Archivo por meses: octubre 2008

En Buenos Aires

Dos avisos que me pasan:
Serie de conferencias «Edith Stein y la búsqueda de la dignidad humana«, dictadas por el R.P. Francisco Javier Sancho Fermín OCD.
5, 6, 7 de Noviembre – 20:30 hs
Parroquia Ntra. Sra. Del Carmelo
M.T. de Alvear 2465 – Buenos Aires
Informes: emilio@ocds.com.ar
El Taller Permanente de Canto Gregoriano, dirigido por el Maestro Claudio Morla, invita a la celebración de la Santa Misa en la CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS en la que interpretará los cantos gregorianos según los manuscritos antiguos: REQUIEM AETERNAM, KYRIE, SI AMBULEM SICUT CERVUS, DOMINE IESU CHRISTE, SANCTUS AGNUS DEI, LUX AETERNA. LIBERA ME DOMINE
Parroquia San Ignacio, Bolivar 225, Buenos Aires
Domingo 2 de noviembre, 19 hs
Actualizado: Va otro:
Ciclo Coral Las Esclavas 2008
Domingo 2 de noviembre – 19:00 Hs. Capilla del Colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús
Luis María Campos y Maure – Buenos Aires
Entrada libre y gratuita
– CÁMARA31, (Director: Juan Martín Picarel). Obras de Wolfram Buchenberg, Roberto Caamañom, Luis Gianneo, Veljo Tormis .
– Periferia Vocal (Director: Pablo Piccinni) Obras de Derek Healey, Claude Debussy, Samuel Barber.
Y ya que estamos en Buenos Aires: la verdad es que el sitio oficial de la ciudad, a pesar de sus toques pedantes, tiene varios recursos web bien hechos y realmente útiles. Aparte del mapa y la agenda, quiero destacar el catálogo de bibliotecas municipales, con su buscador.

Nos encontramos acá

A veces, cuando uno se entera del enésimo desbarre de algún extremista ideológico, de uno de los desmesurados y los energúmenos, los que llevaron creencias y acciones demasiado lejos, piensa que el caso debería tener al menos su utilidad didáctica. Pero, pensándolo mejor, es de temer que incluso esa utilidad sea ilusoria.

Pongamos que A y B tienen una diferencia de ideas. A es amarillo, B es naranja. Cada uno, naturalmente, cree estar en la verdad y querría que el otro también lo estuviera. Más al costado tenemos a C, un rojo furioso y chillón; ese ha llevado la idea de B demasiado lejos. Tanto A como B son personas razonables, y en esto se reconocen de acuerdo: los dos repudian, sincera y explícitamente, la posición de C. ¿Como juega esta coincidencia en su disenso? ¿Mueve las cosas en algún sentido? ¿Los acerca?
Sí, dice A. Sí, dice B. Qué bien. Pero pidámosles que nos expliquen por qué y cómo creen que se da el acercamiento.

Piensa A: «Que B se descubra rechazando, igual que yo, las barbaridades de C, debería abrirle los ojos y acercarlo a mi posición. Ese rojo chillón muestra la idea naranja llevada a sus últimas consecuencias lógicas. Confiemos en que B entienda ahora qué es lo que rechazamos en su posición naranja: es, en esencia, el pigmento rojo, el mismo que él encuentra repudiable en C

Piensa B: «Que A me descubra rechazando, igual que él, a C, debería abrirle los ojos y acercarlo a mi posición. Esto muestra que soy equilibrado y que no soy ciego, que veo y entiendo lo que los amarillos rechazan en los rojos. El hecho de que, a pesar de eso, me mantenga firme en mi oposición a los amarillos, debería hacerle sospechar a A que yo veo algo más lejos, que ellos son unilaterales y sólo ven un aspecto de la cuestión.»

