… en la vida actual, hay un grado de educación a partir del cual solo puedes seguir de desarrollandola que en forma autodidacta (en tu sentido amplio) porque la vida social no acompaña.
… con lo cual diría que estoy de acuerdo; y que,
mientras se tome como descripción de una situación
de hecho, diría que precisamente en esa dirección yo leía el asunto.
Señalar una situación en la que -en alguna medida- todos
los contemporáneos compartimos, y señalar algunos
bemoles o ambigüedades del caso, sin intentar sacar pajas de ojos ajenos.
Hablando siempre en sentido amplio; lo más amplio posible.A ver si me explico mejor.
Pensemos —para empezar, volando bajo, en sentido no muy amplio— en el autodidacta que aprende una cierta disciplina o adquiere una cierta destreza sin maestros, sin guías; leyendo un libro, por ejemplo.
Autodidacta en sentido lato, como opuesto a alumno, o discípulo.
Ahora bien, alguien podría objetar que no hay una diferencia esencial entre el aprendizaje del autodidacta y del discípulo: al fin y al cabo, siempre hay un maestro (o conjunto de maestros) que trasmite un conocimiento, la única diferencia es que en el primer caso la trasmisión no es «en vivo», sino a través de -por ejemplo- un libro.
A lo cual quisiera poder retrucar: que esa diferencia sí es esencial. Porque -acaso, digo yo- lo que se trasmite no sea tan indiferente a la forma de trasmitirse, porque lo «impersonal» de la primera forma necesariamente proyecta el saber a un espacio de dimensión menor al original, porque la «codificación» (que efectúa el maestro al volcar su saber en un libro, en un texto fijo, fotográfico e impersonal -en cuanto al receptor al menos) en alguna medida «diseca» el saber, lo empobrece y hasta lo falsifica. (Hey, ¿no estás delirando? Estoy forzando la nota, a lo sumo. Hay que exagerar algunas cosas para que se entiendan, decía Bloy).
Y más podríamos: sospechar no sólo del autodidacta actual sino del autodidacta potencial (que somos todos). Saber que existe ese saber codificado, que está ahí a disposición del autodidacta para cuando lo quiera… esa facilidad y esa seguridad tiene como contrapartida el debilitamiento de una sed necesaria y saludable: la de tener maestros confiables, la sed de escucharlos y la preocupación (y la tarea) de tenerlos, discernirlos, cuidarlos y llegar a poder ser sus discípulos.
Tenemos el saber al alcance de la mano, sin distancias verticales; muy democrático, sí. Tenemos una dependencia menos (en general, los modernos tenemos terror a las dependencias; sólo toleramos las mecanizadas). Lo que me pregunto es en qué medida esa independencia nos protege del error y de la insignificancia. Y en qué medida ese saber «democratizado» es un saber deshumanizado.
Insisto en que estoy hablando en términos muy amplios; no debe tomarse la palabra «maestro» en sentido estrecho.
Hoy (va un ejemplo algo trivial, pero son, como diría Chesterton, esas enormes minucias… ) la madre primeriza no depende tanto de su propia madre o de sus amigas (de su clan) para saber cómo se cría un hijo; ella compra la revista «Padres», o de última… busca en Google. A mí me encanta contar con Google, me tranquiliza saber que cuando tengo una duda tecnológica no tengo necesidad de buscar a alguien que sepa y preguntarle (voy a la Wikipedia…), me siento -en cierta manera- más libre por eso. Al mismo tiempo, sospecho -fuertemente- que esa facilidad me hace más pobre y me aísla y me crea una dependencia mucho menos humana y algo más siniestra.
Si de todo esto se entiende algo -lo dudo-, se entenderá por qué no me convence la objeción de la misma Marina:
Respecto a que se pueda o no captar las sutilezas o dificultades, ya no estoy de acuerdo en que sea un problema del que aprende por sus propios medios. Pueden ser faltas de lectura, la falta de lecturas u opiniones personales.
A lo sumo, lo que no hará, es captar el consenso implícito entre alguno de los grupo de maestros, respecto a alguna interpretación en particular. Y al no captarlo, será más libre de opinar desde otro punto de vista.
Todo eso es muy razonable… y ciertamente la no disponibilidad de saberes codificados fácilmente accesibles, que los maestros sean preciados y aun escasos trae problemas de otro tipo (elitismos culturales, sectarismos, saberes parciales, o simples ignorancias), para no hablar de los casos en que las vías de trasmisión del saber se cortan. Está bien. Pero esto no quita lo otro. Y creo que hoy corresponde tener cuidado -un cuidado ecológico, si quieren- con lo otro: con los medios de trasmisión de saberes (cultura, tradición, o como quieran llamarlo) que necesariamente deben ser no aptos para autodidactas.
Hemos ido demasiado lejos del post de Disputations, dirán. No estoy seguro. Creo que vale la pena poner en guardia sobre esa manera («autodidacta» … en el sentido dicho) de entender la trasmisión del «saber qué es el cristianismo», y por lo tanto el magisterio de la Iglesia. Los modernos, tanto los simpatizantes como los enemigos, tienen (tenemos) demasiada tendencia a esperar que lo que enseña la Iglesia debe ser «codificable y trasmisible» en aquellos términos: sea en el Catecismo, las Encíclicas, el Concilio, o el Denzinger… o los dichos papales/episcopales transcriptos por periodistas de Clarín. Y, claro es (o debería sernos) que no.
-Pero… ¿lo que decís no es una especie de apología del oscurantismo?
– No sé. Espero que no.
-Pero… ¿lo que decís no vendría a ser más o menos lo mismo que decía Platón, sobre los peligros de la escritura?
– No sé. Espero que sí.