Me quedé sin teléfono (y por consiguiente sin Internet)
todo el fin de semana, y, un poco para
calmar el síndrome de abstinencia, me metí de
cabeza a terminar de aprender el Lylipond, un programa
para trascribir música. Primer resultado, (un tema de Ghibli, claro), no definitivo, acá.
Sí, podría haber invertido mejor un fin de semana sin Internet, ya sé; es lo que hay.
Para lo que no sepan qué quiero decir con eso de «pasar un fin de semana nerd«: sucede que uno a veces se aboca con dedicación mental completa, durante un breve tiempo (horas o días) a una tarea que requiere abstraerse del mundo: típicamente un problemita matemático o computacional. El nerd pone en esto una especie de pasión obsesiva, el mundo deja de existir, y las mismas necesidades corporales (comer, por ejemplo) sólo son un trámite obligatorio y molesto (ni hablar de bañarse).
Tiene su encanto, no crean. Y en mi caso (ex investigador científico) tiene de yapa el sabor de las cosas de juventud…
Y de hecho, si no es la mejor manera de pasar un fin de semana, sospecho que tampoco es de las peores; lo sospecho por la sensación posterior; cuando uno de veras ha perdido el tiempo, queda un regusto amargo; y en estos casos no suelo sentirlo.
Es claro que esa abtracción-distracción, ese apartamiento del mundo tiene algo de ambiguo; simpático, o repelente, según se mire -o según se dé.
Es el chiste de aquel profesor de matemáticas que necesitaba información externa para saber si ya había comido (y yo me siento identificado, como dicen). Y alguno podrá sentirse algo horrorizado, puesto
que al fin de cuentas, no saber disfrutar de una comida es una falta; igual que perderse el gozo de un domingo soleado o una tarde con amigos.
¿Pero acaso no es también -o no podría ser- el caso del filósofo que se cayó en el pozo por mirar las estrellas? Y si hay un plano en el que amar lo sensible es una obligación, si hay ámbitos en los que es necesario reivindicar la sensualidad (y en eso andamos), ¿no es también verdad que hay otro plano en el que la sensualidad estorba? ¿O que al menos se justifique un desprecio «provisional» de lo sensual frente a lo intelectual?
Después de todo, ¿no tiene el mismo santo Tomás de Aquino un par de anécdotas similares? (la del puñetazo sobre la mesa durante el banquete, es una; y en verdad recuerdo que, a pesar de Chesterton, nunca terminé de simpatizar del todo con ella).
Claro, me dirán, pero una cosa es abstraerse forjando una refutación intelectual del maniqueísmo, y otra es cortarse del mundo con los ojos perdidos en el monitor de una PC.
No sé, miren, no sé.