Los fariseos decían con desprecio de Jesús, entre otras cosas «Este va a hacer la guerra con esas mujeres que lo siguen por todas partes; no alcanzará a fundar ningún reino con semejante ejército.» (III.230)
Jesús respondió: «En verdad, en verdad os digo: Vosotros no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque os habéis saciado de pan. No os preocupéis del alimento perecedero, sino del alimento que llega hasta la vida eterna, que os dará el Hijo del Hombre, pues a Él lo ha hecho el padre acreedor de la fe». Dijo estas cosas más extensamente, en el Evangelio está sólo un resumen. Los hombres se decían unos a otros: «¿Qué nos dice ahora con esto del «hijo de hombre»? También nosotros somos hijos de hombre.» (III.242)
Cuando considero la vida de Jesús y su trato con los apóstoles
y los discípulos, acude a mi mente esta persuasión: si Jesús viniera ahora entre los hombres, le iría peor de lo que le fue entonces entre los judíos. A pesar de todo, Jesús y los suyos podían ir libremente, enseñar y sanar. Fuera de los obstinados y ciegos fariseos, en general, no encuentra mayores obstáculos en ir y venir, predicar, sanar, reunir gente y llevarla de un lado al otro.
Los mismos fariseos no saben tampoco por qué le son contrarios. Su situación es digna de compasión. Saben que es llegado el tiempo de la salud y de la promesa, y que las profecías se cumplen; ven en Jesús algo que les admira, que les es inexplicable; pero no acaban de rendirse a la evidencia. ¡Cuántas veces los veo sentados,
leer los rollos, consultarse y discutir, sin acabar de comprender, porque esperan un Mesías diferente, un Mesías de su partido, de su clase y sus ideas! (III.391)