… el valor «consolador» de los cuentos de hadas ofrece otra faceta, además de la satisfacción imaginativa de viejos anhelos. Mucho más importante es el Consuelo del Final Feliz. Casi me atrevería a asegurar que así debe terminar todo cuento de hadas que se precie. Sí aseguraría cuando menos que la Tragedia es la auténtica forma del Teatro, su misión más elevada; pero lo opuesto es también cierto del cuento de hadas. Ya que no tenemos una palabra que denote esta oposición, la denominaré Eucatástrofe. La eucatástrofe es la verdadera manifestación del cuento de hadas y su más elevada misión.
[…]
… Lo que caracteriza a un buen cuento de hadas, a los mejores y más completos, es que por muy insensato que sea el argumento, por muy fantásticas y terribles que sean sus aventuras, en el momento del clímax puede hacerle contener la respiración al lector, niño o adulto, puede acelerar y encogerle el corazón y colocarlo casi —o sin casi— al borde de las lágrimas.
En el epílogo del ensayo (que vale la pena leer completo)
Tolkien relaciona «… este «gozo» que yo he elegido como carácter o sello del auténtico cuento de hadas…» con la Buena Noticia: el Evangelio
de cristianismo.
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… Lo que caracteriza a un buen cuento de hadas, a los mejores y más completos, es que por muy insensato que sea el argumento, por muy fantásticas y terribles que sean sus aventuras, en el momento del clímax puede hacerle contener la respiración al lector, niño o adulto, puede acelerar y encogerle el corazón y colocarlo casi —o sin casi— al borde de las lágrimas.
… El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia del Hombre. La Resurrección es la eucatástrofe de la historia de la Encarnación. Una historia que comienza y finaliza en gozo. Posee de manera preeminente la «consistencia intema de la realidad».
Nunca los hombres han deseado más comprobar que el contenido de una historia resulta cierto, ni hay relato alguno que por sus propios merecimientos tantos escépticos hayan dado por verdadero. Porque su Arte ofrece la índole suprema y convincente del Arte Primario, es decir, de la Creación. Rechazarlo sólo conduce a la tristeza o a la ira.
No es difícil imaginar la singular emoción y el júbilo que llegaríamos a experimentar si descubriésemos que algunos de los más bellos cuentos de hadas son «primariamente» verdaderos, que su contenido es histórico, sin que tengan por ello que perder la significación mítica y alegórica que poseen. Y no resulta difícil porque a nadie se le pide que intente concebir algo cuyas cualidades se desconocen.
[…] La alegría cristiana, la Gloria, es del mismo tipo; pero elevada y gozosa de modo preeminente, que sería infinito ni nuestra capacidad no fuera limitada. Claro que ésta es una historia excelsa. Y cierta. El arte se ha autentificado. Dios es el Señor, de los ángeles y de los hombres… y de los elfos. La Leyenda y la Historia se han encontrado y fusionado.
[…] El Evangelio no ha desterrado las leyendas; las ha santificado, en particular el «final feliz». El Cristianismo ha de seguir trabajando, en cuerpo y alma, ha de seguir sufriendo, esperando y muriendo. Pero ahora puede comprender que todas sus inclinaciones y facultades tienen una finalidad: la de ser redimidas. Se lo ha tratado con tanta munificencia que quizás ahora se atreva a pensar con cierta razón que en Fantasía podrá asistir realmente a la floración y multiplicación de la Creación.
Quizá todos los cuentos se tornen reales; mas con todo, una vez redimidos, se parecerán tanto y al mismo tiempo tan poco a las formas con que salen de nuestras manos como el Hombre, una vez salvado, a la criatura caída que ahora conocemos.
Nos complace y nos entusiasma (a los cristianos; bueno, a algunos) descubrir que Tolkien escribió esto.
Tal vez nos complace demasiado. Porque —lamentablemente y casi inevitablemente— también nos tienta
citarlo, con
la firma del famoso autor al pie…
algo del proselitismo partidario que quiere aprovechar
el prestigio o la fama de algún prosélito
para atraer a las multitudes (o al menos
sentirse fortalecido por un prestigio ajeno).
Una bandera, algo para exhibir…
Nunca los hombres han deseado más comprobar que el contenido de una historia resulta cierto, ni hay relato alguno que por sus propios merecimientos tantos escépticos hayan dado por verdadero. Porque su Arte ofrece la índole suprema y convincente del Arte Primario, es decir, de la Creación. Rechazarlo sólo conduce a la tristeza o a la ira.
No es difícil imaginar la singular emoción y el júbilo que llegaríamos a experimentar si descubriésemos que algunos de los más bellos cuentos de hadas son «primariamente» verdaderos, que su contenido es histórico, sin que tengan por ello que perder la significación mítica y alegórica que poseen. Y no resulta difícil porque a nadie se le pide que intente concebir algo cuyas cualidades se desconocen.
[…] La alegría cristiana, la Gloria, es del mismo tipo; pero elevada y gozosa de modo preeminente, que sería infinito ni nuestra capacidad no fuera limitada. Claro que ésta es una historia excelsa. Y cierta. El arte se ha autentificado. Dios es el Señor, de los ángeles y de los hombres… y de los elfos. La Leyenda y la Historia se han encontrado y fusionado.
[…] El Evangelio no ha desterrado las leyendas; las ha santificado, en particular el «final feliz». El Cristianismo ha de seguir trabajando, en cuerpo y alma, ha de seguir sufriendo, esperando y muriendo. Pero ahora puede comprender que todas sus inclinaciones y facultades tienen una finalidad: la de ser redimidas. Se lo ha tratado con tanta munificencia que quizás ahora se atreva a pensar con cierta razón que en Fantasía podrá asistir realmente a la floración y multiplicación de la Creación.
Quizá todos los cuentos se tornen reales; mas con todo, una vez redimidos, se parecerán tanto y al mismo tiempo tan poco a las formas con que salen de nuestras manos como el Hombre, una vez salvado, a la criatura caída que ahora conocemos.
No seré yo ajeno a esas miserias, desde ya. Pero venía pensando recién en eso de la eucatástrofe en clave más crítica (autocrítica, si quieren).
Lo que me preguntaba es: ¿realmente sentimos los cristianos ese gozo? ¿nos esforzamos para verlo así? ¿Vemos los cristianos al evangelio, a Cristo (el que fue, el que es y el que será) como un cuento de hadas con un final feliz, que nos encoge el corazón al punto de hacernos llorar?
A mí me parece que los de afuera, mirándonos a los de adentro (tanto a los tibios que van penosa y rutinariamente a misa de domingo como a los ardorosos militantes de misa diaria), tendrían buenos motivos para dudarlo.
Y más: ¿Creemos realmente que ese final feliz dará sentido (y ya lo ha dado) y justificará (ya lo ha justificado) la trama de todo el cuento… o más bien tendemos a creer que el nudo del cuento es una cadena insoportable de miserias, que algún día (por fin!) terminará con un final feliz, a modo de desquite ?
¿Nos sentimos impulsados a aplaudir (ya) toda la obra, como las estrellas y los ángeles ya aplaudieron la obertura [Job 38:7]?
¿Creemos -y damos testimonio de- que rechazar el Evangelio «conduce a la tristeza o a la ira»… o más bien lo contrario?