En «Los hermanos Karamazov», Grushenka cuenta a Alioscha (aplicándoselo a sí misma) un relato tradicional ruso, sobre una mujer mala que va al infierno y su ángel que trata de salvarla, en gracia al único pequeño acto de virtud de la anciana: haber dado una cebolla a un mendigo.
Encontré (vía Ashakira) una ilustración de la historia de la cebolla, por un artista peruano, en cincuenta cuadros.
Copio abajo el texto de Dostoyevsky. En la web también se encuentra la leyenda en otras versiones.
Se me ocurre ahora pensar si la mujer se sacudió de encima a sus compañeros por simple egoísmo o más bien por temor (egoísta, sí) a que la cebolla se rompiese con tanto peso. Cálculo razonable y terreno; pero en esas regiones podemos sospechar que hay otras leyes, y acaso la cebolla resistiría mejor mientras más peso tuviera que arrastrar.
Y dejémoslo ahí, que no conviene manosear demasiado estas historias.
… Aliocha tuvo de detenerse: estaba tan conmovido, que le temblaban los labios.
—Cualquiera diría que Grushenka te ha salvado —dijo Rakitine con una sonrisa burlona—. ¿No entiendes que quería perderte?
—¡Basta, Rakitka! —exclamó Grushenka— ¡Silencio los dos! Te lo digo a ti, Aliocha, porque tus palabras me avergüenzan: me crees buena y soy mala. Y quiero que tú te calles, Rakitka, porque mientes. Yo me había propuesto perderlo, pero eso ya ha pasado. ¡No quiero volverte a oír hablar así, Rakitka!
Grushenka se había expresado con viva emoción.
—Están delirando… —murmuró Rakitine, mirándolos, perplejo—. Esto parece un manicomio. Poco falta para que se echen a llorar…
—Sí, lloraré —dijo Grushenka—. Me ha llamado hermana, y eso nunca lo podré olvidar. Y mira, Rakitka, yo soy mala, pero alguna vez he dado una cebolla.
—¿De que demonios de cebolla estás hablando? ¡Se han vuelto locos de verdad!
La exaltación de sus dos amigos asombraba a Rakitine. Sin embargo, era evidente que en áquellos momentos todo contribuía a impresionarlos mucho más de lo normal, cosa que él debería haber advertido. Pero Rakitine, que poseía gran agudeza para interpretar sus propios sentimientos y sensaciones, era incapaz de descubrir los ajenos, tanto por egoísmo como por inexperiencia juvenil.
—¿Has oído, Aliocha? —continuó Grushenka, con una risita nerviosa—. Me he jactado ante Rakitine de haber dado una cebolla, pero ante tí no voy a jactarme… Te lo diré. Se trata sólo de una leyenda, que la cocinera me contaba cuando yo era niña. «Había una mujer mala, muy mala, que murió sin dejar tras ella ni una buena acción. El demonio se apoderó de ella y la arrojó al lago de fuego. Pero su ángel guardián se esforzaba siempre para recordar alguna buena obra de la condenada y poder referírsela a Dios. Al fin, se acordó de una y le dijo al Señor: «Una vez arrancó una cebolla de su campo para dársela a un mendigo.» Dios le contestó. «Toma esta cebolla y tiéndesela a la mujer del lago para que se aferre a ella. Si consigues sacarla, irá al paraíso; si la cebolla se rompe, la pecadora se quedará donde está.» El ángel corrió hacia el lago y le tendió la cebolla a la mujer. « Toma —le dijo—. Agárrate fuerte.» Empezó a tirar con cuidado y pronto estuvo la mujer casi fuera. Los demás pecadores, al ver que sacaban a la mujer del lago, se aferraron a ella para aprovecharse de su suerte. Pero la mujer era muy mala, y empezó a dar puntapiés para sacárselos de encima. «Es a mi a quien sacan y no a vosotros; la cebolla es mía y no vuestra.» En este momento, el tallo de la cebolla se rompió y la mujer volvió a caer en el ardiente lago, donde está todavía ardiendo. El ángel se marchó llorando… » Ésta es la leyenda, Aliocha; me la sé de memoria y siempre la recuerdo, porque yo soy esa mujer mala. Ante Ratitka me he jactado de haber dado una cebolla, pero a tí te lo diré de otro modo: en toda mi vida a lo sumo habré dado una cebolla, de no ahí no pasan mis buenas acciones… No me creas buena; soy todo lo contrario. Tus elogios hacen sonrojar. Deseaba tanto que vinieras, que prometi veinticinco rublos a Rakitka si te traía…
(De «Los hermanos Karamazov», Dostoyevsky, Libro 7, cap 3)
—Cualquiera diría que Grushenka te ha salvado —dijo Rakitine con una sonrisa burlona—. ¿No entiendes que quería perderte?
