Respondió Flannery:
Hay un cambio de tensión entre la primera parte del relato y la segunda, cuando entra el Inadaptado, pero no hay una disminución de la realidad. Por supuesto, el relato no es realista en el sentido de que refleje los actos cotidianos de la gente de Georgia. Es estilizado y sus convenciones son cómicas, aunque su significado es serio. […]
El sentido del relato debería ampliarse para el lector cuanto más piensa en él, pero el sentido no puede atraparse en una interpretación. Si los profesores se aproximan a un cuento como si fuera un problema de investigación para el que cualquiera respuesta es aceptable con tal que no sea obvia, entonces creo que los estudiantes nunca aprenderán a disfrutar de la ficción. Ciertamente, el exceso de interpretación es peor que su falta, y donde falta la pasión por el relato, la teoría no la aportará.
No pretendo hacerme odiosa. Estoy atónita.
Y es que, supuesto que ella tiene razón (y creo que la tiene, en particular y en general) lo que hay que responder es precisamente eso. Y no en otro tono.
Y con esto me visita un recuerdo trivial, de hace años… a ver… unos quince… Charlando con un compañero de trabajo, salió el tema Borges, él opinaba que sus escritos era muy profundos, y yo dije apreciar poco su inteligencia, aunque bastante su prosa. A la hora de mencionar algún cuento que me hubiera gustado, se me ocurrió citar «El sur» (creo que así se llamaba, el que termina con el inicio de un duelo absurdo en una especie de pulpería…). «Bueno,ves, -dijo mi compañero- todo eso que pasa al final, en realidad no ocurrió, el tipo lo imaginó o soñó, y murió en el hospital nomás». Pretendía así desconcertarme, tirándome por la cabeza uno de esos conocimientos iniciáticos que proveen los talleres de literatura… y creo recordar que en buena medida lo logró (uno tenía y tiene tan poca destreza y carpeta en esas lides… y encima, el mundo en que me muevo no frecuenta esas discusiones; si les digo que esa charla —y en un laboratorio de la facultad de ingeniería!— ha sido casi la única…) Intenté una retirada mínimamente decorosa, balbuceando una expresión de escepticismo; pero era innegable que el papel del ingenuo me tocaba a mí. Y, si bien es cierto que la ingenuidad tiene poco o nada de malo, al combinarla con el temor a parecer ingenuo, ya pasa a ser una fórmula claramente perdedora. Perdí, pues, porque en el fondo tenía miedo a resultar ingenuo. Por otra parte, todavía hoy, no puedo atreverme a afirmar que la interpretación sofisticada de mi amigo sea falsa (resisto ahora la tentación de guglear…)
Pero el caso particular importa poco. El asunto es que esta ingenuidad (literaria… para empezar) en realidad es digna de defensa. No sólo por su parentesco con la virtud de la humildad (en contra del orgullo del iniciado, ese sentimiento nefasto de suficiencia, poder y superioridad que otorgan esos saberes), sino en cuanto representa una etapa primordial y necesaria; lo que Flannery llama el «disfrute de la ficción», la «pasión por el relato». Lo que viene después (la teoría, el análisis, la interpretación) deben servir para edificar sobre ella, y realimentarla; no para suplantarla o extinguirla. Es claro que en cierto punto la ingenuidad puede ser criticable, y el análisis necesario y meritorio. Pero ordenado al servicio de lo que importa.
Esto de que la abundancia de análisis e interpretaciones puede (de hecho) estropear el disfrute primario, pero que (de derecho) sirve para contribuir a su crecimiento, creo verlo ilustrado en las cartas de Tolkien. Por un lado, la advertencia preliminar que hace a un lector (Michael Straight) que preguntaba sobre significados e interpretaciones de ESDLA. Las palabras destacadas son del autor:
Es un «cuento de hadas», pero un cuento de hadas escrito para adultos, de acuerdo con la creencia, que expresé una vez extensamente en el ensayo «Sobre los cuentos de hadas», de que constituyen el público adecuado. Porque creo que el cuento de hadas tiene su propio modo de reflejar la «verdad», diferente de la alegoría, la sátira o el «realismo», y es, en algún sentido, más poderoso. Pero ante todo, debe lograrse como cuento, entusiasmar, complacer y aun a veces conmover, y dentro de su propio mundo imaginario, debe acordársele credibilidad (literaria). Lograrlo fue mi objetivo primordial.