(Acá iba a insertar algunos ejemplos; religiosos, políticos, morales, estéticos. Pero se los ahorro. El lector seguramente sabrá encontrarlos sin dificultad. Sólo se recomienda ejemplos variados, que le permitan situarse en las dos posiciones en cuestión : A y B)

En suma, es cómodo dejar las puertas abiertas a un acercamiento, cuando damos por sentado que es el otro quien debe moverse. Y es fácil (generalmente se hace automáticamente, con poca conciencia) el proceso de encajar los hechos en esquemas, como los de A y los de B, para convencernos de que todo lo que sucede en el universo sirve de confirmación a nuestras ideas, y que nuestra inmutabilidad está a salvo. Una forma de apego, pareciera; intelectual en el mejor de los casos —y aun en el mejor de los casos, no dejaría de ser apego.

Incluso san Agustín joven se armó una interpretación tranquilizadora por el estilo, ante el sueño de su madre, el de la regla de madera. Pero santa Mónica, sin saber mucho de retórica, supo taparle la boca.


PS: Casualmente, Tom de Disputations decía algo relacionado estos días.

Caminando cuentas

La probabilidad de que a alguno pueda resultarle útil la idea es muy baja. Pero nunca se sabe. Les cuento entonces: igual que muchos, yo no la tengo fácil con el rezo del Rosario, porque el pensamiento se va a cualquier lado. A falta de cosa mejor, me ha servido de algo este recurso, quizás poco ortodoxo y de aplicación limitada: caminar. Rezar el rosario caminando, digo; y en la calle. Puede ser con los dedos, semi-vocalmente, preferentemente al atardecer o de noche, preferentemente con un recorrido circular, preferentemente pasando por alguna o algunas ermitas, hornacinas o iglesias con imágenes marianas; una seudo-mini-peregrinación, digamos. Por algún motivo, me distraigo mucho menos así que en la soledad de una habitación; efecto medio paradójico, quizás cosa de introvertidos; no sé si común. Queda dicho, sin mayores recomendaciones ni garantías, por si a alguno le sirve.

De paso, para precaver de errores opuestos (que sirve de algo rezar el Rosario habitualmente de manera meramente vocal; y que estamos rezando mal el Rosario si no pensamos las palabras de los Ave María), copio entre otras varias notas sobre el rezo del Rosario, esta que ya citamos una vez:

Muchas personas, sobre todo cuando están aprendiendo a rezar el Rosario, suelen sentirse algo incómodas por la falta de conexión entre las palabras que se pronuncian y los misterios que se meditan. En el Ave María no hay nada referente a la Coronación de Espinas, por ejemplo; y el mismo Jesús advierte : «Cuando oren, no parloteen como los paganos; ellos creen que serán escuchados porque gastan muchas palabras…».
La respuesta de los teológos es que la oración no es -no debe ser- solamente palabras, sino un acto humano integral -movimientos, vocalización, meditación-; y que en el caso del Rosario las palabras pronunciadas tienen la función de «acompañar» -como una especie de música sacra- la contemplación de la faz de Cristo.
Pero las respuestas de los teólogos no siempre nos satisfacen.
Aquellos que no pueden dejar de preocuparse de estar pronunciando palabras sin atender a su significado, pueden adoptar una simple solución de compromiso: tras enunciar el misterio, rezar un PadreNuestro y un Ave María como oraciones específicamente dirigidas al Padre y a María, prestando atención al sentido de las palabras. Después, una pausa para reconcentrarse en el misterio, y rezar las nueve Ave Marías restantes meditando. Finalmente, rezar el Gloria como un verdadera oración de alabanza, agradeciendo el haber obtenido respuesta a las oraciones que iniciaron la década con las gracias que se recibieron con las siguientes.

El Mikado

Pero no es precisamente el cine —en primer término— lo que estos días más me ha llenado (copado, en jerga juvenil anticuada de por acá)… sino la opereta inglesa victoriana. Sí, señor. Tenía expectativas bastante altas sobre «The Mikado», la obra más popular de Gilbert y Sullivan. Y, en este caso, las expectativas fueron ampliamente satisfechas. Una preciosidad. Una perla de ese arte chiquito, que es el que mejor se me da. Y uno de los mejores motivos para aprender el idioma inglés. Porque, eso sí, hay que saber inglés.

