El que redactó las peticiones, me da la impresión, tiene muy claro cómo deberían comportarse los cristianos, los clérigos, los gobernantes, y pide que nos unamos a sus ideales (los de él). No se trata de pedir a Dios que derrame bienes o gracias sobre las gentes, se trata más bien de proclamar cómo queremos (o debemos querer) que sean. Que estos sepan ser así, y que aquellos sepan ser asá.
Que se haga nuestra voluntad, qué tanto.
Y, como es frecuente, la oración no sigue el esquema tradicional: expresión del contenido del ruego por parte del lector, y ruego propiamente dicho en la respuesta del pueblo («Te lo pedimos, Señor» o algo equivalente); acá la respuesta del pueblo es otra pomposidad del liturgista, sin relación con las preces: «Señor de la paz, haznos auténticos» (no suena muy auténtico, la verdad… ni muy popular). Así, cuando tras la mención de los gobernantes, sigue una oración por las «comisiones litúrgicas» (para que sepan promover una participación activa y conciente etc etc) no puedo evitar decirme (con perdón de la expresión, casi tan desagradable como el entrecomillado con los deditos) que «todo me cierra».
Casualmente, Pseudópodo trata hoy el cuento de Caperucita Roja mejorado por los educadores progresistas españoles —y se gana el mote previsible de «conservador». Ya antes había tocado temas afines, sobre todo los desaguisados de la pedagogía inflada (de ideología, para empezar).
¿En qué se parecen las comisiones pedagógicas y
las comisiones litúrgicas?
En casi todo, parece.