La lectora Cristina acota que aunque en su caso el orden fue distinto, en el fondo su secuencia de planes coincide: «mucho «ser» al principio y más «no ser» después». Y aunque mi tonalidad original era más bien resignada, si no descorazonadora, es verdad que también se lo puede ver por el lado optimista, con perdón de la palabra.
En cierto sentido (siempre hay un «cierto sentido» que salva las papas) podría ser motivo de alegría esa devaluación de prentensiones; está bueno -en cierto sentido- no «querer ser» mucho.
Pero sólo en cierto sentido (en el otro, tenemos la enfermedad mortal: la desesperación) ¿Y en qué sentido?
Bueno, por el lado místico es bastante evidente la cosa (empezando por San Juan de la Cruz «no quieras ser nada en nada» y etc). Pero, sin alejarnos tanto del punto, quedándonos en los melancólicos planes de realización personal (goce, santidad o lo que fuera) podríamos trasponer lo que decía Simone Weil, que todo sueño de amor merece romperse -y en el preciso
sentido (positivo y activo) en que ella lo decía.
Todos nuestros planes merecen frustarse.