…Yo le tenía un odio feroz a Rousseau, «odium theologicum» […]
Pero después estudié su vida, debiendo explicarla en Salta ( los benditos programas!) y mi repulsión se trocó, si no en estima, al menos en admiración y conmiseración: admiración por su estilo claro, natural, elocuente y patético; conmiseración por su vida perseguida, que en realidad fue muy desdichada y no por culpa suya del todo…
Esto lo decía el P. Castellani en sus conferencias recogidas en
«Psicología Humana». Lo traigo acá como ejemplo -tentativo y dudoso- de una cierta actitud o predisposición que creo ver en ciertos ambientes «integristas-sectarios» ; pienso sobre en lo que se suele llamar -hablando rápido y mal- la «derecha católica»; aunque esto admite muchísimas variedades; y también vale para ambientes de izquierda, o de política, o…
Se trata en general de grupos humanos que poseen una especie de tesoro -intelectual, espiritual, moral, ideológico- que guardar y defender frente a los ataques de otros grupos enemigos que procuran su extinción. Algunas notas serían la exaltación -verbal, para empezar- de conceptos activistas: la «militancia», la «resistencia», la «lucha», el «compromiso»… un desdén hacia los que sin ser enemigos son críticos (acusados de tibios, complacientes, quietistas) y un odio afanosamente alimentado hacia el bando enemigo.
Y otras muchas notas: la reconciliación vista como traición a la sangre -metafórica o real- derramada; la angustia sorda ante la posibilidad de la derrota ; el corazón crispado y resentido , en lo casos terminales… Pero no se trata de definir (cosa ardua si las hay) este espíritu o pathos o no sé qué -no es la primera vez ni será la última que toco el tema.
Pero ahora se trata, disparado por lo de Castellani, de algo particular: esa especie de odio … y esa especie de reconciliación que en ocasiones -raras- se da.
¿«Odium theologicum» ? No estoy seguro de lo que significa aquí la expresión. En todo caso, este odio -el de Castellani por Rousseau- parece el típico odio «de partido». Si no imagino mal, en su tiempo de formación intelectual (tiempo «preconciliar», por otro lado; pero eso no es decisivo, creo): en los libros que había que leer, Rousseau era uno de los malos.
Apologética a la defensiva ( y ese modo de estar a la defensiva es lo más agresivo que hay): «el error de Rousseau fue creer que … «; «Rousseau fue uno de los mayores culpables del descalabro de … «, «Rousseau no entendió que … «.
Y todo eso tal vez fuera verdad. Pero … está lo de Holden… Quizá no es la verdad del todo.
Yo cada vez soporto menos esa apologética enfática, pueril y previsible, donde a cada mención de -digamos- Kant uno puede adivinar lo que sigue: una explicación de tercera mano de «los males que ha traido Kant» (y lo mismo para tantas otras personas, o hechos históricos, o escuelas de pensamiento, etc etc) .
Me cuesta creer que esos defensores de la verdad (tanto los que componen esas apologéticas como los consumidores) hayan hecho un esfuerzo -aunque sea provisional- para acercarse al criticado, para contemplarlo con simpatía y tratar de apreciar su fuerza y cuánto tiene de valioso -hasta de deslumbrante- el pedazo de verdad que les corresponde. ¿Apego a cosas carnales? ¿Miedo? ¿Deficiente amor a la verdad ? Algo de todo eso, creo.
Ahora ¿decir estas cosas es defender la tibieza ? No sé, pregúntenle a Castellani. Yo creo que él se sentía contento de haber aprendido a conocer y a admirar al hereje Rousseu; apostaría que esa nueva simpatía no la experimentaba como una disminución de su amor por la verdad, sino más bien como una ganancia para su alma.
…En el cuadro de la corrompida sociedad del siglo XVIII en el cual se movió, aparece como un moralista sensato y un buen predicador. Que su ejemplo no apoyase su doctrina es otra cosa; su doctrina representa quizás el esfuerzo de un gran escritor por salvar una situación que ya no tenía salvamento. Al lado de la furia destructiva de un Voltaire, del materialismo brutal y salvaje de un Diderot y de un Baron D’Holbach, Rousseau aparece como un hombre moderado, moral y hasta religioso.
El terrible ataque que llevó en nombre de la religión natural a la religión católica y a toda religión revelada en la «Profesión de fe del Vicario Saboyano», contenido en el tomo IV del «Emilio», debió haber sido contestada con estudios teológicos y no con persecuciones; pero el clero francés del Setecientos no tenía teólogos ni siquiera buenos escritores: con política, y política mala, querían suplir la falta de saber.
Yo le tenía un odio feroz a Rousseau, «odium theologicum» y además odio de florentino, de hombre del siglo XVI con bisabuelos en Florencia; y escribí en «Canciones de Militis» un artículo que levantó inofensivas polvaredas entre algunos profesores rormales Pero después estudié su vida, debiendo explicarla en Salta ( los benditos programas!) y mi repulsión se trocó, si no en estima, al menos en admiración y conmiseración: admiración por su estilo claro, natural, elocuente y patético; conmiseración por su vida perseguida, que en realidad fue muy desdichada y no por culpa suya del todo.
Nació en ambiente muy insalubre; vivió 66 años (1712-1778) y a los 10 años era un masoquista (sin culpa), a los 20 años un resentido social, a los 30 años tenía los pies de los afectos desollados y no podía disparar y a los 40 años era un volcán: un hombre que nadie podía soportar porque él no soportaba a nadie, y con el intelecto envenenado por esa contravaloración del resentido que hemos analizado: un enemigo callado y cauteloso de la sociedad; de toda sociedad.
