Un aspecto del asunto —seguramente no central en sí, pero insoslayable para mí— es el del público involuntario: la gente en los balcones (algunos que se adivinan simpatizantes, otros más bien
hostiles, que cierran persianas o ponen música fuerte), los automovilistas que soportan las breves interrupciones del tránsito (estos mayoritariamente molestos; algún motoquero que había quedado detenido demasiado cerca, hacía fuerza por poner cara de desprecio, no vaya a creer alguno que estoy con estos giles…)
Y aunque yo no estoy muy convencido del efecto de las manifestaciones religiosas masivas (y los altavoces
a la calle en ciertas iglesias, sobre todo al momento de los cantos de misa, me parecen
lamentables y piantavotos), en este caso, la cosa me cae bien.
Automovilistas fastidiados incluidos, cómo no.
No tenía yo recuerdos de mis épocas anteriores… ni del lado del público hostil, ni del indiferente, ni del simpatizante.
Pero este Viernes Santo que pasó, a poco de salir para mi Via Crucis, me pareció escuchar que pasaba uno bajo mi ventana. Y sí, era el de mi parroquia, aquella que —digamos— litúrgicamente no suele llenar mis expectativas, la del «¡Un aplauso para el maestro!» en otro via crucis (tras lo cual les hice la cruz)… Esta vez, la que reza al micrófono, como para que no quede un rincón litúrgico sin profanar, tiene la ocurrencia de encajar voseos en las oraciones, a como venga: «Madre de Dios, rogá por nosotros pecadores» … «perdoná nuestros pecados»… aunque la gente (todavía les falta un toque de horno progresista)
persiste en responder al «Nuestra Señora de Luján…» con un «ruega por nosotros». Cerré ahí nomás la persiana y enfilé para la otra parroquia.
Puedo, en fin, decir ahora que he estado alguna vez del lado de los balconeadores hostiles.
Y aunque, repito, ni aquello ni esto sea lo central del asunto, anoto para mi recuerdo dos detalles de dos simpatizantes, del otro Vía Crucis: la que asentía con la cabeza a los rezos, y la que encendió una vela sobre el balcón.