… En el tiempo inmediatamente anterior a mi conversión y después, durante un cierto período, llegué a pensar que llevar una vida religiosa significaría dejar de lado todo lo terreno y vivir teniendo el pensamiento única y exclusivamente en cosas divinas. Pero, poco a poco, he comprendido que en este mundo se nos exige otra cosa y que incluso en la vida más contemplativa no debe cortarse la relación con el mundo; creo, incluso, que cuanto más profundamente alguien está metido en Dios, tanto más debe, en este sentido, “salir de sí mismo”, es decir, adentrarse en el mundo para comunicarle la vida divina.
Importa mucho, sí, procurarse un rincón tranquilo, en el que de tal manera una pueda relacionarse con Dios, como si nada existiera, y esto a diario: el tiempo más oportuno me parece por la mañana temprano, antes de comenzar el trabajo; es entonces cuando una recibe una misión especial para cada día, sin elegir nada por sí misma; en este momento, finalmente, una se contempla a sí misma como mero instrumento, y las fuerzas con las que debe trabajar, en nuestro caso la inteligencia, como algo que nosotros no necesitamos, sino Dios en nosotros.
[…] Mi vida comienza cada mañana de nuevo y termina cada noche; más allá de esto no tengo ningún plan ni propósito; naturalmente, propio del trabajo diario es pensar de antemano —sin esto el funcionamiento de una escuela es imposible—, pero nunca debe ser una “preocupación” para el día siguiente.
Edith Stein – carta a Sor Calista Opf – 12 de febrero de 1928
El combate termina esta noche
Lo que dice famosamente San Pablo (de este domingo), poco antes de morir —lo de pelear el buen combate, alcanzar la meta (*)— ¿no debería aplicarse analogamente a la batalla cotidiana? Lindo estaría, poder decírnoslo cada noche antes de irnos a dormir (dormir en sentido literal, aparte del otro).