De modo que, si el lector cumple esas condiciones (gustar del arte chiquito, y saber inglés), le recomiendo gastar un par de horas en el excelente sitio web de GyS leyendo The Mikado, con música en Midi. Se puede seguir perfectamente.

Después, puede ir a buscar fragmentos en Youtube o mp3s en emule. Yo llevo varias semanas tarareando las canciones, le garanto. Este Sullivan, es un capo.

Y también, por supuesto, ver Topsy-Turvy, película que gira sobre la realización de El Mikado. Yo ya la había visto, pero recién ahora, después de conocer la opereta, puedo decir que realmente la disfruté. Porque, primero, la película es como una obra adentro de otra, y conviene conocer la preexistente. Y segundo, porque las interpretaciones de la opereta en la película son muy lindas.

Los sabores bien contrastantes de la película me hicieron recordar una división de Wodehouse, de apariencia algo arbitraria: «Creo que hay dos maneras de escribir una novela. Una es la mía, hacer una especie de comedia musical sin música, dejando a un lado la vida real; la otra es meterse en las profundidades de la vida, sin que importe nada…» Bueno, «Topsy-Turvy» es como una combinación de los dos estilos: el primero, en la ópera representada, divertida, alegre y absurda; el segundo, en lo que rodea a los que hacen la ópera, con todas las pequeñas tragedias y sordideces de la vida real. Donde mejor logrado queda este sabor agridulce, para mí, es en la escena final, cuando la protagonista, alcóholica y al borde de la desesperación recita frente al espejo el parlamento de -digamos- la vanidad femenina inocente, a lo que sigue la canción «The sun whose rays…», cantada algo imperfecta y nerviosamente, lo cual queda muy bien (parece que todo está cantado por los actores reales, sin doblajes; incluso el que interpreta a Sullivan es pianista). Con todo, debo decir otras partes de la película no me convencen tanto.

En Youtube hay bastante material del Mikado, aunque los buenos no son mayoría. Pongamos, por ejemplo, dos de la película, ambos deliciosamente eufóricos: Three little maids y el acto final; una versión estupenda de 1966 de The sun whose rays… y Tit-Willow, una más moderna de I’ve got a little list… y hasta una de Tit-Willow por los Muppets.

De cine: Bernadette y otros

Vi la película de «La canción de Bernadette» (1943). No está mal, considerando que se trata de Hollywood haciendo una versión para todo público de las apariciones de Lourdes. Bastante buen sentido y buen gusto… exceptuando dos o tres (o algunas más) cositas. Me encontré simpatizando con las quejas de un ateo que leí por ahí, sobre que el guión tomaba demasiado partido: las tintas algo demasiado cargadas contra los escépticos; la frase pomposa y algo tonta del cura, que es el lema de la película («Para los que creen ninguna explicación es necesaria; para los que no creen ninguna es suficiente»); y por sobre todo, el hecho de mostrarnos a los espectadores la visión de la Virgen; no había ninguna necesidad (al fin y al cabo, sólo Bernadette la veía) y habría quedado bien un espacio de duda o ambigüedad; lo digo yo, de acuerdo con el ateo. La verdad es que si le recortáramos esas pequeñas escenas, la película saldría ganando mucho y no perdería nada.
Los problemas surgen cuando el equipo creativo hollywoodense se aparta del original y quiere hacer de las suyas. El peor ejemplo, la despedida de Bernadette de sus padres, cuando se va al convento. Tras los consejos maternales de abrigarse con la mantilla, a algún malhadado guionista se le ocurrió poner en boca del padre, el pobre molinero, esto: «Louise… this is no time to talk about shawls. There’s so much to say and so little time to say it… And when the time comes, one can say nothing. One can only feel. (No es tiempo de hablar de mantillas. Hay tanto que decir, y tan poco tiempo para decirlo… Y cuando el momento llega, uno no puede decir nada. Sólo queda sentir.» (Violines) Aaaggghh!!! Voy a vomitar y vuelvo.
Pero, bueno, salvo cositas así, hay bastante criterio. Y en general se atiene a la novela de Franz Werfel, que es bastante buena. Y la historia en que la novela está basada… ya sabemos lo que es. Los que hicieron la película tenían alguna idea de cine y alguna compresión de la potencia de la historia original. Eso debería bastar para hacer algo que por lo menos valga la pena ver y que consiga emocionar. Y, a mi ver, bastó.