—¡Basta, Rakitka! —exclamó Grushenka— ¡Silencio los dos! Te lo digo a ti, Aliocha, porque tus palabras me avergüenzan: me crees buena y soy mala. Y quiero que tú te calles, Rakitka, porque mientes. Yo me había propuesto perderlo, pero eso ya ha pasado. ¡No quiero volverte a oír hablar así, Rakitka!
Grushenka se había expresado con viva emoción.
—Están delirando… —murmuró Rakitine, mirándolos, perplejo—. Esto parece un manicomio. Poco falta para que se echen a llorar…
—Sí, lloraré —dijo Grushenka—. Me ha llamado hermana, y eso nunca lo podré olvidar. Y mira, Rakitka, yo soy mala, pero alguna vez he dado una cebolla.
—¿De que demonios de cebolla estás hablando? ¡Se han vuelto locos de verdad!
La exaltación de sus dos amigos asombraba a Rakitine. Sin embargo, era evidente que en áquellos momentos todo contribuía a impresionarlos mucho más de lo normal, cosa que él debería haber advertido. Pero Rakitine, que poseía gran agudeza para interpretar sus propios sentimientos y sensaciones, era incapaz de descubrir los ajenos, tanto por egoísmo como por inexperiencia juvenil.
—¿Has oído, Aliocha? —continuó Grushenka, con una risita nerviosa—. Me he jactado ante Rakitine de haber dado una cebolla, pero ante tí no voy a jactarme… Te lo diré. Se trata sólo de una leyenda, que la cocinera me contaba cuando yo era niña. «Había una mujer mala, muy mala, que murió sin dejar tras ella ni una buena acción. El demonio se apoderó de ella y la arrojó al lago de fuego. Pero su ángel guardián se esforzaba siempre para recordar alguna buena obra de la condenada y poder referírsela a Dios. Al fin, se acordó de una y le dijo al Señor: «Una vez arrancó una cebolla de su campo para dársela a un mendigo.» Dios le contestó. «Toma esta cebolla y tiéndesela a la mujer del lago para que se aferre a ella. Si consigues sacarla, irá al paraíso; si la cebolla se rompe, la pecadora se quedará donde está.» El ángel corrió hacia el lago y le tendió la cebolla a la mujer. « Toma —le dijo—. Agárrate fuerte.» Empezó a tirar con cuidado y pronto estuvo la mujer casi fuera. Los demás pecadores, al ver que sacaban a la mujer del lago, se aferraron a ella para aprovecharse de su suerte. Pero la mujer era muy mala, y empezó a dar puntapiés para sacárselos de encima. «Es a mi a quien sacan y no a vosotros; la cebolla es mía y no vuestra.» En este momento, el tallo de la cebolla se rompió y la mujer volvió a caer en el ardiente lago, donde está todavía ardiendo. El ángel se marchó llorando… » Ésta es la leyenda, Aliocha; me la sé de memoria y siempre la recuerdo, porque yo soy esa mujer mala. Ante Ratitka me he jactado de haber dado una cebolla, pero a tí te lo diré de otro modo: en toda mi vida a lo sumo habré dado una cebolla, de no ahí no pasan mis buenas acciones… No me creas buena; soy todo lo contrario. Tus elogios hacen sonrojar. Deseaba tanto que vinieras, que prometi veinticinco rublos a Rakitka si te traía…
(De «Los hermanos Karamazov», Dostoyevsky, Libro 7, cap 3)
Buen día puedes decirme o darme el link de las.ilustraciones del cuento? La del pintor perueno?