— Yo no puedo aceptar eso, me decía un amigo católico; ha habido hombres que lucharon y dieron su vida
por defender esas verdades…
Se trataba de alguno de esos gestos ecuménicos, algún intento de acercar posiciones en temas doctrinales con -digamos-
los luteranos.
El sentimiento de mi amigo
es fácil de comprender y compartir; y, por supuesto no es cosa exclusivamente católica, ni siquiera religiosa.
Deudas de sangre que se arrastran por generaciones.
Montescos y Capuletos.
Pongamoslo en general: ciertos antepasados nuestros (antepasados religiosos, o familiares, o compatriotas)
defendieron con su vida (materialmente hablando o no) algún territorio (geográfico, dogmático,
ideológico) contra otro bando. Sentimos amor y veneración por esos antepasados, son realmente
parte de la familia, fundamento de lo que somos. Al mismo tiempo, sentimos que con el correr del
tiempo la enemistad contra el otro bando ha ido desvirtuándose y envenenándose. Hoy no estamos tan convencidos de que la disputa valga lo que cuesta; sea porque
reconocemos un malentendido original, o una sinrazón, o porque los territorios disputados
ya no existen, o han cambiado, o no vemos que valgan lo mismo que entonces.
Nos parece que hoy lo justo -y lo valiente- ahora no es alentar
la pasión, sino tender lazos y buscar una reconciliación con el antiguo enemigo.
Y entonces, nos dicen (voces de afuera y de adentro): eso es cobardía, eso es traición.
Reconciliarnos -así, sin la rendición incondicional del enemigo- es pisotear la memoria
de nuestros muertos; es tornar inútil su lucha y su sacrificio.
¿Cómo podés dudar del valor infinito del terrorio en disputa? Aunque no vieras el valor que
ellos vieron, solo el esfuerzo invertido, las vidas dedicadas, la hacen infinitamente preciosa.
«La sangre derramada jamás no será negociada».
«Ellos te están mirando». Etc. Etc. Etc.
Y bien. A veces esas voces tendrán razón (ser fiel a las causas antiguas no suele ser cómodo;
los tiempos no alientan la fidelidad al pasado, y abundan los mercaderes dispuestos a comprarte
complicidad).
Y a veces, no (también alentar los odios contra el enemigo, invocando antiguas infamias,
suele una forma cómoda -y cobarde- de refugiarse en lo social).
¿Cuál será el criterio?
[continuará]