Ten piedad de mí. Soy culpable, hasta el último repliegue de mi ser.
Sin embargo, yo tenía algunas cualidades no totalmente despreciables, pequeños talentos; pero, torpe e inexperto, los disipé; y me encuentro ahora en las últimas, justo en el momento en el que, según las apariencias, todo podría volverse a mi favor.
No me arrojes entre los perdidos. Sé que el que habla es un egoísmo ridículo, visto de lejos, y aun visto de cerca, pero después de todo estoy vivo, tengo el egoísmo de los vivientes; y si la vida no es ridícula, entonces tampoco lo son sus manifestaciones necesarias (¡Pobre dialéctica!).
Si estoy condenado, entonces no estoy solamente condenado a morir, sino también condenado a defenderme hasta morir.
El domingo por la mañana, poco antes de mi partida, parecías querer ayudarme. Sentí esperanzas. Hasta hoy, vanas esperanzas.
Y si me quejo, me quejo sin verdadera convicción, incluso sin verdadero sufrimiento; como el ancla de un barco perdido, que flota muy por encima del fondo que podría servirle de sostén.
De los Diarios de Kafka, 20 de julio de 1916. No me arrojes entre los perdidos. Sé que el que habla es un egoísmo ridículo, visto de lejos, y aun visto de cerca, pero después de todo estoy vivo, tengo el egoísmo de los vivientes; y si la vida no es ridícula, entonces tampoco lo son sus manifestaciones necesarias (¡Pobre dialéctica!).
Si estoy condenado, entonces no estoy solamente condenado a morir, sino también condenado a defenderme hasta morir.
El domingo por la mañana, poco antes de mi partida, parecías querer ayudarme. Sentí esperanzas. Hasta hoy, vanas esperanzas.
Y si me quejo, me quejo sin verdadera convicción, incluso sin verdadero sufrimiento; como el ancla de un barco perdido, que flota muy por encima del fondo que podría servirle de sostén.