Por enésima vez un lector se muestra perplejo
ante mis prevenciones anti-anti-abortistas, entre otras,
y me pregunta si acaso estoy diciendo que los católicos
no deben meterse a pelear por temas que hacen
a la vida social, como si la Iglesia no debiera
inmiscuirse en asuntos temporales.
Y no, no estoy diciendo eso.
¿Acaso -me dicen también- estás diciendo
que hay que distinguir el bien que uno
(católico, pongamos) sale a defender,
y el modo en que lo defiende ? Eso es obvio,
uno puede defender más o menos mal
algo que está bien; pero eso no quiere
decir que lo que defienden esté mal … ¿no?
Más o menos.
Volvemos a lo de los fines y los medios.
Y no es muy distinto a lo del tono y el contenido; la forma y el fondo.
No creo que las cosas puedan separarse tanto.
Más: creo que hacemos mal en separarlas así.
Así, ¿cómo?
Para no repetir -al menos no completamente-
lo dicho, quedémonos en este plano, de los medios y los
fines.
Hace poco recibí -el mismo día- dos mails con frases
en cierta medida simétricas. La primera, uno que
(en referencia a mi repudio a los carteles antiabortistas)
me decía que «no hay que cejar en la lucha por
salvar vidas inocentes». Otro, de un ateo
que (en referencia
a mi alusión al obelisco forrado) me decía
que » toda iniciativa se queda corta para recordar lo importante que es usar (el preservativo, para evitar el sida)».
El fin no justifica los medios, le recordé al segundo
(el primero fue anónimo) y él (que ignoraba
que los católicos tenemos al uso del
preservativo por pecaminoso, pero que sabe razonar) lo aceptó;
no aceptó la conclusión, claro, por no aceptar la premisa menor,
pero aceptó la mayor y el razonamiento.
El fin no justifica los medios.
Bien. ¿Y entonces? ¿Tenemos claro lo que significa
eso? ¿Lo aceptamos? No estoy seguro.
En primer lugar, eso significa
que uno no puede hacer el mal para obtener el bien [*].
Lo cual nos suena muy razonable. Bien. Pero a la hora
de la verdad, en la hora de la tentación, tendemos
a olvidarlo… creo. Más: tendemos a ignorar que existen
tentaciones por ese lado.
Y tendemos a separar demasiado los medios de los fines,
a disculpar o minimizar el mal que hacemos
en nuestra militancia, un mal que pesa poco y
nada -en nuestra alma- frente al bien al cual tendemos.
Un pecado ocasional -un error táctico, un tropiezo-
que apenas se ve, sobre el fondo de virtud; esto, el bien, es
lo esencial, y esto no se ve manchado -al menos
no fatalmente-, por más culpables que sean los medios.
Hay mucha tela para cortar acá.
Empiezo con este corolario
tentativo y probablemente arbitrario:
demos vuelta el axioma, y digamos
que el hecho de que usemos (o nos sintamos tentados a usar)
medios malos, es indicio de que en realidad no estamos tendiendo
al bien que creemos tender.