Archivo por meses: agosto 2008

Palabras para el enemigo

Según cuenta Solyenitzin (Archipiélago Gulag – I.2) la palabra rusa kulak significaba originalmente (bueno… antes de 1917) el «traficante rural tacaño y deshonesto, que no medra con su trabajo sino con el ajeno, por medio de la usura y la intermediación».
Después de la revolución los destinatarios originarios del mote ralearon, naturalmente; pero tampoco era cuestión de dejar morir palabras que pudieran servir para enfervorizar la militancia y el odio.
Así «después de 1917, por extensión empezaron a llamar kulak (en la literatura oficial y propagandística, y de aquí pasó al lenguaje popular) al que se valía del trabajo ajeno, aun cuando fuera por falta temporal de manos en la familia.» (cf. también Lenin) .
La palabra tuvo éxito, y su uso (siempre para fustigar) fue ampliándose: «en 1930 daban ese nombre a todos los campesinos fuertes, en general: fuertes por su economía, su trabajo y hasta sus convicciones. El mote de kulak fue utilizado para machacar en el campesino esa fuerza» (Solyenitzin comenta también los fines directos e inmediatos de esta puesta en uso, fines de dominio, apropiación y destierro; pero eso no nos concierne). Pocos años despúes, se comprobó que el término, aunque útil, era insuficiente:
Había que limpiar también la aldea de aquellos campesinos a quienes no les daba la gana ingresar en el koljos, los que se mostraban reacios a aquella vida colectiva que jamás habían visto y que sospechaban (ahora sabemos con cuánto fundamento) que quedaría sometida a la admistración de los vagos, y en la que se debería trabajar mucho y comer poco. Y también había que deshacerse de los campesinos (algunos, de ricos no tenían nada) que por su audacia, su fuerza física, su decisión, su franqueza de expresión en las asambleas de vecinos, su amor a la justicia, eran queridos por el pueblo, y que por su independencia se hacían peligrosos a la admistración del koljos.
Además, en cada aldea, había gente a la que tenían ojeriza personal los activistas locales; por celos, por envidia, por agravios, era la ocasión de ajustarles las cuentas.

Para todas estas víctimas se requería una palabra nueva: esta nació. Ya sin ningún contenido socio-económico, pero con un sonido estupendo: podkulachnik (secuaz del kulak, «akukakado»). O sea, cómplice del enemigo. Con eso bastaba. Al bracero más harapiento de lo podía incluir entre los podkulachnik
Y en una nota al pie (conmigo las notas al pie funcionan al revés de lo que se supone; se me aparecen destacadas, y suelen quedarme fijadas en la memoria… como en este caso) Solyenitzin —nacido en 1918— recuerda que en los tiempos de su adolescencia esa palabra les parecía totalmente lógica, cargada de significado: completamente clara.

Alma y vida

«¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?»

Mt. 16-26

«Perder el alma»… ¿qué vendría a ser eso? De entrada, a mí se me impone la acepción más ingenua (preconciliar, si quieren), la referida al desenlace: perder el alma es lo contrario a salvarla, o sea: a salvarse; perder el alma es irse al infierno. Sin negar (no hace falta ser muy sofisticado ni muy moderno para entreverlo) que esa pérdida ya arranca de algún modo en esta vida.

Por otro lado, pensaba yo el otro día, decir alma es decir ánima, principio vital. Vida.
Entonces, sería como decir: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?»

No estoy descubriendo la pólvora. De hecho, veo ahora, varias versiones lo traducen así nomás.

Y buscando en la Catena de Santo Tomás, encuentro que Remigio (siglo V, según creo) lo dice derecho viejo:

Por el alma se ha de entender aquí la vida presente, no la sustancia misma del alma.

Ajá… ¿Significaría esto que «perder el alma» = «perder la vida» = «morir»? ¿Está diciendo Jesús lo mismo que en la parábola del rico necio?
Parece probable; y más atendiendo al contexto.

Pero a mí me gusta pensar que acá «ganar la vida» no se restringe al éxito material, sino al éxito mundano en general —que puede incluir éxitos intelectuales, afectivos… incluso religiosos, incluso interiores.
Y que «perder la vida» no es simple sinónimo de morirse. Que en este sentido uno puede estar bien muerto en vidaarruinar su vida» dicen otras traducciones), sin ánima. Des-animado, en suma.

