… si el «purgatorio» es simplemente el ser purificado mediante el fuego en el encuentro con el Señor, Juez y Salvador, ¿cómo puede intervenir una tercera persona, por más que sea cercana a la otra? Cuando planteamos semejante cuestión, deberíamos darnos cuenta que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo.
En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación.
Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil.
Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.
De la Spe Salvi. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación.
Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil.
Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.
Los escritos de este papa, y esta encíclica en particular, tienen a mis ojos, una mezcla curiosa de registros. O categorías de destinatarios. Por un lado el registro histórico-filosófico, con referencias a figuras de la cultura (contemporánea sobre todo); un intento de diálogo hacia afuera, con los intelectuales (en nombre de la Iglesia?) y un intento de esbozar posiciones en esas coordenadas (lo cual implica además, con todas las críticas, una toma de posición hacia adentro: de no borrarse de ese ambiente, de no declarar a la cultura moderna dominio de la ciudad del hombre). Por otro lado, el registro ortodoxo, la respuesta a posiciones o tendencias en el mundo católico; hacia los teólogos (y mini-quasi-pseudo teólogos), en suma. Y finalmente el registro más llano, directo y personal, dirigido al hombre de a pie… ¿de adentro o de afuera? un poco de todo; al hombre común, probablemente con un pie adentro y otro afuera; tampoco especialmente al izquierdas o derechas.
A este párrafo yo lo ubico en este último registro. Y me parece que es el que mejor le sale; contrariamente a lo que muchos podrían esperar. Cosas sustanciosas, y con el tono certero (un tono que por algún motivo es muy difícil de hallar; un tono que las buenas intenciones -tradis o progres- no suelen lograr dar; y creo que darlo no es cuestión de habilidad literaria, creo que tiene que ver con aquello de que de la abundacia del corazón habla la boca). Personalmente, preferiría que se dedicara mucho más a esto. Pero un papa no debe tener las cosas fáciles.
Me dirán que no hay por qué llamar «mezcla de registros» a estas variaciones, y que no tienen nada de particular. Pero el caso es que de a ratos se me escapa la armonía entre esos registros. Cosas de la cabeza alemana, tal vez. O pocas entendederas o esfuerzo de lectura de mi parte; trataremos de subsanar esto último, ya que no podemos subsanar lo otro.
De paso. Lo de que nadie peca solo resonó fuerte en mí, un poco por aquello, disparado a su vez por otro párrafo similar. Y lo de que nadie se salva solo, la otra cara de la misma moneda, sirve de corrección a la copla (o mejor dicho, a cierto espíritu —-preconciliar?-— que imagina la salvación como un negocio individual, y que podría alimentar o ser alimentado por la copla): «En esta vida prestada / el buen saber es la clave / quien sabe salvarse, sabe / y el que no, no sabe nada».