Contra la tentación del demasiado apetito de saber y estudiar, el primer remedio es considerar cuánto más excelente es la virtud que la ciencia, y cuánto más excelente la sabiduría divina que la humana, para que por aquí vea el hombre cuánto más se debe ocupar en los ejercicios por do se alcanza la una que la otra.
Tenga la gloria de la sabiduría del mundo, las grandezas que quisiere, que al fin se acaba esta gloria con la vida. Pues, ¿qué cosa puede ser más miserable que adquirir con tanto trabajo lo que tampoco se ha de gozar? Todo lo que aquí puedes saber es nada. Y si te ejercitares en el amor a Dios, presto le irás a ver, y en él verás todas las cosas.
«Y el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos o predicamos, sino cuán bien obramos» [Kempis].
Contra la tentación del indiscreto celo de aprovechar a otros, el principal remedio es que de tal manera entendamos en el provecho del prójimo, que no sea con perjuicio nuestro. Y que de tal manera entendamos en los negocios de las conciencias ajenas, que tomemos tiempo para las nuestras, el cual ha de ser tanto, que baste para traer a la continua el corazón devoto y recogido, porque esto es andar en espíritu, como dice el Apóstol, que es andar el hombre más en Dios que en sí mismo.
Pues como esto sea raíz y principio de todo nuestro bien, todo nuestro trabajo ha de ser procurar de tener tan larga y tan profunda oración, que baste para traer siempre el corazón con esta manera de recogimiento y de devoción, para lo cual no basta cualquier manera de recogimiento y oración, sino es menester que sea muy larga y muy profunda.
San Pedro de Alcántara
, s. XVI. Tenga la gloria de la sabiduría del mundo, las grandezas que quisiere, que al fin se acaba esta gloria con la vida. Pues, ¿qué cosa puede ser más miserable que adquirir con tanto trabajo lo que tampoco se ha de gozar? Todo lo que aquí puedes saber es nada. Y si te ejercitares en el amor a Dios, presto le irás a ver, y en él verás todas las cosas.
«Y el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos o predicamos, sino cuán bien obramos» [Kempis].
Contra la tentación del indiscreto celo de aprovechar a otros, el principal remedio es que de tal manera entendamos en el provecho del prójimo, que no sea con perjuicio nuestro. Y que de tal manera entendamos en los negocios de las conciencias ajenas, que tomemos tiempo para las nuestras, el cual ha de ser tanto, que baste para traer a la continua el corazón devoto y recogido, porque esto es andar en espíritu, como dice el Apóstol, que es andar el hombre más en Dios que en sí mismo.
Pues como esto sea raíz y principio de todo nuestro bien, todo nuestro trabajo ha de ser procurar de tener tan larga y tan profunda oración, que baste para traer siempre el corazón con esta manera de recogimiento y de devoción, para lo cual no basta cualquier manera de recogimiento y oración, sino es menester que sea muy larga y muy profunda.