Gente anti-ecológica

Caigo en un post de Casciari, festejado por algunos amigos; y su lectura no me deja un buen regusto. A ver si puedo explicar(me) por qué.

Se trata de pegarle a los ecologistas, en el sentido más sentimental de la palabra. Los que se exhiben —con más ardor que inteligencia— su indignación ante el sufrimiento y la muerte de los animales… o mejor dicho de ciertos animales. Porque (y en esto se concentra la ironía) hay animales más favorecidos que otros por los enternecimientos ecologistas…

… defienden al animal grandote (la ballena, el elefante, el gorila), defienden al amistoso (el perro, el gato siamés, el potrillo), al animal que es bello (el tigre de bengala, el oso polar) y sobre todo luchan por la defensa del animal blanco y negro (el pingüino, la orca, el oso panda). Los ecologistas están enamorados de los animales blancos y negros. Si los osos panda fueran verdes con pintitas amarillas les tendrían asco, los pisarían en la ruta. Pero en cambio viajan kilómetros para sacarle las manchas de petróleo a un pingüino, no sea cosa que les cambie el color.

Hay otros animales a los que no les dan tanta importancia: su muerte no les preocupa. Su sufrimiento, muchísimo menos. No sienten sensibilidad por los animales sin huesos (la mosca, la medusa, el bicho bolita), tampoco por los que son ricos después del fuego (la ternera, el chancho, el pollo), y mucho menos por los que no gritan cuando se están muriendo o los están matando (el pez, la cucaracha, la culebra).

Cuanto más culto el hombre, más sensible. Y cuanto más sensible, más estúpido y obcecado. En los últimos años, la población de hombres y mujeres preocupados por los derechos de los animales ha crecido bastante. Se conocen como gente ecológica. Son los que le tiran pintura roja a las señoras que van por la calle con abrigos de piel; y los que aplauden. Son los que protestan con su propia desnudez en los San Fermines, o en las corridas de toros; y los que lo festejan. Son los que viajan en avión a Oceanía para detener la caza del canguro, y quienes auspician estos viajes (el avión, durante el vuelo, pasa por encima de África, pero va tan alto que los negritos muertos de hambre no se ven)…
Y así. El argumento no es nuevo (recuerdo haber leído hace muuuchos años otro texto por el estilo, preguntando por qué tanta ternura ecologista hacia el delfín y tan poca hacia el tiburón). Y seguramente está bien expresado, y probablemente el post en sí apunte más allá de estas constataciones. Pero por ahora me interesa cuestionar eso, nomás: la satisfacción que estas ironías producen a muchos (entre otros, muchos católicos derechosos; y otros sedicentes políticamente incorrectos – si es vale todavía usar esta expresión). La gente anti-ecológica, digamos; los que aplauden y festejan estos dardos.

Y no es que a mí me caigan muy simpáticos tales ecologistas. Pero, en esto como en otras cuestiones, me preocupan más los errores y pecados que tengo cerca (en mí y en los que tengo cerca).

Para no hacer esto demasiado largo, sólo apunto por ahora: a desarrollar otro día.

Constatar una contradicción es un arma de doble filo: puede tanto servir para alejar al adversario de su error como para arrebatarle la porción de verdad que contiene. – Feo, hacer de una causa una bandera (a atacar si es del enemigo, a defender si es propia); cf. calentamiento global, aborto. – Sentimentalismo vs. racionalismo (en el peor sentido de cada palabra), falsa disyuntiva. El «y» católico: no desdeñar nada (ni las festividades paganas, ni las laicas; ni la ecología). El racionalismo (y nominalismo) disolvente, a medida de cabezas modernas: negación del sentido provisional, del plano simbólico; suficiencia, impaciencia «liberal» («gorila!») frente las imperfecciones, ambigüedades y antinomias aparentes. Pero muchas veces «son los imbéciles los que tienen razón» (S. Weil). Y peligro de no sentir el viento, que sopla donde quiere.

