Antes de la cita, un poco de contexto.
Dostoyevsky terminó su primer novela, «Pobres gentes«, en 1845. El sueño del pibe: con 23 años, absolutamente desconocido, su libro encanta a dos escritores amigos (uno de ellos, Nekrasov, lo devora en una noche). Y de puro entusiasmados, llevan el libro, una noche, a Belinsky (un capo en el mundo de las letras de entonces): hemos descubierto a un genio, le dicen, a «un nuevo Gogol». Belinsky, desconfiado primero, lee la novela y se suma al entusiasmo.
Entonces los dos amigos, ya en el colmo de la emoción, corren a despertar a Dostoyevsky para felicitarlo, lo abrazan y pasan la noche en vela…
Más tarde, D. publicará la novela con éxito y conocerá a Belinsky. Aún más tarde, publicará otras novelas que decepcionarán a sus patrocinadores, será preso por activista político, condenado a muerte e indultado; pasará años en Siberia, se enemistará con Belinsky y la progresía de entonces, sufrirá ataques de epilepsia y escribirá sus mejores obras (desde «Crimen y Castigo» hasta «Los hermanos Karamazov»: como los buenos vinos, y como Santa Teresa, Dostoyevsky fue creciendo con los años)… Pero todo eso es otra historia.
Ahora se trata de esa noche, y el extraño sentimiento, o inspiración, o visión, que ella dejó en Dostoyevsky. El lo cuenta en algún escrito. Y como dice Kafka, lo que importa acá es esa contemplación, y lo que contiene de verdad profunda y casi inexpresable; que el protagonista sea Dostoyevsky, no es lo esencial, y como también dice Kafka, casi puede resultar distractivo.
Kafka (que por otra parte me parece que mezcla en el recuerdo a Nekrasov y a Bielisky; la historia está con algunas variantes acá, acá o acá ) dice:
… ¿Conoce usted la historia del primer éxito de Dostoievsky? Es una historia que resume muchas cosas y que yo cito por comodidad, porque gira en torno a un gran nombre; pero tendría el mismo significado si fuese una historia del vecino o de alguien más próximo aún. Por otra parte, ya sólo la recuerdo en forma vaga; hasta los nombres casi se me han borrado.
Cuando Dostoievsky escribió su primera novela, Pobres gentes, vivía con un literato amigo suyo, un tal Grigoriev. Éste vio durante meses muchas hojas escritas sobre la mesa, pero Dostoievsky sólo le entregó el manuscrito cuando la novela estuvo concluida. Grigoriev la leyó, quedó deslumbrado y sin decir nada a su amigo se la llevó al entonces célebre crítico Nekrassov. A las tres de la mañana llamaron a la puerta de Dostoievsky. Eran Grigoriev y Nekrassov. Entraron a la habitación, abrazaron y besaron a D.
Nekrassov —quien hasta ese momento no lo conocía— lo llamó esperanza de Rusia, y pasaron una o dos horas hablando, sobre todo de la novela. Se separaron al amanecer.
Dostoievsky, quien siempre se refirió a esa noche como a la más feliz de su vida, se asomó a la ventana y los siguió con la mirada.
Luego, sin poderse contener, se echó a llorar. Su sentimiento básico, que él ha descripto ya no recuerdo dónde, era:
«¡Qué gente maravillosa! ¡Qué buenos y nobles son! ¡Y cuán ruin soy yo! ¡Si ellos pudieran ver dentro de mí! Si yo se lo dijera, no me creerían.»
La afirmación de que Dostoievsky se propuso emularlos es sólo una rúbrica final, un adorno, esa palabra que es preciso brindar a la invencible juventud. Ya no forma parte de la historia; ésta ya ha llegado a su fin.
¿Capta usted, mi querida Mílena, el significado oculto de esta historia, su aspecto inaccesible a la razón? A mi juicio, es el siguiente: en la medida en que se puede generalizar sobre estas cosas, Grigoriev y Nekrassov no eran, por cierto, más nobles que Dostoievsky. Pero ahora dejemos la visión panorámica que tampoco D. exigió aquella noche y que de nada sirve en el caso individual. Escuche sólo a Dostoievsky y se convencerá de que Gr. y N. eran realmente maravillosos y D. impuro e infinitamente ruin, que nunca alcanzaría, ni por lejos, la grandeza de Gr. y N., y que jamás podría recompensarles el enorme e inmerecido servicio que le habían prestado.
Uno los ve literalmente desde la ventana, mientras se alejan y sugieren así su inaccesibilidad…
Cuando Dostoievsky escribió su primera novela, Pobres gentes, vivía con un literato amigo suyo, un tal Grigoriev. Éste vio durante meses muchas hojas escritas sobre la mesa, pero Dostoievsky sólo le entregó el manuscrito cuando la novela estuvo concluida. Grigoriev la leyó, quedó deslumbrado y sin decir nada a su amigo se la llevó al entonces célebre crítico Nekrassov. A las tres de la mañana llamaron a la puerta de Dostoievsky. Eran Grigoriev y Nekrassov. Entraron a la habitación, abrazaron y besaron a D.
Nekrassov —quien hasta ese momento no lo conocía— lo llamó esperanza de Rusia, y pasaron una o dos horas hablando, sobre todo de la novela. Se separaron al amanecer.
Dostoievsky, quien siempre se refirió a esa noche como a la más feliz de su vida, se asomó a la ventana y los siguió con la mirada.
Luego, sin poderse contener, se echó a llorar. Su sentimiento básico, que él ha descripto ya no recuerdo dónde, era:
«¡Qué gente maravillosa! ¡Qué buenos y nobles son! ¡Y cuán ruin soy yo! ¡Si ellos pudieran ver dentro de mí! Si yo se lo dijera, no me creerían.»
La afirmación de que Dostoievsky se propuso emularlos es sólo una rúbrica final, un adorno, esa palabra que es preciso brindar a la invencible juventud. Ya no forma parte de la historia; ésta ya ha llegado a su fin.
¿Capta usted, mi querida Mílena, el significado oculto de esta historia, su aspecto inaccesible a la razón? A mi juicio, es el siguiente: en la medida en que se puede generalizar sobre estas cosas, Grigoriev y Nekrassov no eran, por cierto, más nobles que Dostoievsky. Pero ahora dejemos la visión panorámica que tampoco D. exigió aquella noche y que de nada sirve en el caso individual. Escuche sólo a Dostoievsky y se convencerá de que Gr. y N. eran realmente maravillosos y D. impuro e infinitamente ruin, que nunca alcanzaría, ni por lejos, la grandeza de Gr. y N., y que jamás podría recompensarles el enorme e inmerecido servicio que le habían prestado.
Uno los ve literalmente desde la ventana, mientras se alejan y sugieren así su inaccesibilidad…