos, por otra parte). Y no se crea que uso las palabras «alto/bajo» para forzar una aporía, como si fuera un mero accidente verbal, como si el peso valorativo que tienen esas palabras no correspondiera aplicarlos ahí; más bien sospecho que es al contrario, que la connotación «no física» de palabras como altura – bajeza se deriva de aquella imagen primordial: las estrellas, los cielos, son lo más alto, y por lo mismo más llenos de grandeza y dignidad. En todo caso, es fácil ver que esta noción es
obvia para el hombre antiguo, y que a cualquiera -filósofo o no- le resultaba
perfectamente natural la idea: los astros, los cielos -Dios- están en lo alto,
y son lo más alto, lo más grande y lo más puro. Nosotros estamos en lo más bajo. Más abajo sólo están los lugares infernales (según Dante, en el centro de la Tierra, o sea:
en el mismísimo centro del universo).
Así que: los mismos hombres que se ponían en el centro del universo para sentirse importantes, al mismo tiempo y como desarrollando la idea, se complacían en rebajarse. Curioso.
Y no diré que esto pueda servir para demostrar
la liviandad de aquellos burladores (eso no hace falta demostrarlo, es casi un axioma), pero acaso pueda servir para mirar con más atención
algunas supuestas ingenuidades, o al menos para hacerle probar al burlador
algo de su propia medicina; quizás también a ese burlador que llevamos adentro (en el centro, abajo).
Anotemos también que Pseudópodo ha estado diciendo estos días cosas similares a las acá dichas, con las oportunas citas de C. S. Lewis (The discarded image).