Es imposible no amar a esa gente cuando no se la teme. Piensan con imágenes vívidas y simples; cuando hablan
del alma, es como si la vieran: el alma sube en esa dirección y baja en tal otra, y ellos pueden explicar sus movimientos.
Lo comenta Graham Greene, a propósito de los kikuyu,
un pueblo africano (Kenia). Conviene
desconfiar de los turistas (aunque sean algo más
que turistas) cuando pretenden explicar la esencia
de un pueblo (o de un continente) en base
a un par de experiencias personales. Pero igual,
no deja de tener interés:
Un sacerdote me dijo:
—Hacen preguntas a las que no se puede responder. Dicen: «¿Acaso Dios no creó una tierra para que blancos y negros vivieran en ella, y puso el mar medio para que nadie se mezclara con los demás?»
Causa gracia lo imprevisto de la conclusión:
el argumento parecía haber arrancado tan bien…
uno (pobre, uno) no se esperaba ese remate.
Y bien puede ser saludable que te descoloquen;
muchas veces, en realidad significa que te
pusieron en tu lugar.
—Hacen preguntas a las que no se puede responder. Dicen: «¿Acaso Dios no creó una tierra para que blancos y negros vivieran en ella, y puso el mar medio para que nadie se mezclara con los demás?»
La mentalidad africana es incapaz de comprender la indecisión. Es algo que irrita al africano en los detalles más ínfimos de su vida. Cuántas veces los kikuyu se quejaban de que un año les indicaban que plantaran las sebes a nueve pies de distancia, y al año siguiente les decían que a diecisiete pies, y después de nuevo que a nueve pies; y un año les recomendaban que terraplenaran en un sentido los acres de las laderas, y cambiaban de sentido al año siguiente.
La idea de la verdad que surge de la prueba y el error es ajena a los africanos: en cierto modo, están más cerca del católico, con su depósito de fe, que del investigador científico. La estructura de su cultura tribal, con sus complicadas costumbres, hacía vivir a los africanos en el ámbito de lo inmutable; los europeos habían violado ese ámbito sin darles nada a cambio.
Los misioneros protestantes les ofrecían ritos que solían variar con cada misionero, así como el planeamiento agrícola variaba con cada funcionario de agricultura.
[…] Los kikuyu -se lo advierte inclusive en el torvo y triste ritual del juramento- son profundamente religiosos. No son los europeos quienes han llevado a Dios a Africa. Lo más frecuente es que Lo excluyan de ella. «Desde luego, creemos en Dios», dijo un kikuyu a un sacerdote amigo mío. «Todos creen. ¿Acaso no exclamamos ¡Dios! cuando nos cortamos un dedo?»
En la Reserva de Fort Hall, un joven kikuyu me guió un puesto de la Defensa Voluntaria. Era el hijo de un condenado muerte por los mau mau. —Dónde tiene su revólver? —me preguntó.
Respondí que no tenía revólver.
—Ah, usted confía en la bondad de Dios.
La idea de la verdad que surge de la prueba y el error es ajena a los africanos: en cierto modo, están más cerca del católico, con su depósito de fe, que del investigador científico. La estructura de su cultura tribal, con sus complicadas costumbres, hacía vivir a los africanos en el ámbito de lo inmutable; los europeos habían violado ese ámbito sin darles nada a cambio.
Los misioneros protestantes les ofrecían ritos que solían variar con cada misionero, así como el planeamiento agrícola variaba con cada funcionario de agricultura.
[…] Los kikuyu -se lo advierte inclusive en el torvo y triste ritual del juramento- son profundamente religiosos. No son los europeos quienes han llevado a Dios a Africa. Lo más frecuente es que Lo excluyan de ella. «Desde luego, creemos en Dios», dijo un kikuyu a un sacerdote amigo mío. «Todos creen. ¿Acaso no exclamamos ¡Dios! cuando nos cortamos un dedo?»
En la Reserva de Fort Hall, un joven kikuyu me guió un puesto de la Defensa Voluntaria. Era el hijo de un condenado muerte por los mau mau. —Dónde tiene su revólver? —me preguntó.
Respondí que no tenía revólver.
—Ah, usted confía en la bondad de Dios.