Los espectadores del fin del mundo

A propósito de Benson, Castellani, y consabidos berretines apocalípticos… y otras cosas, pensaba ayer que la advertencia de que «nadie sabe el día ni la hora» acaso también convenga leerla desde la otra vereda. No sólo advertirse, a uno mismo y al mundo:

—Mirá que bien podría ser mañana; imaginate que fuera mañana…,

y todo lo que sigue, sino también:

—Mirá que bien podría ser dentro de mil siglos. Imaginátelo, también. Imaginate que todas este desorden, esta necedad y esta podredumbre del mundo actual están lejos de ser definitivas, y son sólo un escalón más de una escalera mucho más larga y compleja de lo que sospechás. Imaginate un libro de historia (católico… si querés) del siglo 40, repasando con displicencia el insignificante siglo 21. Es perfectamente posible, ¿no? Y también imaginate (y esto ya no es posible: es cierto) que todo lo que pasó fue, en última instancia, la voluntad de Dios; y que los ángeles -y los hombres, en la gloria- perciben todo (todo) como una sinfonía perfecta, y aplauden con entusiasmo; también vos. Imaginate que, terminada la función, ves que toda tu indignación y tu angustia por «lo mal que andaba el mundo», toda tu militancia en favor del cristianismo y en contra del laicismo abortista, toda tu defensa de «la verdad» no eran más que vanidad y escapismo cobarde; que te creías con vocación de mártir, y en lugar de sangre sólo tenías bilis para dar. Que al fin entraste a la gloria … raspando, acompañado de los fariseos, y detrás de las prostitutas y los gays. Que no entendiste nada, que no supiste ver los signos de los tiempos, que de cada diez trampas que te tendió el diablo caíste en nueve. Que al fin ves que lo que decía Jesús sobre el que tenía la viga en el ojo y quería sacar la paja del ojo ajeno, sobre el hermano del hijo pródigo, y sobre la virgen necia, te lo decía precisamente a vos.
Y que -en la gloria, imaginemos- podés ver toda tu estupidez y tu miseria pasada con absoluta claridad y sin la más mínima amargura, con el espíritu lleno de gratitud y alabanza perfecta.
No te digo que sean así las cosas; tal vez no lo sean; en lo que a tu alma concierne, esperemos y roguemos que no. Pero es perfectamente posible; y si no te gusta imaginarlo, entonces con más razón tal vez te convenga imaginarlo.
Imaginate entonces que todo esto no era, como creías, el fin del mundo, ni nada que se le parezca; que en el mundo el Espíritu opera con poder y de maneras escondidas a tus ojos; y que en los hombres hay más Bien del que sospechás (y también más Mal, pero no justamente donde creés verlo). Imaginate entonces que mañana vas a morir, y que el mundo va a seguir existiendo, y su historia irá por caminos largos y nuevos, con saltos, y tropezones, por muchísimos siglos. Y siempre para gloria de Dios (¿para qué seguiría hoy, si no fuera así?).

No sé si esto puede resultar un ejercicio de imaginación útil para alguien; seguramente no para todos, ni siquiera para la mayoría. Pero este blog no está hecho para la mayoría.


[P.S.: Ahora veo que este post -que debería tener una segunda parte- tiene un claro precursor en éste. Y me asombra descubrir que en aquel estaba San José como protagonista y ejemplo. Me asombra -y hasta me asusta un poco- porque… bueno, no tengo que decir por qué. Lo que sí debería decir es lo que dijo una vez San Juan de la Cruz: «…no le era tan devoto como debía, pero lo seré de aquí adelante»]
# | hernan | 21-junio-2005