Católicos que se divorcian

El divorcio entre católicos (en inglés). No conozco al autor. El artículo tiene su interés. No se trata aquí de los católicos nominales (o culturales), los que se sienten con derecho a saltearse algún que otro mandamiento de la Iglesia… Se trata de los católicos «fieles«, los de plena obediencia, práctica y asentimiento intelectual: esos que la gente llama «muy católicos» (como uno está acostumbrado a ser llamado…).
Varias observaciones acertadas y dolorosas. El deficiente soporte (antes y después) de la Iglesia. La coartada de la invalidez, con o sin anulación («Me siento mejor sin mi esposo/a que con el/ella; por lo tanto, no hubo sacramento, mi matrimonio fue invalido»). El sentimiento de que los que participan del proceso de divorcio disfrutan al contemplar que un católico «estrecho» se «libera», de que su familia se rompe. Las estadísticas (la tasa de divorcios es menor que en otros grupos, pero mucho mayor de lo que uno esperaría). Y, sobre todo, una triste especie de ingenuidad, que no es más que la ceguera de todos los hijos de Adán.
Traduzco -libremente- algunos párrafos:
Algunos católicos se convencen de que no forman parte de la misma cultura que el resto del mundo. Pero todos somos parte de esta cultura de gratificación inmediata sin consideraciones de largo alcance. Somos individualistas. La mayoría de nosotros, en algún momento, hemos cortado relaciones (aun familiares) para progresar en nuestra carrera y ganar comodidades.
[…]
Pero… ¿y la fe? ¿La fe no debería escudar al católico fiel contra la cultura? En realidad, la cuestión no es así. La fe necesita de una cultura para mantenerse fuerte y viva.
Peor: hay una fe auto-indulgente que puede inducir al católico a una falsa sensación de seguridad -un nuevo fariseísmo- convencido de que el asentimiento intelectual a la verdadera doctrina es lo que nos salva -más bien que nuestra humildad y la misericordia de Dios.

«Creen que saben todo lo que hay por saber del matrimonio» -dice el padre Brunetta- «y cuando llegan allí y descubren que no es lo que creían, no saben qué hacer. Si creemos que la respuesta a los problemas cotidianos de una matrimonio vamos a encontrarlos en algún párrafo de la Familiaris Consortio , es que precisamente no hemos comprendido el documento.»

Doug trabajaba full-time en un movimiento de apologética. «Estaba rodeado de teología las 24 horas del día… colmados de material católicos, pero sin una auténtica espiritualidad. Ibamos a misa juntos todas las semanas, hacíamos algunas prácticas espirituales, aunque menos de las que ella hubiera querido….» Doug, divorciado y padre de dos niños, dice que el problema con su matrimonio fue cuestión de orgullo. «Ambos fuimos culpables de orgullo, y creíamos que era más importante tener razón que ser felices. Eso mata a cualquier matrimonio.»

«Uno cree tener una imagen que mantener, hacia el resto de la gente, la del ‘buen católico’. Pero para ver y entender la gravedad de los problemas matrimoniales, hay que hablarlos con otros. Hay matrimonios católicos que piensan que si cumplen «marcando tarjeta», haciendo los deberes de la fe, Dios se encargará de cuidar que el matrimonio funcione. Pero tu matrimonio tiene una vida propia, y sino te ocupas de cuidarlo, explota. […]

La parroquia tampoco ayudó. «Fue un escándalo para nuestra fe, recurrir una y otra vez a la Iglesia pidiendo ‘Por favor, ayúdennos!’ Pero parece que la Iglesia estuviera focalizada en otros problemas, en cómo incorporar a los ya divorciados… Pareciera que los sacerdotes no se atreven a meterse en estas cosas por miedo a ofender».
… «Cuando fuimos con mi esposa a hablar con un sacerdote, fue como hablar con una pared. Todo lo que pudo decirnos fue ‘No puedo decir quién de ustedes es la víctima…´»

«Se percibe una tensión en la labor eclesiástica que no es fácil de manejar. Es la falsa dicotomía que se ha creado entre lo pastoral y lo doctrinal. Los sacerdotes -dice el padre Brunetta- caen en dos trampas. En un extremo, hay una suerte de cura hiper-pastoral que se ocupa primordialmente de calmar a las personas con problemas, y evita hacer cualquier cosa que pueda ponerlo en la posición del malo de la película. Aún, quizá, sacrificando la verdadera enseñanza de la Iglesia. Del otro extremo, hay un espíritu doctrinario que se niega a hacerse cargo del dolor real que los hombres experimentan en sus luchas cotidianas contra el pecado, el error, el estado de nuestra naturaleza caída.

Quisiera escuchar alguna vezun sermón real, algún sacerdote que dijera: «Puesto que el mundo ha infectado la Iglesia: al fondo encontrarán algunos folletos que pueden dirigirlos hacia algún tipo de ayuda que pueden necesitar. Hay uno sobre violencia doméstica. Sobre abusos varios. Otro para mujeres que han abortado. Otro sobre homosexualidad. Otro sobre adictos a la pornografía. Son gratis, pueden retirarlos. El que quiera hablar, me encontrará en el confesionario.»
Nunca.
Lo que oigo, en cambio es «Buen día ¿Cómo están? Miren.. hoy estaba pensando… qué lindo sería …. que miremos en lo más íntimo de nuestros corazones… que aprendamos a ser más solidarios….»
[…]

… desde el comienzo el matrimonio ha sido escenario de una gran batalla. Ningún cristiano tiene que esperar que él es un caso especialmente protegido.
En el jardín del Edén, Satanás apuntó a un matrimonio, y en el Viejo Testamento este ataque se repite muchas veces. […] «Hay un demonio allí fuera que busca destrozar hombres; con cada divorcio, obtiene una victoria» -me decía una esposa abandonada. «Lastima a los niños. Convence a la cultura de que ‘esos católicos no saben de qué están hablando’….»
# | hernan | 5-agosto-2004