– Cuenta Victoria Ocampo, la argentina, que invitó a Bernanos a su gigantesca finca en Buenos Aires. Ahí estaban los dos hijos de Bernanos y por allá lejos venía entrando no sé quién, un par de hombres importantes en la literatura, y los niños gritaron: «¡Papá, ahí vienen dos imbéciles!» Esto lo habían escuchado de Bernanos no sé cuántas veces…
– Toda la literatura de Bernanos habla de un combate espiritual. ¿Cómo resuena esta literatura en usted?
-Los hombres no son sólo los hombres. Los hombres son un algo más allá que no conocen, que no saben que existe en ellos y por ellos, y que ellos son ese más allá. El hombre no es el perímetro que acota su pobre cuerpo, es un misterio. ¡Y eso Bernanos lo dice como un rey! Es lo que más me atrae de él. Este misterio lo encuentro a ratos en Mauriac, pero en Bernanos es incesante. Es hermosísimo. Eso es vivir en serio, no ser un payaso de oropel, no sostener la pluma para sombrar más o menos a los contemporáneos. ¡Es jugarse el alma en cada página! Esto es muy envidiable, me gustaría ser el gran barón que era Bernanos y no este rendido hispanomexicano. ¡Me cago!
Esto también está en el otro gran francés, en ese sinvergüenza de Leon Bloy. El hombre es un apetito de misterio, un misterio que tiene algo muy valioso. Esto que estoy tocando es Javier Sicilia, pero detrás hay algo monumental que es también Javier Sicilia. En la amistad o en el amor que nos podamos tener brota verdaderamente algo. Como en el caso del Espíritu Santo que brota del amor del Padre y del Hijo, aquí algo brota del amor de dos amigos. Fíjese que problema tan carajo para mí. Pues aquí también está la mujer y yo. En ese amor tampoco hay nada de malo, ahí también hay un misterio que sondear.
En los personajes de Bernanos existe una carga de amor tremenda. ¡Y cuánta turbulencia a ratos! (Estos franceses saben lo que hacen, tienen dos mil años de historia). Y esa carga de amor en Bernanos acaba magnificando o haciendo magníficos a los personajes que son los seres humanos. Por eso lo respeto tanto…
-Los hombres no son sólo los hombres. Los hombres son un algo más allá que no conocen, que no saben que existe en ellos y por ellos, y que ellos son ese más allá. El hombre no es el perímetro que acota su pobre cuerpo, es un misterio. ¡Y eso Bernanos lo dice como un rey! Es lo que más me atrae de él. Este misterio lo encuentro a ratos en Mauriac, pero en Bernanos es incesante. Es hermosísimo. Eso es vivir en serio, no ser un payaso de oropel, no sostener la pluma para sombrar más o menos a los contemporáneos. ¡Es jugarse el alma en cada página! Esto es muy envidiable, me gustaría ser el gran barón que era Bernanos y no este rendido hispanomexicano. ¡Me cago!
Esto también está en el otro gran francés, en ese sinvergüenza de Leon Bloy. El hombre es un apetito de misterio, un misterio que tiene algo muy valioso. Esto que estoy tocando es Javier Sicilia, pero detrás hay algo monumental que es también Javier Sicilia. En la amistad o en el amor que nos podamos tener brota verdaderamente algo. Como en el caso del Espíritu Santo que brota del amor del Padre y del Hijo, aquí algo brota del amor de dos amigos. Fíjese que problema tan carajo para mí. Pues aquí también está la mujer y yo. En ese amor tampoco hay nada de malo, ahí también hay un misterio que sondear.
En los personajes de Bernanos existe una carga de amor tremenda. ¡Y cuánta turbulencia a ratos! (Estos franceses saben lo que hacen, tienen dos mil años de historia). Y esa carga de amor en Bernanos acaba magnificando o haciendo magníficos a los personajes que son los seres humanos. Por eso lo respeto tanto…