Ya que estamos… Una película que toca el tema del aborto (de uno u otro lado) y que no me moleste, es una rareza. He visto dos. Ninguna me molestó, al contrario; aunque tampoco me gustaron demasiado. En todo caso, es bueno que se hagan películas así sobre el tema, no crispadas, no panfletaria (de uno u otro lado).
Una de ellas, Juno, ha sido bastante comentada. La verdad es que su … frescura me terminó resultando algo falsa, por forzada. La otra, Bella, algo menos conocida, algo más pro-life … acaso (algunos dicen que es pro-choice; y puede defenderse), tampoco terminó de convencerme, por otros motivos. Interesante el personaje central, de todas maneras, que recuerda mucho al Cristo de La Pasión.

¿Qué más? Anotemos: The painted veil no me gustó, un romanticismo que me sonó falso (no entiendo cuando usan la palabra «redención» para esas situaciones); después me enteré que la novela original de Maugham tiene un espíritu completamente distinto… y nada romántico. Interesante la frase de la madre superior que recuerda haberse hecho monja por un arrebato de amor juvenil romántico (a Dios), y que melancólicamente reconoce que ahora se tratan como esposos distanciados, sin hablarse, sólo unidos por lazos legales; y que la cuestión es hacer ir juntos amor y deber. Interesante, aunque dudo que la moraleja que pretenden los guionistas darnos por su boca sea la justa, sospecho que precisamente la torsión que le ponen al argumento peca de la misma ilusión romántica de la monja joven… como ilusorio será pretender armonizar «amor» y «deber», mientras lo primero se conciba en el plano sentimental y lo segundo en el legal.

También estuve conociendo el mundo de Sergio Leone (spaghetti-westerns), me vi estas tres: «For a Few Dollars More», «The Good, the Bad and the Ugly», «Once Upon a Time in the West». Y puedo decir que las disfruté. Seguiremos explorando.

Y volví a ver «Marco, de los Apeninos a los Andes», de Takahata, ya comentada acá. Si la primera vez me gustó, ahora me gustó más. Es una serie estupenda, sin dudas.

Confesión de parte

Tres observaciones triviales, notas puramente empíricas, fruto del demasiado tiempo gastado en blogs, foros, páginas de opinión, artículos, panfletos y ensayos.

1. Cuando alguien dice: «Ladran, Sancho, señal que cabalgamos», además del absurdo más notorio (la frase no existe, no está en el Quijote ni en ninguna fuente digna de mención), aparte de la objeción gramatical (debería ser «de que», ¿no?), la probabilidad de que el presunto sentido del dicho se aplique al caso en cuestión (es decir: que el hecho de despertar oposición ruidosa en los malos es muestra de que uno está haciendo algo bueno) es cercana a cero.

2. No mucho más alta es la probabilidad de que venga a cuento la sentencia leguleya: «A confesión de parte, relevo de prueba».
Yo, al menos, no recuerdo un sólo caso, de los muchos en los que la he topado (de todos los bandos; frecuentemente con puntos suspensivos en reemplazo del segundo miembro), de uso oportuno y concluyente. Casi siempre la confesión traída es una cita inexacta, o equívoca, o fuera de contexto, o que no es atribuible a ninguna parte. Y todo lo que alcanza a probar, casi siempre, es la deshonestidad intelectual o simple estupidez del que la emplea. Casi siempre, dije.

