Pero no es precisamente el cine —en primer término— lo que estos días más me ha llenado (copado, en jerga juvenil anticuada de por acá)… sino la opereta inglesa victoriana. Sí, señor. Tenía expectativas bastante altas sobre «The Mikado», la obra más popular de Gilbert y Sullivan. Y, en este caso, las expectativas fueron ampliamente satisfechas. Una preciosidad. Una perla de ese arte chiquito, que es el que mejor se me da. Y uno de los mejores motivos para aprender el idioma inglés. Porque, eso sí, hay que saber inglés.
De modo que, si el lector cumple esas condiciones (gustar del arte chiquito, y saber inglés), le recomiendo gastar un par de horas en el excelente sitio web de GyS leyendo The Mikado, con música en Midi. Se puede seguir perfectamente.
Después, puede ir a buscar fragmentos en Youtube o mp3s en emule. Yo llevo varias semanas tarareando las canciones, le garanto. Este Sullivan, es un capo.
Y también, por supuesto, ver Topsy-Turvy, película que gira sobre la realización de El Mikado. Yo ya la había visto, pero recién ahora, después de conocer la opereta, puedo decir que realmente la disfruté. Porque, primero, la película es como una obra adentro de otra, y conviene conocer la preexistente. Y segundo, porque las interpretaciones de la opereta en la película son muy lindas.
Los sabores bien contrastantes de la película me hicieron recordar una división de Wodehouse, de apariencia algo arbitraria: «Creo que hay dos maneras de escribir una novela. Una es la mía, hacer una especie de comedia musical sin música, dejando a un lado la vida real; la otra es meterse en las profundidades de la vida, sin que importe nada…» Bueno, «Topsy-Turvy» es como una combinación de los dos estilos: el primero, en la ópera representada, divertida, alegre y absurda; el segundo, en lo que rodea a los que hacen la ópera, con todas las pequeñas tragedias y sordideces de la vida real. Donde mejor logrado queda este sabor agridulce, para mí, es en la escena final, cuando la protagonista, alcóholica y al borde de la desesperación recita frente al espejo el parlamento de -digamos- la vanidad femenina inocente, a lo que sigue la canción «The sun whose rays…», cantada algo imperfecta y nerviosamente, lo cual queda muy bien (parece que todo está cantado por los actores reales, sin doblajes; incluso el que interpreta a Sullivan es pianista). Con todo, debo decir otras partes de la película no me convencen tanto.
En Youtube hay bastante material del Mikado, aunque los buenos no son mayoría. Pongamos, por ejemplo, dos de la película, ambos deliciosamente eufóricos: Three little maids y el acto final; una versión estupenda de 1966 de The sun whose rays… y Tit-Willow, una más moderna de I’ve got a little list… y hasta una de Tit-Willow por los Muppets.