De una carta (relativamente juvenil… aunque tenía 42 años; Bloy maduró tarde) a Villiers de l’Isle-Adam; últimos párrafos de la última carta que se cruzaron; para entonces, la amistad estaba deteriorada, y no volverían a verse. Villiers murió el año siguiente.
… Es justo que te burles de mí, puesto que fui lo bastante
necio como para esperar de tí la única cosa que eres incapaz
de dar, es decir: el afecto de la amistad.
No quisiste y no quieres tener un amigo. Cuando te ha llegado la oportunidad, te has ocupado de rechazarlo, sin hacer diferencias entre él y cualquiera recién llegado.
Imprudencia terrible, porque que las almas no son una simple mercancía, y porque siempre es injusto e inicuo condenarse a morir solo.
Te abrazo, de todas maneras.
Leon Bloy
No importa -por ahora- las circunstancias de la riña con Villiers; ni quién es este Villiers (otro día, tal vez). No quisiste y no quieres tener un amigo. Cuando te ha llegado la oportunidad, te has ocupado de rechazarlo, sin hacer diferencias entre él y cualquiera recién llegado.
Imprudencia terrible, porque que las almas no son una simple mercancía, y porque siempre es injusto e inicuo condenarse a morir solo.
Te abrazo, de todas maneras.
Leon Bloy
A mí me queda resonando la última frase; en lo particular y sobre todo en lo general: el daño que uno se hace a sí mismo, visto ya no como un castigo o consecuencia de una injusticia, sino como una injusticia en sí.
«Si no hago mal a otro, nadie puede llamarme injusto; con mi vida yo hago lo que quiero», dice la sabiduría contemporánea; y hasta han llegado a hablar del «derecho a la felicidad» del hombre. Menos estúpido (aunque ambiguo, objetable y necesitado de precisiones, sí; pero menos estúpido, sin dudas) sería hablar de nuestra obligación de ser felices.
¿En qué sentido? En el que piensa Bloy, pienso yo.