3. El mundo de los blogs personales puede segmentarse en variados mundillos, según temática, idioma, ideología, nacionalidad… He paseado por unos cuantos. En ninguno encontré tanto anonimato como en el de los blogs católicos de derecha hispanos; argentinos, sobre todo. No sé por qué, pero ese es el hecho, curioso —no pasa con los blogs católicos yanquis, por ejemplo.
Y no negaremos que puede haber buenas razones para el pseudónimo. Pero cuando leo, por ejemplo, a un blogger argentino dedicado a los trapitos sucios católicos -sacerdotales y monjiles- y afecto a agitar esas pequeñas polémicas entre correligionarios (de las variadas gradaciones de la derecha; y frecuentemente tan celosos del anonimato como el dueño de casa) advertir que no puede revelar su identidad porque tendría problemas en su parroquia, en su trabajo y hasta en su matrimonio… qué quieren que les diga, me da una impresión un poquito penosa.
Pero bueno, ni el ejemplo ni mi impresión importan mucho; lo que yo quería era anotar el hecho.

El momento de la plegaria

Cierta vez, ya no recuerdo con qué motivo, fui enviado solo a la aldea de Souilly. Recuerdo la vista de muchas vías de ferrocarril y un hospital bastante amplio; y delante del hospital, dibujada con piedras rojas sobre un fondo de piedras blancas y todo encerrado en un círculo que formaba un disco inmenso, una ancha cruz roja, visible sin duda desde gran altura.
Allí viví, bajo un cielo gris, algunos de los minutos que dejaron en mí las huellas más profundas. Me parece que toda la tristeza del mundo se reunía en aquel lugar. Lo que yo había sentido el año anterior en el hospital Ritz, no era casi nada comparado con la experimenté en ese momento que me hizo ver la futilidad de las cosas terrenas. Ya no había posibilidad de ser feliz. Sólo el odio y la desesperación dominaban.
Algo se heló en mí, y durante un tiempo que no pude apreciar me fue imposible moverme. Permanecí como fascinado por esa especie de revelación interior, y un espasmo se apoderó de mí. ¿Cómo decirlo de otro modo? Una especie de terror pánico a la tierra, a todo el reino de este mundo, a la humanidad. Tuve la impresión de que acababa de ser separado de mí mismo, de toda confianza en el porvenir, de toda alegría; y el pensamiento de que todo estaba perdido se instaló en mí como un enemigo ocupa una plaza que acaba de rendirse.

Aún hoy me pregunto qué sentido podría tener una experiencia tan singular. ¿De dónde me venía esa tristeza? No de Dios, ciertamente, porque Dios no da tristeza a aquellos a quienes se aproxima; pero es indiscutible que ella me apartó de muchas cosas, y como reacción me empujó dentro de mí mismo, como único sitio al abrigo de una amenaza prodigiosa, la amenaza de todo lo que nos rodea, la hostilidad de los hombres, la muerte que acecha.

Eché mano a mi rosario en el fondo del bolsillo, pero no era cuestión de orar; no me sentía capaz. Es extraño comprobar cómo la plegaria, a veces, parece fallarnos en el preciso momento en que más la necesitamos.

De unos escritos autobiográficos de Julien Green que estuve leyendo; tenía él entonces diecisiente años, y era voluntario en la Primera Guerra Mundial.

Yo nunca he tenido una experiencia (psíquica/anímica/mística o lo que sea) por el estilo. Y sin embargo no la siento remota, creo poder intuirla.

