Pero el caso es que yo no suelo ver esos aspectos como opuestos. Al contrario, más bien diría que me cuesta separarlos.
Y seguimos con los ejemplos: el que se porta bien, que resiste a la tentación de hacer un mal, porque lo está mirando su padre, su madre, su amigo. No se trata de vigilancia, en el sentido policial… pero sí en algún otro: el amigo (que te quiere) te está mirando; y uno quiere ser digno de esa amistad.
Funciona así la cosa, según yo la veo; con amor en las dos direcciones. Y con un castigo («inmanente», si quieren) que opera en la misma línea. Y la vergüenza inmediata, casi animal, es como el primer escalón, o el mero reflejo del castigo de fondo: el menoscabo de ese amor.
Y tememos ese castigo, y hacemos bien en temerlo.
Y, digo yo ¿con Dios no es —no debería ser— más o menos lo mismo?