Sueltos

  • Parece que anda dando vueltas una versión de Retorno a Brideshead (la serie de TV de 1981) con doblaje español. La mayoría pensará «y a mí qué me importa», y la mayoría del resto pensará «herejía»; pero acá les dejo un elink (atención: son 4Gb: 11 horas).
  • Vi Night on the Galactic Railroad, peliculita bastante rara: animé, sobre un libro muy conocido por allá, que transcurre en Italia, y con gatos antropomórficos (no entiendo por qué!) … onírica, lenta por demás, aunque sugerente (algunos ven en el viaje en tren una inspiración para la escena de El viaje de Chihiro)… Como si no hubiera sido bastante extraño todo, con gatos hablando japonés y llamándose por nombres italianos, de pronto una vieja empieza a cantar… una canción de misa… de mis misas de adolescente! Me entero así, por Internet, que se trata de un himno bastante conocido, parece que inglés; y hasta dicen que la cantaban en el Titanic cuando se hundía. [midi] Y resulta que la versión nuestra (ahora que lo pienso, hace mucho que no la escucho) sigue el tema original -y también la de la película. Pucha, qué ignorante que es uno…

  • «Advierten que los pilares del modelo económico se están deshilachando». Una colisión de metáforas que pude disfrutar fugazmente, en un titular de La Nación.
  • Y sí, suscribo.
  • De enfermos, en el peor sentido de la palabra

    En la misa del domingo pasado se leyó uno de los episodios de curaciones de endemoniados: la hija de la cananea, en este caso. El cura (joven y en general estimable -«la paz está con uds» aparte) intentó en el sermón conciliar el relato evangélico (hija endemoniada) y el pensamiento contemporáneo (hija enferma) haciendo una paráfrasis del ruego de la cananea: «Mi hija está cautiva, mi hija no es libre»…
    Recetas de seminario, parecería ¿no? Y por ahí no está mal… qué se yo… cierto es que el modo habitual que tienen para encarar estas dificultades no termina de resultar convincente ni inspirado… como un regusto de mala conciencia (no menos presente en los que, del otro lado, no se hacen cargo de la dificultad). Pero bueno, es lo que hay ( y en todo caso, es mucho mejor que lo de un joven y engolado obispo de por acá: «endemoniados entre comillas»). Bien.

    Como sea, la relación entre enfermedad y pecado, sigue misteriosa. Sí, la analogía es elemental -y evangélica. Pero, se nos dice, importa no confundirlos, no reducir una cosa a la otra… porque si el pecado se piensa como una forma de enfermedad, se pierde el sentido de la culpa; … etc, etc. El argumento es trillado, basta leer esos textos que se viven copy-pasteando los blogs católicos derechosos. Y en verdad la objeción, la exhortación a distinguir pecado y enfermedad, viene generalmente esgrimida por el lado tradicionalista contra el progresista; hablando en sentido amplio ahora, como para hacer lugar en el primer grupo a tipos como Chesterton o Dostoyevsky (y también a mí, si gustan).

    Un ejemplo entre mil: dice Chesterton, en Ortodoxia, que el recurso al libre albedrío es…

    … la verdadera objeción contra ese torrente de cháchara moderna sobre tratar al crimen como una enfermedad, sobre hacer de la prisión un mero lugar sanitario como un hospital, de curar el pecado por lentos métodos científicos. La falacia de todo esto reside en que el mal es una cuestión de elección activa, mientras que la enfermedad no. Si ud. me dice que va a curar a un disoluto como quien cura a un asmático, mi réplica elemental y obvia es: «Muéstreme hombres que quieran ser asmáticos, así como hay hombres que quieren ser disolutos.»

    Un hombre puede curarse de una enfermedad con solo quedarse quieto. Pero no debe quedarse quieto si quiere curarse de un pecado; al contrario, debe incorporarse, debe saltar con violencia. Y todo el punto viene expresado por la misma palabra que usamos para el hombre hospitalizado: «paciente» es un vocablo pasivo; «pecador» es activo. Para curarse de un gripe, habrá que ser paciente. Para curarse de adulterar, hay que ser no paciente sino impaciente: se debe tener un impaciencia personal contra la adulteración. Toda reforma moral debe comenzar con la voluntad activa, no con la pasiva.
    —¿Y? ¿No estás de acuerdo?
    —Y… hasta cierto punto. Hasta el punto de la ortodoxia, diría: siempre que pelear contra un error no nos haga caer en otro contrario, o cegarnos ante la parte de verdad que tiene el hereje.
    Lo de Chesterton está lindo, pero así nomás (y así nomás les gusta a muchos tradis, parece) puede pecar por unilateral. Y creo que conviene recordar a su réplica puede oponerse una contraréplica no menos elemental (cheap, dice en el original) y obvia. O varias. Apuntemos, sin desarrollar mucho.