A lo último, a eso de que la oración parezca fallar en semejante momento, la primer respuesta que a mí se me presenta es que, en efecto, ese no es el momento de la oración. Quiero decir, que es ilusorio imaginar la plegaria como antídoto de esa noche oscura, sobre todo en el plano sensible: precisamente, la imposibilidad de orar es parte del asunto. El momento de la plegaria, en lo que tiene de comunicación amorosa y de alimento, es -en general- otro; y el alimento de aquel otro momento es el que nos sostendrá en este.
Pero la verdad es que esta respuesta, aun supuesto que pudiera formularse y fundamentarse mejor, parece caerse a pedazos apenas se considera el episodio de la oración en el huerto de Getsemaní. Y hasta puede pensarse que toda aquella agonía de Cristo —aquella tremenda tristeza— sea el tipo ejemplar, puro, de lo que relata Julien Green. A esta luz, uno va a pensarlo dos veces antes de dar respuestas fáciles al que se lamenta porque su oración parece fallar cuando más la necesita.

Un cumpleaños de Edith Stein

Un 12 de octubre nació Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). No es costumbre recordar los cumpleaños de los santos. Pero acá se trata de otro cumpleaños, el de 1933; Edith tenía 42 años, faltaban dos días para su entrada al Carmelo; y ese día fue la difícil despedida de su madre anciana, para quien la conversión de su hija fue un trago amarguísimo.
El último día que yo pasé en casa fue el 12 de octubre, día de mi cumpleaños. Era, a la vez, una festividad judía, el cierre de la fiesta de los tabernáculos. Mi madre asistió a la celebración en la sinagoga del seminario de rabinos. Yo la acompañé, pues al menos aquel día se imponía que lo pasáramos juntas. El rabino preferido por Erika, un gran sabio, tuvo una bella exhortación. Durante el viaje de ida en el tranvía no hablamos mucho. Para darle un pequeño consuelo le dije: «La primera temporada es sólo de prueba». Pero esto no ayudó en nada. «Cuando te propones tú una prueba, bien sé yo que la superas». Después se le antojó a mi madre volver a pie. ¡Algo más de tres cuartos de hora con sus 84 años! Pero tuve que dejarla, pues noté que quería hablar francamente conmigo.
— ¿No fue hermosa la homilía?
— Sí.
— ¿No es posible entonces ser un judío piadoso?
— Ciertamente, cuando no se conoce otra cosa.
En aquel momento se volvió hacia mí profundamente alterada:
— ¿Entonces por qué la has conocido tú? No se puede decir nada contra él. Puede que sea un hombre bueno. Pero, ¿por qué se ha hecho Dios?

Concluida la comida se marchó al negocio para que mi hermana Frieda no estuviera sola durante la comida de mi hermano. Pero me dijo que pensaba volver enseguida. Y así lo hizo (sólo por mí; en otro caso estaba durante todo el día en el negocio). Después de comer y por la tarde llegaron muchos huéspedes, todos los hermanos con los niños y mis amigas. Por una parte estaba bien en cuanto que quitaba un poco la tensión del ambiente. Pero por otro lado era peor a medida que uno tras otro se iban despidiendo. Al final quedamos mi madre y yo solas en el cuarto. Mis hermanas tenían aún mucho que lavar y recoger. De pronto echó ambas manos a su rostro y comenzó a llorar. Me puse detrás de su silla y estreché fuertemente su cabeza plateada sobre mi pecho. Así permanecimos largo rato hasta que me dijo que se marchaba a la cama. La llevé hasta arriba y la ayudé a desvestirse, la primera vez en la vida. Me senté después en su cama hasta que me mandó a dormir. Ninguna de las dos pudimos conciliar el sueño aquella noche.
Acá está el texto más completo, incluyendo la historia previa y el momento en que Edith revela su decisión a la madre; y el episodio también emocionante y significativo del pastor protestante que, casi de casualidad, viene a traer su gota de bálsamo a la herida judía-católica.