El abate Mably que lo convirtió al catolicismo y lo protegió un poco, no supo llevar su caridad hasta el fin; y prevaleció la ternura equívoca y depravada de Mme. de Warens, una harpía temible y corrompida que tampoco lo protegió hasta el fin, «blanda y dura a la vez», que se lo sacudió de encima cuando se hizo molesto… y viejo.
Entonces comienzan las «fugas» de Rousseau, de Ginebra a Italia, de Italia a Inglaterra, de Inglaterra a Suiza, de Suiza a Francia – a todas las regiones de Francia; y sus tormentosas rencillas con cuantos intimaba, aunque fuesen sus protectores; nunca protectores del todo, ciertamente.
La corrompida nobleza de aquel tiempo lo alojaba en sus palacios por tener a mano el lujo o el adorno de un gran escritor – como Victoria Ocampo; pero no eran capaces de ver detrás del escritor (y les hubiese convenido verlo) al hombre, todo sensibilizado, todo lastimado desde la infancia.
La pobre sirvienta Teresa, madre de sus cinco hijos, con quien se casó en su lecho de muerte vio al hombre -hasta demasiado- y le fue fiel y devota, pero no tenía los medios de curarlo o calmarlo. En cuanto a los cinco hijos de Rousseau, los cinco expósitos -se vinieron a la Argentina, supongo yo!- nadie sabe de ellos.
Su vida fue una tormenta de pasiones, disimulada astutamente bajo un manto de ecuanimidad, bondad y cordura; pero nunca dominada ni asimilada por la inteligencia, como en el Dante por ejemplo, ese hombre tormentoso pero mucho más inteligente que tormentoso. Se puede ser tormentoso con tal de no convertirse en atormentado; y eso es un milagro de la inteligencia.
Rousseau no sublimó sus pasiones en su obra literaria sino que simplemente las ocultó detrás. Por eso, escribiendo como un clásico, es el padre del romanticismo latino…
Leonardo Castellani
Psicología humana
A todos nos conviene ver al hombre, digo yo. El terrible ataque que llevó en nombre de la religión natural a la religión católica y a toda religión revelada en la «Profesión de fe del Vicario Saboyano», contenido en el tomo IV del «Emilio», debió haber sido contestada con estudios teológicos y no con persecuciones; pero el clero francés del Setecientos no tenía teólogos ni siquiera buenos escritores: con política, y política mala, querían suplir la falta de saber.
Yo le tenía un odio feroz a Rousseau, «odium theologicum» y además odio de florentino, de hombre del siglo XVI con bisabuelos en Florencia; y escribí en «Canciones de Militis» un artículo que levantó inofensivas polvaredas entre algunos profesores rormales Pero después estudié su vida, debiendo explicarla en Salta ( los benditos programas!) y mi repulsión se trocó, si no en estima, al menos en admiración y conmiseración: admiración por su estilo claro, natural, elocuente y patético; conmiseración por su vida perseguida, que en realidad fue muy desdichada y no por culpa suya del todo.
Nació en ambiente muy insalubre; vivió 66 años (1712-1778) y a los 10 años era un masoquista (sin culpa), a los 20 años un resentido social, a los 30 años tenía los pies de los afectos desollados y no podía disparar y a los 40 años era un volcán: un hombre que nadie podía soportar porque él no soportaba a nadie, y con el intelecto envenenado por esa contravaloración del resentido que hemos analizado: un enemigo callado y cauteloso de la sociedad; de toda sociedad.
El abate Mably que lo convirtió al catolicismo y lo protegió un poco, no supo llevar su caridad hasta el fin; y prevaleció la ternura equívoca y depravada de Mme. de Warens, una harpía temible y corrompida que tampoco lo protegió hasta el fin, «blanda y dura a la vez», que se lo sacudió de encima cuando se hizo molesto… y viejo.
Entonces comienzan las «fugas» de Rousseau, de Ginebra a Italia, de Italia a Inglaterra, de Inglaterra a Suiza, de Suiza a Francia – a todas las regiones de Francia; y sus tormentosas rencillas con cuantos intimaba, aunque fuesen sus protectores; nunca protectores del todo, ciertamente.
La corrompida nobleza de aquel tiempo lo alojaba en sus palacios por tener a mano el lujo o el adorno de un gran escritor – como Victoria Ocampo; pero no eran capaces de ver detrás del escritor (y les hubiese convenido verlo) al hombre, todo sensibilizado, todo lastimado desde la infancia.
La pobre sirvienta Teresa, madre de sus cinco hijos, con quien se casó en su lecho de muerte vio al hombre -hasta demasiado- y le fue fiel y devota, pero no tenía los medios de curarlo o calmarlo. En cuanto a los cinco hijos de Rousseau, los cinco expósitos -se vinieron a la Argentina, supongo yo!- nadie sabe de ellos.
Su vida fue una tormenta de pasiones, disimulada astutamente bajo un manto de ecuanimidad, bondad y cordura; pero nunca dominada ni asimilada por la inteligencia, como en el Dante por ejemplo, ese hombre tormentoso pero mucho más inteligente que tormentoso. Se puede ser tormentoso con tal de no convertirse en atormentado; y eso es un milagro de la inteligencia.
Rousseau no sublimó sus pasiones en su obra literaria sino que simplemente las ocultó detrás. Por eso, escribiendo como un clásico, es el padre del romanticismo latino…
Leonardo Castellani
Psicología humana