Cartas teresianas

Tres rasgos que quería anotar sobre las cartas de Santa Teresa, que estoy leyendo:

1. Lo extra-místico como piedra de toque del misticismo.
La enorme cantidad de problemas humanos de todo tipo que tuvo que afrontar, el buen sentido, buen ánimo, caridad y humor invertidos en soportarlos y afrontarlos, es para mí un signo de la autenticidad de lo otro. Castellani se reía de los especialistas modernos que diagnosticaban con suficiencia tal o cual desorden mental o neurastenia en una mística como Teresa… pongan a una neurótica a dirigir un convento de monjas, decía, y después me cuentan. Yo, que no dejo de tomar con pinzas estas afirmaciones de Castellani, acá le doy la razón por completo.

2. Egocentrismo. («Yo, yo, siempre yo -decía, casualmente, el mismo Castellani- qué vamos a hacerle»).
En la introducción a las cartas, a la hora de enumerar a los personajes del epistolario, el prologador comienza nombrando a la misma Teresa. Ella misma, la autora de las cartas, viene a ser el personaje central, dice. Y es cierto. Hecho algo sorprendente, y acaso perturbador para algunos lectores.
Y bien: hay escritores que se ponen a toman a sí mismos como personajes centrales, que tienden a mostrarse; otros tienen a ocultarse, a rehuir la autobigrafía (supongo que podríamos poner a San Agustín, Kierkegaard, Castellani, Bloy, entre los primeros; San Juan de la Cruz, Chesterton, Santo Tomás, Edith Stein, entre los segundos). No cabe, creo, defender una u otra tendencia, sin más; sí podrían señalarse ambigüedades y peligros de cada lado (pero eso quedará para otro momento; apunto de todas maneras la distinción sugerida por el mismo Castellani: «una cosa es ser subjetivo, otra ser autobiográfico»; si lo primero -entendido al modo kierkegordiano- es defendible y acaso necesario, lo segundo es más problemático). Y también debe decirse que si hay escritores (y santos) de ambos campos, también hay correspondientes lectores (y devotos), que tienden más a un lado o al otro. Se adivina que yo tiendo (aunque nada exclusivamente) a los autobigráficos/subjetivos/egocéntricos.
Cuestión de gustos. Sirva esto para hacer la obvia advertencia: Teresa no es para todos. (Justo hoy picoteaba el diario de Raïssa Maritain; y en algún lugar cuenta su turbación e incomodidad al leer Las Moradas (nada menos); evidentemente no lograba sintonizar con ella, y se preguntaba si se debería a la traducción; probablemente no, sospecho yo).

3. El hambre de cartas.
El trabajo de leer y contestar las cartas debió ser agotador; buena parte de la barahúnda de asuntos que le quitan tiempo. Sin embargo, parece que al mismo tiempo lo disfrutaba; si no siempre, muchas veces. Sobre todo con la gente con quienes podía abrirse: su hermano Lorenzo, el padre Gracián, y sobre todo María de San José, la monja con quien mejor se entendía; a ésta le escribe cosas como: «No tengo lugar de decir lo que quisiera. Hoy me dieron su carta el recuero. Mientras más larga, me huelgo más.» «Dios pague a vuestra reverencia, mi hija, el [cuidado] que tiene de las cartas, que con esto vivo.». Y también:
Sea con vuestra reverencia el Espíritu Santo, hija mía. La carta suya, hecha a 3 de noviembre, recibí. Yo le digo que nunca me cansan, sino que me descansan de otros cansancios.
Cayóme harto en gracia poner la fecha por letras. Plega a Dios no sea por no se humillar a no poner el guarismo.
Antes que se me olvide: muy buena venía la del padre Mariano si no trajera aquel latín. Dios libre a todas mis hijas de presumir de latinas. Nunca más le acaezca ni lo consienta. Harto más quiero que presuman de parecer simples, que es muy de santas, que no tan retóricas. Eso gana en enviarme sus cartas abiertas…
(Aclaraciones: escribir fechas con guarismos (números arábigos) no estaba al alcance de cualquier monja; sí de María José, monja letrada y culta; Teresa se pregunta, en broma, si no se habrá resistido a hacerlo por falsa humildad. Pero, al mismo tiempo, le tira otro palito en sentido inverso, por haber metido latines en la otra carta -al padre Mariano, que mandó abierta para que Teresa la leyera).

Algo chocante, esta afición a recibir y responder cartas, en semejante amiga de soledad», como se autodenominaba. Afición que podría parecer desordenada, y que alguien, con un poquito de mala voluntad, podría asimilar a la ansiedad contemporánea por revisar la casilla de email, o leer el mensajito de texto en el celular…
¿Y entonces? ¿Intentaremos defender a Teresa? No. Ni en sueños.
Pero sí podríamos tomar pie para otro post, cómo no.
# | hernan | 18-mayo-2007