Pongamos que A y B tienen una diferencia de ideas. A es amarillo, B es naranja. Cada uno, naturalmente, cree estar en la verdad y querría que el otro también lo estuviera. Más al costado tenemos a C, un rojo furioso y chillón; ese ha llevado la idea de B demasiado lejos. Tanto A como B son personas razonables, y en esto se reconocen de acuerdo: los dos repudian, sincera y explícitamente, la posición de C. ¿Como juega esta coincidencia en su disenso? ¿Mueve las cosas en algún sentido? ¿Los acerca?
Sí, dice A. Sí, dice B. Qué bien. Pero pidámosles que nos expliquen por qué y cómo creen que se da el acercamiento.
Piensa A: «Que B se descubra rechazando, igual que yo, las barbaridades de C, debería abrirle los ojos y acercarlo a mi posición. Ese rojo chillón muestra la idea naranja llevada a sus últimas consecuencias lógicas. Confiemos en que B entienda ahora qué es lo que rechazamos en su posición naranja: es, en esencia, el pigmento rojo, el mismo que él encuentra repudiable en C.»
Piensa B: «Que A me descubra rechazando, igual que él, a C, debería abrirle los ojos y acercarlo a mi posición. Esto muestra que soy equilibrado y que no soy ciego, que veo y entiendo lo que los amarillos rechazan en los rojos. El hecho de que, a pesar de eso, me mantenga firme en mi oposición a los amarillos, debería hacerle sospechar a A que yo veo algo más lejos, que ellos son unilaterales y sólo ven un aspecto de la cuestión.»
(Acá iba a insertar algunos ejemplos; religiosos, políticos, morales, estéticos. Pero se los ahorro. El lector seguramente sabrá encontrarlos sin dificultad. Sólo se recomienda ejemplos variados, que le permitan situarse en las dos posiciones en cuestión : A y B)
En suma, es cómodo dejar las puertas abiertas a un acercamiento, cuando damos por sentado que es el otro quien debe moverse. Y es fácil (generalmente se hace automáticamente, con poca conciencia) el proceso de encajar los hechos en esquemas, como los de A y los de B, para convencernos de que todo lo que sucede en el universo sirve de confirmación a nuestras ideas, y que nuestra inmutabilidad está a salvo. Una forma de apego, pareciera; intelectual en el mejor de los casos —y aun en el mejor de los casos, no dejaría de ser apego.
Incluso san Agustín joven se armó una interpretación tranquilizadora por el estilo, ante el sueño de su madre, el de la regla de madera. Pero santa Mónica, sin saber mucho de retórica, supo taparle la boca.
PS: Casualmente, Tom de Disputations decía algo relacionado estos días.