Como yo lo veo, la vida, el universo y todos esos asuntos (en particular, pienso en los muy desparejos destinos humanos, los desniveles de felicidad, sabiduría, bondad e importancia) sólo pueden tener sentido en el caso de que todo sea una suerte de obra de teatro; o, una película. En el caso de que quepa vernos como actores (y en parte también autores y espectadores; en parte pequeña, y sin dudas insuficiente) de una trama que tiene la unidad de una obra artística, la armonía y la estructura de una sinfonía. Sólo así se puede tomar todo en serio, soportarlo y agradecerlo.
Ahora bien, sin un Dios como último autor-director, y verdadero espectador (y solo garante de la esperanza de llegar a contemplar la obra, y entenderla, del otro lado), no hay tal caso; esa mirada no se sostiene.
Si esto pretendiera ser un argumento apologético, sería uno de los peores que se han inventado -que no es poco decir. Pero de ningún modo lo pretende. Es como yo lo veo, nomás.