    ¿Me dice ud. que el malo quiere ser malo mientras que el enfermo no quiere estar enfermo? Bueno. Pero hasta por ahí nomás. Yo podría replicarle que un sentido más profundo el malo no quiere de verdad ser malo. Y no me faltaría de dónde agarrarme; empezando por la tremenda frase de San Pablo: «hago el mal que no quiero», con todo su contexto, en el que el mal se presenta como una especie de enfermedad.
    Y las palabras de Cristo: «no he venido para los sanos sino por los enfermos». Y tantas otras en que asimila la enfermedad al pecado. Y el texto de Isaías que cita Pablo «Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, se taparon los oídos y cerraron los ojos, por temor de que sus ojos vean, que sus oídos oigan, que su corazón comprenda, que se conviertan, y que yo los cure»
    Y el mismo hecho de la posesión diabólica. Caso especialísimo y muy sugerente de sumo mal como suma enfermedad; y, en principio, sin culpa. Y la unción de los enfermos…
    Y el reconocimiento (desde cualquier catecismo hasta Tolkien) de que la moralidad de la acción humana está inscripta limitada por un marco, personal y social, circunstancial e histórico, un mundo caído que es un ambiente insalubre, y por lo tanto una salud imperfecta…
    Y finalmente, y de paso: la jerga popular (no sé cuánto tiene de contemporánea o de argentina) que, con diferentes registros de simpatía, tilda de «enfermo» (o incluso «enfermito») al malvado.

    No es cuestión de rejuntar autores o textos (bíblicos o no) a favor, cual abogado… ni de ignorar la distinción, el caracter simbólico que tienen las curaciones milagrosas y todo lo que cualquier cristiano sabe. Pero tampoco es cuestión de creer que los términos de ese simbolismo enfermedad-pecado no tienen más relación que los de una metáfora convencional.

    La enfermedad se sufre, el pecado se hace; concedido.
    La enfermedad no lleva culpa, libertad, responsabilidad; el pecado sí; claro está.
    Confundirlos para reducir un término al otro (y por lo tanto perder a uno de ellos) de ningún modo. Pero forzar la distinción conceptual al punto de divorciarlos, tampoco.
    Y no se trata de teorías, la cosa es bien práctica, importa para situarnos ante el mal -propio y ajeno. En ciertos momentos hay que recordar que, desde cierto punto de vista, todo pecado es una especie de enfermedad; y a veces, a la inversa. Lo de Chesterton… está bien, es verdad; pero que por aplaudir (y copiar) eso no olvidemos otras verdades: por ejemplo, que en cierto sentido podemos y debemos ser pacientes con el pecado -sí, también con el propio.

    Finalmente (y de hecho, esta es la aplicación práctica que me disparó todo esto) el evangelio recomienda rezar por la curación del enfermo (no recuerdo que haga lo propio con la oración por la conversión del pecador); y en particular, hay una afirmación del Nuevo Testamento que uno podría considerar demasiado comprometedora: «Cuando oren con fe, el enfermo sanará» *. Pues bien, juntemos esto con lo anterior, incluido el significado moral-popular de la palabra, combinemos con aquello de «orar por los enemigos»… y podremos leer aquí una afirmación aún más comprometedora que la de la lectura ingenua. Y por cierto, aún más inquietante. En el mejor sentido de la palabra.

    * En realidad, recién ahora descubro que es de Santiago; y descubro que mi recuerdo proviene del dibujo del nuevo testamento que usaba en mi catecismo de niño; y yo que pensaba que aquella catequesis no me había dejado nada… nunca se sabe. Siempre la recuerdo, y en su interpretación más literal -o ingenua (cierto es que la traducción de la de Jerusalén es algo distinta; y vale la pena ver el contexto. Pero, para lo que venimos diciendo acá… más a mi favor, vamos.

    La vieja trinidad

    … Dostoyevsky lanzó la enigmática observación: «La belleza salvará al mundo». ¿Qué significa eso? Por mucho tiempo me pareció tan sólo una frase. ¿Cómo sería eso posible? En la sangrienta Historia ¿cuándo la belleza salvó a alguien de algo? Ennoblecido, enaltecido, sí — pero ¿a quién ha salvado?

