Al bajar las escaleras, vio a la derecha, bajo el níspero, la gallinita blanca
que tenía a todos sus polluelos recogidos bajo sus alas. Algunos sólo
enseñaban su cabecita. Se paró a contemplarlos, muy pensativa. Al cabo
de un poco, yo le hice señas de que era hora de volver. Tenía los ojos
llenos de lágrimas…
Pensaba, claro, en aquello de
los evangelios: «Jerusalén… ! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!»Y no deja de ser impresionante que Jesús se haya fijado en eso, y -comulgando evidentemente con el sentimiento que nos provoca a los hombres esa escena– haya elegido esa comparación para referirse a su propia ternura…
¿Debe entenderse este anhelo frustrado en relación a los habitantes de Jerusalén -los judíos- específicamente? Parece que sí, en primer lugar; pero por extensión, supongo, a todo hombre (parecidamente a lo de «no he sido enviado sino a los hijos de Israel»).
Como sea, me parece todo un dato, nada obvio y hasta algo sorprendente, sobre todo cuando lo mira por el lado (moderno y resbaloso, tal vez; pero seguramente no insignificante) de la «psicología» de Jesús.
Y me gusta que Teresita me haya hecho detener en ese rasgo. Un rasgo que algún católico despistado habría podido tildar de sentimental… si hubiera sido una ocurrencia de Teresita; es de esperar que, aun para esta gente, Lucas esté libre de sospechas… y más aún Mateo (que también trae el dicho, en contexto algo distinto).