En el momento en que escribo esto [1982] no hay guerras globales perturbando a la humanidad, como era el caso en aquella lejana tarde en que mis compañeros de clase y yo descubrimos Mariposa. La violencia armada esporádica siempre está presente, pero el temido Armagedón aún no se ha materializado. SIn embargo, la etiqueta amarga que el mismo Leacock aplicó al mundo en guerra de 1940 («este nuevo confín demoníaco, estridente de voces vacías, y tenso por la amenaza universal de muerte») podría también servir para esta década. Para contrarrestar estas voices y ayudarnos a afrontar el horror de esta amenaza, necesitamos más que nunca lo que Leacock llamó en uno de sus últimos artículos «la gracia salvadora del humor»; esa gracia sola conduce a «esa reconciliación que podemos hallar con el misterio, las penas, las dificultades del mundo en que vivimos». En este libro, el autor dispone un alegre escenario sobre el cual dramatiza esas penas y dificultades de la humanidad de siempre. Las perspectivas de su pequeño mundo no parecen coincidir con las de la realidad cotidiana, esa que repite sus finales poco felices; pero se corresponden con una realidad más profunda: las desdichas, en verdad, suelen ser fugaces, y las imperfecciones humanas, disculpables y cómicas. Es cierto que al final Golghota Gingham [el sepulturero de Mariposa] vendrá por nosotros, pero el humor da mejor sabor a lo que precede a su visita; e incluso sus funerales tienen su lado humorístico…
Leer Sunshine sketches of a little town es entrar en un mundo menos complejo que este que conocemos, un mundo más luminoso; y, en su reflejo del acontecer humano, más tonto. Pero, con todo lo que tenga de caricatura, es un mundo lo suficientemente cercano al que ocupamos como para ayudarnos a reconocer, con una sonrisa, las inevitables limitaciones del hombre, lo que Leacock llamaba «la extraña incongruencia entre nuestras aspiraciones y nuestros logros».
PS: Sustantivos abstractos como ironía y sarcasmo tienen significaciones fluctuantes, según las épocas, ambientes, personas -e idiomas. Algunos, por ejemplo, usan la palabra ironía para designar lo que acá llamamos sarcasmo (a propósito de lo cual señalemos estos posts de Disputations y relacionados). La oposición que acá se señala no debe, pues, atarse demasiado a las palabras sino a los conceptos. Y creo que esto queda claro. La ironía, entendida de este modo, cuando se ríe de tal persona (o clase de personas, o rasgo personal) no la está odiando, sino amando. Me dirán que también la palabra amor es discutible; pero baste con aquello de que «amar algo es alegrarse de que exista». Así entendidas las cosas, la tarea del humorista sería cultivar (en sí mismo y en el público) esta alegría.
* Encuentro sin embargo este párrafo de una carta de PGW, en «Performing flea» (1949):
« I always find a great charm in Canada, and sometimes toy with the idea of settling there.
The last time I was there was when I came back from Hollywood, in 1931, and I spent
a very pleasant day with Stephen Leacock. I liked him enormously,
and felt sad to think that in all probability two such kindred spirits would
never set eyes on each other again. (We didn’t).»