    Sin embargo, existe cierta peculiaridad en la esencia de la belleza, una peculiaridad en la sustancia del arte: es que el poder de convicción de una auténtica obra artística es completamente irrefutable y obliga a la rendición hasta a un corazón opositor. El discurso político, el publicismo pujante, el programa de vida social y el sistema filosófico, pueden aparentemente contruirse con suavidad y elegancia, tanto en el error como en la mentira. Lo que está oculto, lo tergiversado, no se volverá inmediatamente obvio.

    Y vendrá luego un discurso, un artículo, un programa de signo opuesto; una filosofía diferentemente construida llama a la contradicción – todo exactamente igual de elegante y suave; y la cosa funciona igual. Que es la razón por la cual se confía y también se desconfía de todo aquello.

    Es en vano afirmar lo que no llega al corazón.

    La obra de arte, en cambio, lleva en sí misma su propia verificación. Los conceptos inventados o forzados no soportan la prueba de las imágenes; se derrumban todos, aparecen enfermizos y pálidos, no convencen a nadie. Pero las obras que nacen de la verdad, y nos la han presentan como una fuerza viviente – ésas se adueñan de nosotros, nos exigen; y nadie jamás, ni siquiera en las siglos futuros, podrá refutarlas.

    Tal vez, al fin y al cabo, la vieja trinidad de Verdad, Bien y Belleza no sea simplemente la fórmula vacía y vetusta que supusimos en los días de nuestra confiada y materialista juventud. Si las copas de estos tres árboles convergen, como lo afirmaban los escolásticos, y si los ramas demasiado rectas de la Verdad y del Bien han sido mutiladas, impedidas de abrirse paso; entonces, quizás los fantásticos, los impredecibles, los inesperados retoños de la Belleza emergerán y ascenderán hasta el mismo lugar, cumpliendo así el trabajo de los tres…

    Alexander Solyenitzin – 1918-2008
    (Discurso de recepción del premio Nobel – 1970)

    Yo justo estaba releyendo «El primer círculo»… Calculo que el día de su muerte yo leía esta página, donde el nuevo preso sin juicio, sin comunicación y sin derechos (hasta ayer respetable funcionario soviético) recuerda las frases epicúreas que había estado leyendo esos días…
    «La fe en la inmortalidad nació de la codicia de seres insatisfechos… El hombre sabio sabe que la duración de su vida es suficiente para completar el círculo de los placeres alcanzables»

    Pero ¿se trata en verdad de placeres? Él había tenido dinero, buena ropa, estima, mujeres, vino, viajes… pero en este momento habría mandado al infierno a todos eso a cambio de justicia y verdad… nada más.

    La fugitiva

    .. si vemos que la sociedad está desequilibrada, tendremos que hacer lo posible para aumentar el peso del platillo más liviano… Pero hay que tener la concepción del equilibrio; y hay que estar siempre dispuesto a cambiar de bando, como la justicia, esa fugitiva del campo de los vencedores.

    Simone Weil*

    A propósito de… tantas cosas…
    A propósito del finado Solyenitzin, si quieren.

    Grahan Greene, por su lado escribió que «el escritor siempre debería estar dispuesto a cambiar de bando sin pensarlo dos veces (at the drop of a hat). Puesto que él debe ser la voz de las víctimas, y las víctimas cambian». Quizás sea una cita libre de Simone.
    Y por acá el revisionista Jauretche oponía a los reclamos de imparcialidad y equanimidad de Félix Luna el criollo «Emparejá y largamos». Con buena voluntad, podríamos usar el comienzo de la cita para justificarlo; pero, la verdad, dudo que pudiera aplicársele lo que sigue. Y sin eso, no alcanza, creo yo.

    Lupin en Bs. As.

    Aviso un poco sobre la hora:
    Mañana sábado a la tarde en un ciclo en el Jardín Japonés (Palermo, Buenos Aires) pasan Lupin III, El Castillo de Cagliostro. Es la primer película dirigida por Miyazaki, pre Ghibli, no enteramente suya (y no de mis preferidas) pero de culto de todas maneras.

    PS/yapa: ¿Cómo serían las propagandas de TV si fueran hechas por Ghibli? Pues, así.
    Y una promoción de «Totoro» y «La tumba de las luciérnagas».