Nos humilla haber creído una falsedad. Y cuando se trata de un desengaño religioso, la vergüenza y el dolor pesan el doble. ¿Por qué?
Es otro aspecto del caso Taxil, que a su vez se abre en varias derivaciones que me importan.
Dejemos aparte las posibles culpas en el caso particular -del lado engañador y del engañado. Aun sin eso, es claro un aspecto general del asunto. Digamos: el prestigio intelectual que resulta menoscabado. Sea el prestigio mío o el prestigio nuestro. Sea que resulte menoscabado a nuestros propios ojos o a los del adversario. Si hemos caído en el engaño… quizá no seamos más inteligentes; y entonces quizá la verdad no esté de nuestro lado.
J. F. Six
La suficiencia de los polemistas y apologetas, en suma. Los que de hecho vienen a suponer al adversario imbécil -en lo intelectual o en lo moral.
No son los polemistas religiosos -y específicamente los católicos- los representantes excluyentes de esta suficiencia, seguramente; ni, hoy por hoy, los más abundantes. Pero, bueno, a mí son los que más me importan. Y, por cierto, no me pongo del todo afuera.