El último día que yo pasé en casa fue el 12 de octubre, día de mi cumpleaños. Era, a la vez, una festividad judía, el cierre de la fiesta de los tabernáculos. Mi madre asistió a la celebración en la sinagoga del seminario de rabinos. Yo la acompañé, pues al menos aquel día se imponía que lo pasáramos juntas. El rabino preferido por Erika, un gran sabio, tuvo una bella exhortación. Durante el viaje de ida en el tranvía no hablamos mucho. Para darle un pequeño consuelo le dije: «La primera temporada es sólo de prueba». Pero esto no ayudó en nada. «Cuando te propones tú una prueba, bien sé yo que la superas». Después se le antojó a mi madre volver a pie. ¡Algo más de tres cuartos de hora con sus 84 años! Pero tuve que dejarla, pues noté que quería hablar francamente conmigo.
— ¿No fue hermosa la homilía?
— Sí.
— ¿No es posible entonces ser un judío piadoso?
— Ciertamente, cuando no se conoce otra cosa.
En aquel momento se volvió hacia mí profundamente alterada:
— ¿Entonces por qué la has conocido tú? No se puede decir nada contra él. Puede que sea un hombre bueno. Pero, ¿por qué se ha hecho Dios?
Concluida la comida se marchó al negocio para que mi hermana Frieda no estuviera sola durante la comida de mi hermano. Pero me dijo que pensaba volver enseguida. Y así lo hizo (sólo por mí; en otro caso estaba durante todo el día en el negocio). Después de comer y por la tarde llegaron muchos huéspedes, todos los hermanos con los niños y mis amigas. Por una parte estaba bien en cuanto que quitaba un poco la tensión del ambiente. Pero por otro lado era peor a medida que uno tras otro se iban despidiendo. Al final quedamos mi madre y yo solas en el cuarto. Mis hermanas tenían aún mucho que lavar y recoger. De pronto echó ambas manos a su rostro y comenzó a llorar. Me puse detrás de su silla y estreché fuertemente su cabeza plateada sobre mi pecho. Así permanecimos largo rato hasta que me dijo que se marchaba a la cama. La llevé hasta arriba y la ayudé a desvestirse, la primera vez en la vida. Me senté después en su cama hasta que me mandó a dormir. Ninguna de las dos pudimos conciliar el sueño aquella noche.
Acá está el texto más completo, incluyendo la historia previa y el momento en que Edith revela su decisión a la madre; y el episodio también emocionante y significativo del pastor protestante que, casi de casualidad, viene a traer su gota de bálsamo a la herida judía-católica. — ¿No fue hermosa la homilía?
— Sí.
— ¿No es posible entonces ser un judío piadoso?
— Ciertamente, cuando no se conoce otra cosa.
En aquel momento se volvió hacia mí profundamente alterada:
— ¿Entonces por qué la has conocido tú? No se puede decir nada contra él. Puede que sea un hombre bueno. Pero, ¿por qué se ha hecho Dios?
Concluida la comida se marchó al negocio para que mi hermana Frieda no estuviera sola durante la comida de mi hermano. Pero me dijo que pensaba volver enseguida. Y así lo hizo (sólo por mí; en otro caso estaba durante todo el día en el negocio). Después de comer y por la tarde llegaron muchos huéspedes, todos los hermanos con los niños y mis amigas. Por una parte estaba bien en cuanto que quitaba un poco la tensión del ambiente. Pero por otro lado era peor a medida que uno tras otro se iban despidiendo. Al final quedamos mi madre y yo solas en el cuarto. Mis hermanas tenían aún mucho que lavar y recoger. De pronto echó ambas manos a su rostro y comenzó a llorar. Me puse detrás de su silla y estreché fuertemente su cabeza plateada sobre mi pecho. Así permanecimos largo rato hasta que me dijo que se marchaba a la cama. La llevé hasta arriba y la ayudé a desvestirse, la primera vez en la vida. Me senté después en su cama hasta que me mandó a dormir. Ninguna de las dos pudimos conciliar el sueño aquella noche.