Vigilancia y castigo

Luis me hace notar —entre otras cosas— que no hay por qué concebir la mirada (o presencia sentida) de Dios primariamente como vigilancia (y anuncio de castigo), en lugar de amor; y, por qué no: pena, cuidado y compasión. No está mal; y no viene mal recordar la mirada de los ángeles de la película aquella. Y acaso también la del niño que uno fue. Está bien.

Pero el caso es que yo no suelo ver esos aspectos como opuestos. Al contrario, más bien diría que me cuesta separarlos.

Y seguimos con los ejemplos: el que se porta bien, que resiste a la tentación de hacer un mal, porque lo está mirando su padre, su madre, su amigo. No se trata de vigilancia, en el sentido policial… pero sí en algún otro: el amigo (que te quiere) te está mirando; y uno quiere ser digno de esa amistad.

Funciona así la cosa, según yo la veo; con amor en las dos direcciones. Y con un castigo («inmanente», si quieren) que opera en la misma línea. Y la vergüenza inmediata, casi animal, es como el primer escalón, o el mero reflejo del castigo de fondo: el menoscabo de ese amor.

Y tememos ese castigo, y hacemos bien en temerlo.

Y, digo yo ¿con Dios no es —no debería ser— más o menos lo mismo?

# | hernan | 18-enero-2007