Apenas continuación (1 – 2), y de ningún modo remate.
El caso no venía a cuento de nada en particular, ni apuntaba a mostrar nada en particular; y aun sin su relación con santa Teresita (hoy es su fiesta) lo habría traído. ¿Para qué? Bueno, ninguna tesis a demostrar, queda dicho; pero el caso se puede abrir en varios temas que me resultan de interés, y que podría desarrollar… tal vez no hoy mismo.
Para empezar: mera historia. Historia de interés para cualquier católico, diría yo. Historia de la Iglesia, por qué no. Y me parece que en los pasados dos o tres siglos Francia concentra (si no en extensión en representación) buena parte de la vida del catolicismo, en lo bueno y lo malo; casi todo está ahí.
El caso puede ser pintura también de una época y un espíritu -digamos, integrista- mayoritario entonces, en retirada pero presente y activo hoy; y su relación con lo que se llama «la derecha» (también en política) y con el jansenismo. Para ayudar a entenderlo, y para entender a los que más tarde sintieron la necesidad de reaccionar contra ese espíritu -y a los que hoy, todavía, le temen.
En este sentido, algún lector creyó notar en mi primer relato del caso un sarcasmo excesivo contra los tradicionalistas ingenuos. Pero no, no se trataba de burlarse en función del desenlace de la historia. En primera instancia, entre el engañador y el engañado, la culpa recae sobre el que engaña; de acuerdo. Y no vale vacunarse contra toda credulidad para caer en el escepticismo cínico. La referencia teresiana debería haberme absuelto de esa sospecha de burla fácil, supongo…
Es cierto que la humillación del ingenuo que creyó una mentira tal, el que rezó por la conversión de un impostor y elevó las acciones de gracias, no tiene -en principio- nada de pecaminoso. Y al contrario, puede tener algo de saludable y meritorio. Pero esa no es toda la cuestión.
También hay ingenuidades culpables ¿no? o que apuntan a culpas más de fondo. Hay algunos que se engañan porque quieren engañarse; porque están apegados a su voluntad. Más allá de las culpas individuales en este sentido, puede hablarse de una culpa colectiva, un espíritu social que empuja en esa dirección (y que, según circunstancias, puede atenuar o anular la culpa individual).
Quizás no haya culpa en tragarse la conversión de Taxil, y en alegrarse. Pero puede haber culpa en alegrarse demasiado, en darle mucha relevancia… porque una historia tal (y aquellas revelaciones sobre el poder masónico) calza bien en nuestros esquemas. Porque queremos creerla, porque preferimos las fabulaciones a la realidad.
«Que un personaje como este [Taxil] y sus extravagancias hayan despertado un interés tan grande en los ambientes y medios más diversos, dice mucho de este final de siglo XIX, inquieto, con valores vacilantes y almas hambrientas. También sobre la Iglesia católica, fortaleza que se cree amenazada por el satánico complot «judeomasónico» […] Monseñor Fava1, obispo de Grenoble, funda en 1881 en La Salette «La cruzada reparadora de los católicos franceses» y publica la revista «La francmasonería desenmascarada». Por todas partes circulan libros e ilustraciones sobre las manifestaciones de Satanás, que animan al combate antirrepublicano…»
(J.P. Rioux, citado por J.F Six)
Es un aspecto del caso, pues, la sintonía que encontró Taxil en ese talante, proclive a las teorías conspirativas, necesitado de creer esas historias y de sentirse por encima de la «historia oficial». Una especie de concupiscencia por acumular y trasmitir datos que abonen esa lectura de la realidad; triste erudición abocada al mal —el mecanismo standard defensivo y aglutinante de las sectas, de todo tipo y signo (desde Meinvielle hasta Verbitsky)… El caso del padre Meinvielle, entre nosotros, me parece bastante característico, él y su público; esos ensayos y conferencias, ese consumo de información para iniciados2, ese morbo —casi pornográfico— por vislumbrar los entretelones tenebrosos del enemigo, hilos de titiriteros, quintas columnas y complots secretos…
Espere, padre, espere, no vaya tan rápido… denos tiempo para anotar… 13 proposiciones fundamentales y 598 artículos… bien… Pero… un momento… ¿la logia del paladismo, dice usted? ¿Esa no es la secta que había inventado Taxil? Bueno, claro, que Taxil sea un farsante no implica que sus revelaciones sean completamente falsas (y que seamos paranoicos no quita que de verdad nos persigan)…
Yo no sé si Meinvielle sabía lo de Taxil; pero no importa mucho. Si no es verdad, nos gusta creerlo. Y si nos gusta creerlo, si de hecho lo creemos, pues entonces debe ser verdad. Como dice uno, hoy, en un foro católico tradicionalista:
No hace falta caminar mucho desde acá para llegar a los «protocolos de los sabios de Sión»: en el mismo hilo del mismo foro alguien aduce que los protocolos serán «inauténticos»… pero son sin dudas «veraces» -calate ese distingo (y sí, ya sé que esta gente es hoy muy minoritaria en el catolicismo -sí, aunque…- sí, ya lo sé; no estoy militando contra estos, caramba!).
Otra cosa: si los masones en su momento repudiaron, en lugar de festejar, la impostura de Taxil, no fue seguramente por solidaridad con las sensibilidades creyentes lastimadas (aunque algo de esto también pudo haber) sino porque sabían que todas sus fabulaciones serían creídas por muchos, a pesar de la desmentida, y pasarían a engrosar —en su literalidad o reeleboradas— la imaginería y la literatura panfletaria antimasónica. Y así fue nomás. Algunos estudiosos contemporáneos llegan a incluir los libros de Taxil en la bibliografía sobre la masonería (búsquese «Taxil» en el texto; y no es el único capítulo)…
Así, el dicho «miente, miente, que siempre algo queda» tiene otras aplicaciones, más interesantes que la usual: podemos mentirnos a nosotros mismos, tanto en el interior del individuo como en el del grupo. Es sabido que uno puede dar por verdadera tal o cual creencia en la parte racional-conciente y sin embargo no creerla en el fondo; lo mismo debe poder pasar, simétricamente, con las mentiras: creencias de las que no hemos llegado a internalizar su falsedad. Y en los grupos humanos debe darse algo análogo (con las personas y publicaciones más respetables/respetadas del grupo ocupando el lugar de la parte conciente-racional en el alma individual)… es de suponer.
Todo esto es un aspecto del caso. Que, creo, conviene conocer. Pero hay otros.
1 Otra cita de los diarios de León Bloy, de agosto de 1906: «Uno de los capellanes ha parecido muy sorprendido al enterarse de que yo no admiro a Francois Coppée. ¡Yo creía —me dice— que Coppée era católico practicante! La elocuente necedad de esa expresión ha puesto ante mis ojos un abismo. Ser practicante es todo, absolutamente todo para estos pobres sepultureros del catolicismo. Leo Taxil también era, sin duda alguna, «practicante», cuando fue lanzado por Monseñor Fava, obispo de Grenoble y perseguidor encarnizado de Melania…»
2 Yo he escuchado en ese ambiente, en vivo y directo, hace unos años, —y como es de rigor, «de buena fuente»— que Ratzinger era masón.