Van der Meer 1936-1953

Leí -un poco por arriba- otro diario de Pieter van der Meer de Walcheren, uno de los ahijados de León Bloy; entre Francia y Holanda, y alrededor de la segunda guerra mundial.
26 julio 1936 – En España se ha desencadenado una furiosa guerra civil. Aquí nosotros estamos pasando una especie de revolución incruenta que provoca una tirantez insoportable entre los partidos políticos. En toda Europa reina la inquietud, expectación, una angustia oculta ante un peligro desconocido que parece inevitable y se aproxima por todas partes, como una calamidad fatal. Entre el comunismo y el fascismo (ambos sistemas impíos, aunque yo veo más posibilidades de que se convierta en cristiano un comunista que un fascista) flota insegura e invertebrada una vaga democracia cristiana que no consigue hacer nada positivo. Lo más lamentable es que aquello que los cristianos deberían hacer en la socidad inspirados por la justicia y el amor, lo hacen los otros inspirados por el odio.

16 mayo 1940 – ¿Qué irá a salir de esta guerra feroz? ¿Una nueva Europa? ¿Una nueva humanidad acrisolada, con más bondad, cristiana? ¿O una humanidad dura, mezquina y reaccionaria poseída por el odio como pasión, en lugar del amor?

30 marzo 1946 – El martes estuvo con nosotros Carlos Lohlé. Vino directamente desde Buenos Aires en avión… ha echado raíces en aquel país extraño donde los cristianos son tibios e indiferentes, donde los sacerdotes no se desviven por llevar a las almas a Dios…

15 de agosto 1946 – Fiesta en el cielo. En oposición diametral con lo que ocurre aquí abajo: el innoble proceso contra Petain en París, la cuestion real en Bélgica. Por todas partes se siembra discordia… Capitulación de Japón… No hemos llegado aún al fondo del abismo. Acaso esto ocurra por efecto de la «bomba atómica», llamada a «renovar la faz de la tierra». No tenemos necesidad ya del Espíritu Santo. Por otra parte, la Santísima Trinidad ha quedado sustituida por «los Tres Grandes». Hace poco oí por la radio a un ministro de Bulgaria decir «Yo creo en los tres».

2 nov 1949 – Leo a Cristina un libro admirable de un judío, Albert Frank-Duquesne, sobre «El cosmos y la gloria». ¡Un volcán! Pero vale la pena. Es una mezcla de poesía cósmica, de teología oriental y occidental.

31 de mayo 1950 – Cada noche leo a Cristina -después de haber rezado juntos- fragmentos de las cartas de santa Teresita del Niño Jesús. Hay algunas cartas espléndidas. Otras dictadas por un espíritu burgués que no hay más que pedir, estilo de sillón de peluche. Pero las cartas que dirige a sus hermanas sobre el amor son de una gran profundidad e inmediatez, sencillez y buen juicio; un juicio vivo y vivido que le hace a uno ver en seguida.

15 junio 1950 – Se vuelven a celebrar congresos sin tregua, se habla a más y mejor, se murmura, se pronuncian bellos discursos. Se abordan todos lo problemas en una forma abstrusa: teológica, filosófica, dialéctica, existencial. Como dice Thomas Mann: «La invasión de los bárbaros va precedida siempre por la invasión de los retóricos»

11 octubre 1950 – He estado en La Haya para ver la exposición del libro francés. Historia estupefaciente sobre el envío de los libros de Balzac por parte de la embajada de Francia: el Nuncio ha advertido a Martien que, en su condición de librero católico, no puede exponer obras de Balzac, cuyo nombre figura en el Índice; caso contrario será expulsado del gremio de libreros católicos. ¡Un hecho típicamente holandés! Martien estaba trastornado.

22 junio 1952 – ¿Cuál es la causa de la apostasía actual? Los sacerdotes, los cristianos, no son seres humanos. Viven en el mundo de la erudición, de los conceptos abstractos, la dogmática, al moral, la liturgia, la filosofía, la teología… Hablan de lo que despierta su interés; no escuchan a la gente; no conocen a la gente ni la vida. Con la mejor voluntad y las mejores intenciones del mundo, hablan por encima de las cabezas de la gente. Todo muy bello, muy erudito y muy cierto. Pero yo soy un hombre que me debato en la zozobra. Toda esa palabrería excelsa no me sirve; la admiro, pero por dentro me siento inquieto, atormentado por toda clase de sufrimientos. Lo que yo quiero es hablar con un ser humano que me escuche, y que no me conteste con lugares comunes clericales, devotos. Cada cristiano debe ser el punto crucial de todo el dolor humano; tiene que vivirlo realmente, como si fuera suyo propio, y jamás debe mostrarse negligente en prolongar -y en cierto sentido completar- la obra redentora de Cristo.–

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Rosarios de octubre

Hoy es la fiesta de Nuestra Señora del Rosario; y consecuentemente la Iglesia dedica el mes de Octubre especialmente al Rosario.

