Pensaba, leyendo los comentarios, qué difícil resulta hablar (aun entre católicos consecuentes y pensantes) de la belleza como algo que «está en las cosas«; la noción de que la belleza es algo subjetivo está demasiado metida en la cultura actual como para que no nos afecte a todos.
Pero, se me ocurre ahora, en cierto aspecto, no está mal; no está mal asumir nuestras taras, sean imputables en mayor o menor medida al medio que nos toca.
Porque, por un lado, no poder entender (o sólo poder entrever penosamente y a contrapelo) que la belleza está primeramente en las cosas (lo mismo que la verdad), es seguramente una típica tara moderna. Pero, la otra cara del mismo mal, es que muchos de los pocos que conocen esa tara, la rechazan «demasiado»; al punto de verla como algo ajeno, y no tienen la paciencia para tratarla como se trata una enfermedad -que afecta a nuestro prójimo y también nos afecta a nosotros en alguna medida.
Creo que C. S. Lewis (que en otros aspectos no me convence demasiado) es un ejemplo a imitar en esto.
Uno de los pocos que resistieron la tentación de prodigar diagnósticos y recetas de médico, y se dedicaron al trabajo (humillante, peligroso y agotador) de cuidar al enfermo sin pretender -al menos no en primer lugar- curarlo.
Porque en verdad, leyendo a muchos católicos defensores de la ortodoxia, a uno le viene a la cabeza aquello de Charly García:
No quiero ver al doctor,
sólo quiero ver al enfermero…
sólo quiero ver al enfermero…