Mt. 16-26
«Perder el alma»… ¿qué vendría a ser eso? De entrada, a mí se me impone la acepción más ingenua (preconciliar, si quieren), la referida al desenlace: perder el alma es lo contrario a salvarla, o sea: a salvarse; perder el alma es irse al infierno. Sin negar (no hace falta ser muy sofisticado ni muy moderno para entreverlo) que esa pérdida ya arranca de algún modo en esta vida.
Por otro lado, pensaba yo el otro día, decir alma es decir ánima, principio vital. Vida.
Entonces, sería como decir:
«¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?»
No estoy descubriendo la pólvora. De hecho, veo ahora, varias versiones lo traducen así nomás.
Y buscando en la Catena de Santo Tomás, encuentro que Remigio (siglo V, según creo) lo dice derecho viejo:
Ajá… ¿Significaría esto que «perder el alma» = «perder la vida» = «morir»?
¿Está diciendo Jesús lo mismo que en la parábola del rico necio?
Parece probable; y más atendiendo al contexto.
Pero a mí me gusta pensar que acá «ganar la vida» no se restringe al éxito material, sino al éxito mundano en general —que puede incluir éxitos intelectuales, afectivos… incluso religiosos, incluso interiores.
Y que «perder la vida» no es simple sinónimo de morirse. Que en este sentido uno puede estar bien muerto en vida («arruinar su vida» dicen otras traducciones), sin ánima. Des-animado, en suma.