Ahora bien: dedicarnos al Rosario significa, ante todo, rezarlo.

Tom de Disputations lo recuerda en su blog, haciendo honor a condición de dominico. Y yo también lo recuerdo acá en el mío, haciendo honor a mi propósito de predicarme sobre todo y en primer lugar a mí mismo.
A tomar nota, pues.

En respuesta a un hipotético católico poco amigo de esta devoción, apunta Tom:

1. ¿Acaso soy un réprobo? Quizás no. La falta de aprecio personal por el Rosario no implica en sí la condenación eterna. Puede ud. expulsar tranquilamente de su cabeza la idea de que su falta de devoción lo convierta en el consorte del demonio.

2. ¿Significa que no amo a María? No necesariamente. Si duda ud. tendrá su manera de amarla. Ahora, disculpe la curiosidad: ¿cuál diría ud. que es su particular manera? No es que deba hacerlo a través de una particular devoción, ni nada; pero también sabemos que el amor a María es parte esencial de la religión católica.

3. ¿Tal vez no sé rezar el Rosario? Pregunta difícil. Saber rezar el Rosario es algo más que saber qué oración pronunciar cuando pasamos tal cuenta y meditamos tal misterio. Para saber usar algo, debemos saber qué es ese algo y para qué lo usamos. «Es seguir las instrucciones del folleto, recorriendo las cuentas así…» y «Porque en esta época del año todos los católicos ‘practicantes’ lo hacen» son un qué y un por qué algo deficientes.

4. Al fin y al cabo ¿cuál es mi problema? Difícil decirlo. Imposible, en realidad, ya que no nos conocemos. Tal vez no haya ningún problema. La Iglesia tiene multitud de santos, y de una pequeña fracción de ellos consta que tenían dificultades con el Rosario. Tal vez tenga ud. expectativas descaminadas sobre ud. mismo, o sobre el Rosario. Tal vez su vida sea demasiado agitada y no pueda abocarse a la contemplación durante veinte minutos corridos —lo cual es malo, pero remediable.

El difícil equilibrio, como se ve, entre la severidad y la indulgencia. Sea para con el prójimo o para con uno mismo.
Como representante de aquella «pequeña fracción de santos» se suele traer a Santa Teresita. Ahora, que un católico en tal situación encuentre consuelo identíficandose con la santa, está bien. La cuestión es que sea consuelo después de haber peleado, no antes.

Teresita, efectivamente, tenía muchas dificultades con el Rosario, y lo reconocía con sencillez. Y no es el único, a mi ver, de estos … lunares. Tanto en cosas nimias como importantes, fuera del plano de los pecados y de los defectos culpables, creo encotrar en ella varios de estos puntos opacos; y acaso característicos de estos tiempos, en contraste con otros santos de tiempos más esplendorosos.
Rasgos peligrosos —diría uno— en estos tiempos blandos, con cristianos demasiado prontos a justificar su propias imperfecciones y tibiezas. Una santa (una doctora de la Iglesia) que confiesa abiertamente que no soporta rezar el Rosario (por no hablar de otros rasgos, que dejamos para otro día)… eso no es eso lo que andamos necesitando… Eso diría uno, tal vez, si no se tratara de Teresita. Pero se trata de ella, y el caso es que, no sé muy bien por qué, esos lunares me la hacen más cercana y hasta más útil. Incluso, a la hora de intentar rezar el Rosario.