El destino de Kafka fue trasmutar las circunstancias
y las agonías en fábulas. Redactó sórdidas pesadillas
en un estilo límpido. No en vano era lector de las
Escrituras y devoto de Flaubert, de Goethe y de Swift.
Era judío, pero la palabra judío no figura, que yo recuerde, en su obra. Esta es intemporal y tal vez eterna.
Esto lo escribe Borges en un prólogo. Era judío, pero la palabra judío no figura, que yo recuerde, en su obra. Esta es intemporal y tal vez eterna.
Una de tres: o recordaba mal, o no leyó las cartas a Mílena o no consideraba que las cartas formaran parte de su obra (esto último lo juzgo más probable).
Lo cierto es que en esas cartas alude explícitamente a su condición de judío, con una insistencia que tiene algo de chocante. No es que me moleste, más bien al contrario; pero no me termina de «cerrar»… Incluso alguna vez se contrapone a Mílena (yo soy judío, tú eres cristiana); y no obstante, sería ella la que moriría en las cámaras de gas en 1944.
De una carta:
Las dos cartas llegaron juntas, a mediodía; no son para leerlas sino para desplegarlas, hundir el rostro en ellas y perder la razón. Pero ocurre que es bueno haberla perdido ya en cierta medida, pues uno se ve obligado a conservar el resto durante el mayor tiempo posible.
Y por eso mis 38 años judíos, enfrentados a los 24 años cristianos de la señora, dicen lo siguiente:
¿Cómo podría ser? ¿Y dónde están las leyes que gobiernan al mundo y toda la mecánica del cielo? Tienes 38 años y un cansancio que seguramente no llega con la edad. O, mejor dicho, no estás nada cansado; estás inquieto, temes dar un solo paso sobre esta Tierra colmada de trampas, por eso tienes siempre ambos pies en el aire al mismo tiempo; no estás cansado, sino que temes el enorme cansancio que seguirá a esta enorme inquietud (porque eres judío y sabes lo que significa el miedo) que se advierte, por ejemplo, en la fija mirada de un idiota o, en el mejor de los casos, en los jardines del manicomio vecino a la Karlplatz.
Y bien, ésa sería tu situación. Has intervenido en algunas escaramuzas y con ello has hecho desdichado tanto al amigo como al enemigo (y para colmo sólo tenías amigos —personas buenas, tiernas— y ningún enemigo) y te has convertido en un inválido, uno de esos que echan a temblar no bien ven una pistola de juguete. Y ahora, ahora de pronto, te sientes como si estuvieras llamado a librar la gran batalla para redimir al mundo. Es algo muy curioso ¿no? …
Y por eso mis 38 años judíos, enfrentados a los 24 años cristianos de la señora, dicen lo siguiente:
¿Cómo podría ser? ¿Y dónde están las leyes que gobiernan al mundo y toda la mecánica del cielo? Tienes 38 años y un cansancio que seguramente no llega con la edad. O, mejor dicho, no estás nada cansado; estás inquieto, temes dar un solo paso sobre esta Tierra colmada de trampas, por eso tienes siempre ambos pies en el aire al mismo tiempo; no estás cansado, sino que temes el enorme cansancio que seguirá a esta enorme inquietud (porque eres judío y sabes lo que significa el miedo) que se advierte, por ejemplo, en la fija mirada de un idiota o, en el mejor de los casos, en los jardines del manicomio vecino a la Karlplatz.
Y bien, ésa sería tu situación. Has intervenido en algunas escaramuzas y con ello has hecho desdichado tanto al amigo como al enemigo (y para colmo sólo tenías amigos —personas buenas, tiernas— y ningún enemigo) y te has convertido en un inválido, uno de esos que echan a temblar no bien ven una pistola de juguete. Y ahora, ahora de pronto, te sientes como si estuvieras llamado a librar la gran batalla para redimir al mundo. Es algo muy curioso ¿no? …