Yo diría que «tener razón» se aplica especialmente al que, en una cuestión disputada, que frecuentemente se reduce a una dicotomía, afirma (interna o externamente) el juicio correcto —verdadero.
Pero esto, sin ser poco, es bastante menos que «estar en la verdad».
Para empezar: uno puede arribar al juicio correcto por malos motivos, por premisas falsas y/o razonamientos rengos (hay malos prejuicios que aciertan); este tendrá razón, pero no estará en la verdad.
Para seguir: es de creer que «estar en la verdad» es algo profundo y orgánico, es cosa de toda el alma, no puede predicarse así nomás a propósito de tal juicio aislado (ni contabilizando juicios certeros vs juicios erróneos); algo parecido a lo que
pensaban Sócrates y Santo Tomás sobre la virtud y las virtudes. Y también, estar en la verdad implica una organicidad no solo entre distintos juicios, sino entre los planos: niveles de interioridad-exterioridad, teoría-práctica…
El caso emblemático: los fariseos tenían razón; pero no estaban en la verdad.
Podríamos cerrar con una fórmula: la cuestión no es tener razón, sino estar en la verdad.
¿Suena a hueco? ¿No sirve para nada? Veamos.
Yo recuerdo a menudo, y la he citado varias veces, aquella sentencia intranquilizadora de Simone Weil: «A veces son los imbéciles los que tienen razón»; intranquilizadora, sobre todo cuando se piensa no en juicios aislados o imbéciles aislados, sino en grandes causas y bandos. Pero recién ahora, a cuento de lo dicho, se me ocurren un par de vueltas de tuerca; y en distintas coordenadas.
Primero: trasponer del plano intelectual al moral. A veces son los malos los que tienen razón (y en cuestiones de moral; práctica y teoría).
Segundo: invertir la dirección, poner el acento en el otro término. Me explico.
Yo siempre leí la frase poniendo el acento en «tener razón», dando por supuesto que eso es lo decisivo. Esta lectura (la original, creo**) sirve de advertencia a los que se creen del lado de los inteligentes (o de consuelo a los que se sienten despreciados por la intelligentzia): ojo, que ser inteligente no es garantía (ni siquiera
en las grandes cuestiones, cuando se forman bandos antagónicos), a veces los inteligentes se equivocan en masa, y tener razón es lo que importa.
Pero, en otra lectura, si pensamos que «tener razón» no es lo decisivo, si «ser inteligente/ser imbécil» lo tomamos en un sentido más alto (estar en la verdad/estar en el error)… la sentencia sigue siendo verdad, pero en una dirección muy distinta: ojo, no te des por contento con estar del lado de los que tienen razón; a veces son los imbéciles los que tienen razón; y por imbéciles… no merecen tenerla. Y no se salvarán por eso.
Combínese este cambio de acento con la trasposición al plano moral, y vuélvase considerar el caso de los fariseos (y piénsese, por ej, en
las disputas por el aborto, etc).
Molestas paradojas para el pensamiento, decía la misma Simone.
Pero no frívolas ni irrelevantes, digo yo. Sobre todo para un cristiano.
* «Tener razón», en la acepción común, no implica el recurso exclusivo a la razón. Que haya verdades no estrictamente racionales, y cómo se relacionan razón, verdad y fe, es cuestión que no nos concierne ( que se calle Unamuno por ahora). Reemplácese por «estar en lo cierto» en caso de duda.
** Si no recuerdo mal, Simone pensaba en las discusiones que tuvieron lugar en Francia en el ’30 sobre la responsabilidad social de los artistas, en particular si los literatos debían tener total libertad —en todos los planos— o si debía limitarse esa libertad en consideración a los efectos nocivos y desmoralizantes que podían tener ciertos libros (sobre todo cierta militancia pacifista disolvente en boga) sobre la patria de los franceses. Previsiblemente, el bando de los intelectuales estaba por lo primero. Pero, dice Simone, al final eran los imbéciles los que tenían razón.